De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega
una sitcom. ¿Sabes esas comedias de situación con risas enlatadas, que cuanto más absurdo es lo que ocurre, más risas se oyen? Pues convertirte al humor consiste en traer esas risas a tu cabeza en la vida real. Que a partir de ahora cada vez que te pase una cosa muy ridícula, en vez de decir: «¡Soy patética!» Digas: «¡CAPITULAZO!».
¡Claro! Es empezar a pensar como los cantautores, que como usan sus experiencias para componer canciones, cada vez que les pasa una desgracia les viene genial. ¡Cada vez que a Alex Ubago le deja la novia… se frota las manos!
Puede que te parezca muy difícil adquirir esta actitud, pero enseguida te voy a explicar el método. De momento ve abriendo tu mente a lo maravilloso que sería conseguirlo.
Lógicamente requiere entrenamiento (que es lo que vamos a hacer a lo largo del libro), hasta que la técnica esté completamente dominada. Y al principio cuesta. De entrada solo eres una caperucita decidida a afrontar las cosas de otra manera. Recuerdo mi primera anécdota después de decidir convertirme al humor. Fue realmente patética, lo cual era genial desde esta nueva perspectiva, porque se trataba de un Capitulazo digno de ganar el Premio Grammy a la Mejor Comedia.
Os lo contaría, pero es un episodio demasiado sexual y me da vergüenza que lo lean mis padres.
Uff, es que he estado con cada uno… Y con cada dos… Bueno, con dos a la vez solo en una ocasión, por probar, que le dije a mi novio:
—Cariño, me gustaría hacer un trío.
Y, para mi sorpresa, él me respondió:
—Me parece bien.
Flipé:
—¿En serio? ¡Gracias, cielo; qué comprensivo! Vuelvo en cuanto acabe.
Nota para mi madre: Tranquila, mamá, que esto era un chiste. Nunca he hecho un trío… sin contar con mi novio.
Me gusta reírme de mi madre, pero ella siempre ríe la última. ¿Sabes lo que estará pensando en este momento?: «¿Novio, tú? Eso sí que es un chiste». Sí, la misma madre que te dice que no te echas novio porque eres demasiado buena para ellos luego te dice esto. Son seres contradictorios. Lo mismo te dice:
—Cariño, pareces una cría de veinte años, no se puede estar más guapa ni más joven.
Que cuando, al minuto siguiente, le dices tú:
—Me voy a dormir que se me caen los párpados.
Contestarte:
—Eh, mira, no te lo quería decir, pero ya que lo dices… Sí, se te están cayendo un poquito, pero para eso hay una operación muy sencilla que te cortan un poquito de piel y…
En fin… Ahora, en lo de mis novios tiene razón. Casi nunca he tenido uno y desde luego nunca he hecho un trío. ¡Me cuesta pillar a un tío como para conseguir a dos!
¡Pero no estábamos hablando de mi madre, que me liáis! Hablábamos de mi primera experiencia patética después de decidir convertirme al humor y entrenarme para loba. Mamá, lo siento, pero lo voy a contar. Si no quieres leer cosas sexuales, pasa la página.
El que voy a relataros fue mi primer capítulo como protagonista de mi propia sitcom. Podemos titularlo: «El día que me di cuenta de que hay que hacerlo siempre con la luz encendida».
Había quedado con… Vamos a llamarle Carlos. Por no llamarle como se merece. Aquella iba a ser la noche… Llevábamos viéndonos varios días, pero yo había decidido que si mi vida iba a ser como una comedia tenía que ser de las buenas, de las americanas. Así que nada de sexo hasta la tercera cita.
Esto, para una española media es muy duro, ¿eh? Yo me hubiera liado con él en la primera cita…, pero en la primera cita que saliera de su boca:
—Parece que hace buena noche.
¡A la cama!
Igual como cita no te parece muy lúcida, pero tú la entrecomillas y le pones al lado que es de Paulo Coelho y lo petas en el Facebook.
El caso es que me aguanté como una campeona hasta el tercer encuentro. Cuando llegó el día ya no podía más, pero, claro, en estos casos, el tío no puede notar que tienes más ganas que él porque entonces pierdes todo el halo de control y misterio que has ganado con la contención.
