De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega

De caperucita a loba en solo seis tíos - Marta González De Vega


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manera.

      Al convertirte al humor comprendes que nuestra necesidad de profundizar en las cosas hasta la náusea no es una debilidad, ¡es otro superpoder! ¡Lo que ocurre es que hay que saber usarlo! Si Superman pensara que los rayos láser de su mirada son una debilidad caminaría tan cabizbajo que se dispararía a los pies, como Froilán.

      ¿Qué nos dicen ellos siempre?

      —Es que te lo tomas todo demasiado en serio.

      ¡Y tienen razón! Descartes dijo: «Pienso, luego existo». Las Caperucitas dicen: «Pienso, luego sufro». Las lobas dicen: «Pienso más, luego río».

      Con el «pienso, luego sufro» nos quedamos a mitad de camino regodeándonos en el drama, dando vueltas en bucle una y otra vez. Aprender a usar nuestro superpoder es profundizar del todo y convertir el «pienso, luego sufro» en un «pienso, luego río».

      Visto desde esta perspectiva, no tienen que darnos envidia los que parecen ser capaces de no pensar, no son lobas ni lobos de verdad, ¡solo son lobas de los chinos! Vale que no sufren, pero también se pierden muchas cosas maravillosas por lo que ellos llaman no «complicarse la vida». Cuando vives en el «pienso, luego sufro» claro que llega un momento en el que dices: mira, me quito. Me quito del amor, porque esto no compensa. De hecho, ese deseo te atacará muchas veces en tu proceso de caperucita a loba, y también hablaremos de ello, pero cuando lo completes descubrirás que al convertirte al humor y llegar al verdadero fondo de todo, ¡ya no tienes que renunciar al amor para no sufrir!

      Así que apunta esta como otra posible ley del humor:

      «El que crea que hay cosas demasiado profundas como para poder reírse de ellas es que no ha profundizado lo suficiente».

      Como ves, me saco leyes de la manga como me da la gana. Pero, vamos, no creo que me denuncien, esto es un libro de humor. No es como si me inventara la ley de la gravedad. De hecho, a estas leyes podríamos llamarlas leyes antigravedad, para contrarrestar la gravedad que le impones tú a todo lo que te pasa.

      Pero es que es muy importante tener esto claro, porque si nos asusta profundizar, nos autoengañaremos de mil maneras para no enfrentarnos a la realidad. Y vamos a verlas todas a lo largo del proceso.

      Os dije que esto iba de darnos caña también entre nosotras. Así que el primer paso para dejar de ser caperucitas es abandonar el autoengaño. Y lo siento, pero en eso somos expertas.

      Los hombres nos dicen que las mujeres nos pasamos la vida pidiéndole peras al olmo. Y hay que reconocer que es verdad. Pero les voy a explicar por qué. Es porque estamos convencidas de que no es que el olmo no tenga peras, ¡es que el muy cerdo no te las quiere dar!

      Si eres tío, ahora mismo lo estarás flipando. Sí, nuestra cabeza va mucho más allá de lo que podáis suponer.

      A veces nos autoengañamos tanto que nos cuesta distinguir la fantasía de la realidad. No hay más que ver cómo nos ponemos cuando un sex symbol sale del armario. ¿Os acordáis cuando salió Ricky Martin? Ahí tocamos techo.

      —¡Jodeeer! ¿Qué? ¿Que Ricky Martin es gay? ¡¡No!! ¡Mierda!

      Vamos a ver… Reflexiona un momento. ¿De verdad pensabas que te lo acabarías tirando?

      Los hombres, nos guste o no, distinguen mucho mejor las ilusiones de la realidad. Un tío se entera de que a su sex simbol favorita no le gustan los hombres sino las mujeres, y sigue disfrutando de su fantasía sin problema. Es más, ¡la enriquece!

      Así que, por favor, chicas, primera lección: Observar la realidad. Que luego vienen los llantos cuando te caes del guindo:

      —«Ay, me caí del guindo».

      ¡Pues no te subas! ¡Que te subes sola!

      Si llevo un rato diciéndotelo: ¡Bájate del guindo, que te vas a caer!

