De caperucita a loba en solo seis tíos. Marta González De Vega
Carlos que le hace merecedor de haber salido en este libro. Si se cree que por no habérmela hecho todavía se va a librar, va listo.
Además, hemos quedado en que tampoco es nada vergonzoso lo que le pasó a este chico. Es natural y divertido. Como casi todas las cosas que dejamos que nos avergüencen, o incluso nos mortifiquen, de forma absurda.
Por tanto, mi profunda reflexión a propósito de esta anécdota, y que te lanzo a modo de consejo, es que no te avergüences de nada y te rías de ti misma en cualquier circunstancia. Tanto él como yo pudimos carcajearnos juntos de esta situación porque para ambos fue divertida. Si yo me hubiera ofendido o él se hubiese avergonzado a lo mejor hubiéramos provocado un problema donde realmente no lo había.
Y mi segunda reflexión profunda –y escúchala bien porque quizás sea la más importante– es: hazlo siempre con la luz encendida. Así podrás ver el momento exacto en que se duerme.
Ah, Carlos, por si no has cerrado aún el libro, como seguramente eres de los pocos tíos que va a leer esto –junto con los demás tíos que temen tener su momento de «gloria»–, otra cosita antes de que te duermas: les dices a tus amigos y les pides a ellos que se lo transmitan a los suyos que tampoco hay que pegarse diez horas, ¿eh? A veces es mejor que se duerman como tú, a esos que se han creído la leyenda de que cuanto más tarden, mejor. Aguantar, sí, pero con un límite. Esto te lo pido en nombre de todas las mujeres con agujetas en las ingles. Está bien esperarnos y eso, pero a las tres horas de coito ya te dan ganas de decir como en los restaurantes:
—Tranquilo, no esperes que llegue lo mío. Mejor vete comiendo…
Y a lo mejor así… sí que llega «lo mío».
¿Ha sido un chiste muy bestia? Acabamos de empezar y aún no sé si le he pillado el tono a esto. Qué pena que en los libros no se puedan poner emoticonos para suavizar las cosas. Tú pones cualquier bestiada, pero le plantas al lado el emoticono de whatsApp del guiño con la lengua fuera, y arreglado. En concreto este de la lengua fuera lo uso mucho. Más que todos los de fauna y flora juntos. Ese y el del beso, claro. El creador del emoticono del beso se debe haber comprado un castillo con los derechos de autor, ¿no? El de la gamba a la gabardina vive todavía con sus padres… debajo de un puente.
En fin, que se me va… El caso es que aproveches cualquier situación para verla con desapego y permitirte escuchar las risas enlatadas en tu cabeza antes de decidir si algo te molesta, duele u ofende.
El mensaje es bonito, aunque haya habido sexo de por medio, ¿no? De todas formas, tranquila, mamá, no volverá a ocurrir. De hecho, creo que prácticamente no vuelvo a hablar de sexo en todo el libro. Ya nos hemos quitado el polvo de encima y podemos centrarnos en las cosas serias: ¡reírnos de todo!
Pero no te equivoques. No hay que confundir convertirse al humor con volverse superficial, ¿eh? Eso es un talento de tío.
A mí me hace mucha gracia cuando viene el tío y te dice:
—Es que piensas demasiado.
Me dan unas ganas de soltarle:
—¡Claro, desgraciado, porque tengo que pensar por los dos!
Y en el fondo, chica, vamos a reconocerlo… ¡A veces nos gustaría poder ser como ellos! ¡Nosotras también queremos ser prácticas y desenfadadas! ¡Y que todo nos dé igual! Y el hecho de que ellos tengan esa capacidad ¡nos toca mucho las narices!
¿Lo digo…? ¿Seré capaz…? Allá voy. A veces les llamamos simples ¡¡porque nos dan mucha envidia!! Ay, qué a gusto me he quedado. De hecho, nos dan tanta envidia que en ocasiones intentamos hasta imitarlos. ¡No cuela! Acéptalo. ¡Eres mujer, te jodes! ¡No puedes evitar pensar!