No puedes comportarte como en los bufés libres, en plan desesperada que no ha comido en un mes. Tienes que guardar las formas y empezar a servirte poquito a poco. Que si un besito en los labios, que si otro en el cuello… Además, notas que esto le pone mucho, porque no para de bufar como un toro, así que sigues: un besito en el pecho, otro en la barriga… y él, bufa que te bufa. Para cuando vas a atacar el plato principal está tan en tensión que ya ni siquiera resopla. No emite sonido. Así que le preguntas coqueta:
—¿Qué pasa? ¿Te has dormido?
Silencio absoluto. Ahí empiezas a mosquearte. Así que toses discretamente para hacer notar tu presencia, pero nada. Cero reacción. De modo que, por fin, te decides a encender la lamparita y hacer frente a la dolorosa verdad de que el tío se ha quedado frito, mientras piensas: «¿Pero cómo es posible? Si a este tío se le caía la baba conmigo…». Y, efectivamente, ¡ahí está, con la baba colgando, dormido como un mandril!
Y allí te quedas tú. Inmóvil. Escuchando los ronquidos que en otro tiempo creíste bufidos de pasión, y decidiendo qué sentir al respecto.
Me costó, ¿eh? A una parte de mí le apetecía arrancar el rábano de sus raíces y clamar al cielo con él en la mano como había hecho siempre. A otra parte solo le apetecía que me tragara la tierra roja de Tara. Y a la otra… a esa loba incipiente que empezaba a despertar en algún rincón de mí misma… la verdad es que quería parecerle gracioso.
Pero, claro, como me acababa de convertir al humor, y era la primera vez que me enfrentaba a mi nueva forma de pensar, no sabía si este caso era demasiado extremo para reírme y lo suyo era ofenderme.
Como eran las seis de la mañana no podía llamar a ninguna amiga para que me ayudara, así que, qué narices, decidí que me hacía mucha gracia. Dejé explotar las risas enlatadas en mi cabeza y, apretando los labios para que no se me salieran por la boca, le di un besito al chico en la frente y me fui a mi casa tan contenta.
Y la prueba definitiva de que la capacidad para convertir el drama en comedia es un auténtico superpoder, es que no solo cambias el presente, sino ¡el futuro!
Yo no solo me reí en el momento. Me volví a reír al día siguiente cuando él me preguntó qué había ocurrido exactamente. Le envíe por whatsApp el relato de lo acontecido. Al ver que yo me lo tomaba a broma, el pobre también se desternilló y tuvo la oportunidad de explicarse. Llevaba tres noches sin dormir terminando un trabajo y no podía con su alma, pero tenía tantas ganas de quedar conmigo que no había podido resistirse. ¿Que sí le creí? Pues sí, primero porque yo soy la leche –pregúntaselo a mi madre–, y, por tanto, esa era la única explicación posible. Y segundo porque el muchacho se esmeró en compensarme con creces durante los siguientes meses. Bueno, con creces, no. Con polvos. Que casi mejor.
Así que con mi nueva actitud conseguí cambiar un orgasmo por una carcajada, que en términos de placer y beneficios para la salud por ahí se andan. Y luego, encima, como premio, tuve muchos más…
Eso sí, como noté que le daba un poco de vergüenza que alguien pudiera enterarse de la anécdota, le tranquilicé diciéndole que no se preocupara, que todas mis amigas, mis vecinos, compañeros de trabajo, amigos de Facebook y seguidores de Twitter coincidieron en que era muy gracioso y que no tenía de qué avergonzarse. ¡¡Que no, hombre…!! Que no se lo conté a nadie… ¿Cómo iba a hacerlo? Quería reservarlo para el libro.
Por cierto, Carlitos, si estás ojeando esto para comprobar que hablaba en serio cuando te decía que lo iba a poner, ya está. Ya no tienes que seguir leyendo. Te puedes ir a dormir. Que es lo tuyo.
Ya he dicho que el nombre es ficticio. Obviamente nunca me he acostado con ningún Carlos. De ser así, no lo hubiera usado. Aunque