      Yo entiendo que como caperucita es muy duro observar la realidad porque para ti es un drama, pero ahora que vas a descubrir que es una comedia ya no tienes que subirte a ningún guindo. Así que repite conmigo…

      * * *

      ¡NO VUELVO A SUBIRME A UN GUINDO!

      Te lo repito para que te cale: La mayoría de las veces nos subimos al guindo solas. ¡Nos encaramamos! ¡Trepamos guindo arriba, como posesas, víctimas de nuestras hormonas dislocadas!

      Hubo un tiempo en que yo hubiera podido cruzar la Península Ibérica saltando de guindo en guindo. Hasta que un día me di un hostión, y por eso estoy aquí, para evitar que os lo deis vosotras.

      Sí, ya lo sé. Tú no eres de esas… Tú no eres de las que se sube al guindo porque sí…, porque se invente las cosas. ¡Es que hay tíos que venden películas que luego no son!

      Es posible que esto sea así con un perfil de tío, del cual hablaremos luego, pero reconóceme, caperucita querida, que tu tendencia natural es aplicar la máxima «el que calla otorga» e interpretar sus silencios como pistoletazos de salida para trepar por el guindo. ¡¿Y sabes cuál es el colmo de los colmos?!

      ¡Que una vez llegamos a lo alto del guindo aprovechamos el viaje para pedirle las peras al olmo!

      Se acabó ese mundo ilusorio en el que has estado hasta ahora. No necesitas vivir de fantasías para ser feliz a ratos, entre hostión y hostión.

      REPITO: ¡Deja de subirte a los guindos y de hablar con los olmos! ¡Ni para pedirles peras ni para nada!

      Y lo peor del caso es que tus amigas en vez de poner cordura y decirte lo que te he dicho yo:

      —No te subas al guindo que te vas a caer…

      ¡Te animan!

      —¡¡Venga, sí, trepa, que tú puedes!!

      Ya está bien. Tenemos que espabilar.

      El problema es que en vez de zarandearnos las unas a las otras para despertarnos… ¡nos cantamos nanas!

      Véase un ejemplo: «Tía, yo creo que el tío te ha dejado porque le gustas tanto… que le da miedo».

      Pero vamos a ver… ¡¿Tú alguna vez le has visto dejarse un chuletón a la mitad porque le estaba gustando tanto que le daba miedo?!

      El autoengaño es algo que llevamos dentro. Como el colesterol. Solo que se combate justo al revés: ¡echándole huevos!

      3

      Método: dar cera, pulir cera

      ¿Que qué es eso de «Dar cera, pulir cera»? ¿Perdona? Si eres tan joven como para no haber visto la película Karate kid, ¿qué haces saliendo con hombres? De hecho, ¿qué haces despierta a estas horas? ¡Tendrías que estar ya en la cama! Sí, vale, no sé a qué hora estás leyendo esto, ¡pero me da igual! Si eres tan pequeña tendrías que estar durmiendo a todas horas.

      En fin, te voy a resumir rápidamente en qué consiste el método para que no pierdas el hilo del libro, pero que sepas que no pienso hacer más concesiones. Sí eres tan cría que te pierdes, te aguantas. A cambio sigues teniendo el culo duro.

      La verdad es que manda narices. Perder mis mejores años en acumular toda esta sabiduría para ahora pasársela a una tía que está más buena que yo. Esto no me renta…

      Bueno, atiende. Daniel era un chico que quería aprender karate, y su profesor, el señor Miyagi, en vez de enseñarle le tuvo dos meses limpiando coches. Con un movimiento semicircular de la mano derecha daba cera y con un movimiento igual de la mano izquierda, pulía la cera –de ahí lo de «dar cera, pulir cera»–. El chico estaba desesperado de que su entrenamiento no empezara nunca, pero cuando su profesor le puso a prueba descubrió para su asombro que con el dominio de esos dos movimientos que aparentemente no tenían nada que ver con el karate había aprendido a parar casi todos los golpes.

      Pues eso es lo que va a pasar al final de nuestro proceso. Vamos a reírnos de todos nuestros patetismos, de todos nuestros miedos


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