De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega
lo piensas, los dedos de los pies sí que son bastante inútiles, la verdad. Y si se te pega alguno tampoco pasa nada, que son cinco. De hecho, siempre me ha dado la impresión de que son más… ¿a ti no? Se los cuento a todo el mundo porque no me lo acabo de creer… Pero no, siempre son cinco y siempre me sorprende. ¿Para qué queremos tantos dedos en los pies?
Debes estar preguntándote el motivo por el que me he enconado de esa manera con los dedos de los pies.
Pues para que te des cuenta de lo absurdo que se ve desde fuera empecinarse con algo. Como tú cuando le pides peras al olmo. ¡Luego te enfadarás con la vida! ¿Cómo va a saber la vida que lo que quieres que te dé es a tu media naranja si te ve con esa obsesión por las peras? ¡La vuelves tan loca que al final te da limones!
Pero esto ya no va a pasarnos más. Y vamos a empezar ya, que, como dice Punset, y ya os he trasladado, la forma de aprender a controlar las emociones es precisamente haciendo lo que más miedo nos da: ¡exponernos!
A continuación, nos adentramos en el alucinante proceso de pasar de caperucita a loba en solo seis tíos.
Todo lo que vas a leer está basado en sentimientos reales. Sin embargo, las situaciones han sido alteradas y algunos nombres modificados para preservar la intimidad de sus protagonistas. Aunque la mayoría no, por tratarse de venganzas personales.
He de admitir que ha sido duro decidirme a hacer públicos los resultados de mis investigaciones. Es muy difícil hablar sobre las emociones, dar la cara y reconocer ciertas cosas, pero tuve que asumir que escribir un libro es como enamorarse: te obliga a exponerte. No queda otra. ¡Hay que mojarse! Y no como esos espectadores que llaman a los videntes de la tele sin tener el valor de dar la cara e identificarse:
—Eh…, soy… géminis, de León.
No, tío, ¡échale un par y di la verdad!:
—¡Soy libra, de Cuenca!
Que a mí, de estos, los que más gracia me hacen son los que llaman, pagando a razón de un euro noventa y cinco el minuto, para preguntar:
—¿Va a mejorar mi economía?
Que no hace falta ser vidente para decirles: Así no. En fin, ¿de qué estaba hablando? ¡Que me lías! Ah, sí, de lo difícil que es exponerse públicamente y reconocer las propias miserias. Por eso quiero dar las gracias a mis amigas, porque todas las situaciones patéticas que vas a leer a continuación son de ellas y solamente de ellas.
Vale, todas no. Pero tampoco se trata de un proceso estrictamente autobiográfico. En ocasiones me apropiaré de historias y sentimientos de mis amigas, primas, vecinas y conocidas. ¿Está claro? Luego no quiero a ningún tío llamándome:
—¡He leído el capítulo cinco y yo no soy así!
—Es que tú eres el seis.
—¿El seis? ¡Ese es peor!
—¡Pues haberte callado!
Perdón, perdón, solo una cosita más…
4
¡Me cago en las mitocondrias!
¿Tú sabes lo que son las mitocondrias? Pues unos orgánulos que están en cada una de las células, que suponen el diez por ciento de nuestro peso corporal, ¡y que son las responsables de que haya dos sexos!
¿Sabes lo que esto significa? ¡Pues que si no fuera por las puñeteras mitocondrias no tendríamos que sufrir a los hombres y, además, estaríamos un diez por ciento más delgadas! ¡Un mundo sin mitocondrias sería el paraíso! Pero mientras existan, seguiremos peleándonos con los hombres y con la báscula.
Punset dice que todavía hoy no se sabe cómo y por qué surgieron dos sexos. Pues, mira, el porqué no lo sé, sin embargo, el para qué está claro: para complicarnos la vida, pero bien…
Si no lo digo reviento. Venga. Ya podemos comenzar el proceso…
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