A ver… que no quiero ofender a los tíos. Vosotros también pensáis. Y, de hecho, cuando lo hacéis, os ralláis más que nosotras. Como no tenéis costumbre… (costumbre de rallaros, digo). Porque nosotras a la primera ya estamos volviéndonos locas: ¿Por qué ha dicho eso? ¿Qué me ha querido decir? Vosotros, no. A vosotros parece que nada os afecta… Pero el día que os enamoráis, os ralláis por todas juntas. Así que esto que voy a decir, vale para todos:
El truco no es dejar de pensar, porque luego las cosas se enquistan y es peor. Tú te crees que te has convertido en loba, y en realidad eres una loba de los chinos que se cree que ha llegado sin haber salido. Lo que hay que hacer precisamente es ¡pensar del todo! ¡Hasta el final! Hasta donde el drama se convierte en comedia y todo se vuelve un chiste.
A mí, ahora, cuando un tío me dice:
—Es que piensas demasiado.
Le contesto:
—No, señor, el problema es que no pienso lo suficiente.
Lo dejo loco.
¡Porque es cierto! El problema no es que pensemos mucho. Es que no pensamos lo bastante. Nos quedamos a mitad de camino perdidos en el drama.
Pero si tú piensas hasta el fondo de cualquier asunto, siempre hay un momento en que el drama se convierte en risa. ¿No te ha pasado cuando estás al borde de la angustia, de la desesperación, del agotamiento… que te entra como una risa floja? ¡Que te dan auténticos ataques de risa! Pues ahí es adonde hay que llegar. Ese clic que tu mente hace de forma inconsciente para que puedas sobrevivir, tienes que aprender a activarlo a voluntad.
Convertirte al humor es tomar la decisión consciente de arrinconar a tu mente hasta que brote el surtidor de la risa en cada ocasión que se te presente.
Ser tú la que juega con tu mente cada vez que entre en bucle, obligándola a llegar al punto en el que le dé la risa. ¿Cómo? ¡Riéndote TÚ de ella!
Te propongo un ejercicio. Vamos a llamarlo el juego de las «íes». Es como hacer de «Supernanny» de tu propia mente. Deja a tu mente gritar y patalear lo que le dé la gana. No hagas caso, no intervengas. Por más pollo que monte ella, tú a lo tuyo hasta que se canse. Se va a irritar un montón, ya verás. Pero que no te avasalle. ¡De eso se trata! ¡Ya está bien de que ella sea la única que da por saco!
Piensa en esa situación dramática que tanto te preocupa. Yo qué sé…; imagínate que tu mente agarra el nabo y empieza:
—¡¡Estoy segura de que mi novio ya no me quiere!!
Y tú, sin inmutarte, pregúntale tranquilamente:
—¿Y?
Se va a quedar flipando, claro. Lo más probable es que corte la escena y te diga:
—¿Cómo que «y», petarda? ¡Pues que si no me quiere me va a dejar!
Ahí insistes:
—Vale, ¿y?
Y ella dirá:
—¡Joder, pues que me voy a quedar hecha polvo!
Y tú:
—Ya, ¿y?
Y ella:
—Pues… pues… ¡pues eso! ¿Qué más quieres? ¡¿Tú estás gilipollas?!
¿Ves? Ya has empezado a vacilar a tu mente. ¡La estás retando. Y la estás cabreando! ¡Felicidades!
Puede que ahora mismo estés de acuerdo con ella porque te parece evidente que quedarse hecha polvo es una putada. Pero si sigues manteniéndote imperturbable en tus «¿íes?», tu mente se acabará rindiendo porque la realidad es que no es capaz de explicarte por qué es tan horrible. Y por primera vez te abrirás a la pequeñísima posibilidad de que su drama no tenga sentido y perderá el poder de darte por saco. La única razón de que te dominara es que siempre te rendías antes que ella. Si aguantas los «íes» hasta donde ella no pueda seguir argumentando, te digo yo que a los pocos segundos vas a empezar a oír pequeñas risitas enlatadas en tu cabeza. ¡Como en las sitcoms!
Pruébalo con tus amigas cuando el drama lo tengan ellas. Cuando intenten argumentarte lo terrible de su tragedia, reproduce la conversación de arriba con ellas. Si aguantas lo suficiente sin inmutarte, a tu quinto «¿y?»