Argumentando se entiende la gente. Fernando Miguel Leal Carretero

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¿Tienes una buena razón para continuar la discusión?

      La segunda etapa de una discusión se llama la etapa de apertura. Aquí es donde se establecen las reglas y procedimientos de la discusión que empieza. La primera reacción que tendrás ante esta etapa es probablemente que nunca te habías dado cuenta de su existencia. Cuando una discusión comienza, esto es lo que ocurre: empieza y ya. No se discuten las reglas ni cosa parecida. Y en términos generales tu reacción es correcta. Pero no es porque no haya esta etapa, sino más bien porque ya has pasado por ella y ahora la das, junto con tu interlocutor, por entendida. Con otras palabras, no creamos nuevas reglas cada vez que interactuamos: mientras estés en una cultura que te sea familiar, lo usual será simplemente que continúes con la discusión.

      Con todo, hay un pero. Si algo ocurre en el curso de la discusión que sea inesperado, una jugada, un estilo o un tipo de prueba imprevista o que o no es usual, entonces puede ser que detengas el proceso y regreses a la etapa de apertura. Por ejemplo, si una de las partes de repente alza la voz o rompe a llorar, la otra parte podría objetar diciendo algo como:

      —¡No es justo!

      O bien:

      —Si vas a hacer eso, entonces no quiero discutir contigo.

      Si entonces Moni le dice a Male:

      —No voy a discutir contigo si sigues gritando.

      Male le puede responder:

      —¡No estoy gritando!

      Un intercambio comunicativo como éste es de hecho un regreso a la etapa de apertura y debe tomarse en serio antes de continuar con la disputa.

      Lo mismo puede ocurrir con la introducción de datos, informaciones o pruebas sorprendentes. Oli le dice a Pepe:

      —No me digas que nunca antes habías hecho eso. Hablé con tu mamá y ella me dijo que siempre lo habías hecho.

      Si Pepe responde:

      —¿Qué hiciste? ¿Hablaste con mi mamá? ¡No debiste hacerlo!

      Lo que Pepe está haciendo es regresar a la etapa de confrontación en la que habrá una discusión acerca de si Oli tenía o no derecho de hablar con la mamá de Pepe acerca de Pepe. ¿Por qué etapa de confrontación? Porque la cuestión en disputa es otra. Es cierto que Oli y Pepe se encontraban en la etapa de argumentación con respecto a la primera cuestión, a saber la de si Pepe había hecho eso antes o no; pero lo que hizo Pepe fue cambiar la materia de discusión y con su intervención arrojó a las dos partes de vuelta a la etapa de confrontación de una nueva discusión. Cuando un tema nuevo aparece se comienza desde el principio, y es muy útil darse cuenta de eso.

      ¿Por qué es importante esto? Porque te permite situarte, saber dónde estás. Si no estás donde crees que estás, puedes perder la ruta. Un simple darse cuenta de que la etapa de la discusión ha cambiado puede ahorrar a los interlocutores mucha alegata inútil. Una de las razones por las que una discusión ordenada puede volverse caótica es por haber muchos saltos de una etapa a otra. Imagina una discusión sobre si Cosméticos Pandora, una empresa familiar mediana, debe o no subcontratar sus servicios de información al cliente a una empresa en otra ciudad o incluso en otro país. Los factores que entran en la discusión pueden cubrir una variedad de asuntos, incluyendo costos, satisfacción de los clientes, pérdida local de empleos, imagen pública de la empresa, lealtad al estado o al país, compromisos familiares, historia de la compañía, y otras cosas por el estilo. La conversación en torno a todo eso tiene todo el potencial para saltar de un lado a otro. Sin embargo, si se presta atención a la etapa de apertura, es posible trazar parámetros de forma, por ejemplo, de que se discutan por separado las distintas cuestiones. Una vez que se ha hecho esto, los costos y beneficios individuales pueden sopesarse uno respecto de otro. Entonces se podrán examinar los distintos costos, por ejemplo, el beneficio económico de subcontratar en otro país como opuesto al sentimiento emocional de que se está traicionando a la patria, de forma de poder determinar la respuesta final.

      Darse cuenta de estas cosas es importante. Dividir un argumento en sus distintas partes, cada una guiada por sus propias reglas y criterios de prueba, puede ser muy útil y enfocado. Cuando tratas de hacer todo al mismo tiempo, a menudo no se logra absolutamente nada.

      La tercera etapa de una discusión es la argumentación como tal y sobre ella diré muy poco ahora, ya que ocupa la mayoría del libro. En esta etapa es donde las partes argumentan, donde presentan los puntos de vista que quieren defender y las razones que apoyan esos puntos de vista, donde se hacen objeciones y se responden, y donde se le sigue la pista a premisas y conclusiones. Lo que hemos visto hasta ahora son casos en que la etapa de argumentación nos lleva de regreso a la de apertura e incluso a la de confrontación. Si Oli, en el curso de la discusión, le dice a Pepe:

      —Oh, eso no es lo que había entendido que estabas queriendo decir; si es eso, estoy completamente de acuerdo.

      lo que hicieron fue dar un salto a la etapa de confrontación y acordar que no hay nada que discutir. Otra vez, la moraleja es que hay que prestar atención acerca de dónde estás y qué está ocurriendo.

      La última etapa de una discusión según los pragma-dialécticos es la etapa de conclusión. En ella es donde la discusión termina o se suspende. La discusión puede terminar de varias maneras, dependiendo de la clase de discusión que sea. Una negociación, por ejemplo, tiene obviamente un tipo diferente de conclusión que una investigación. Una discusión termina con una resolución, para utilizar el término pragma-dialéctico, cuando una de las dos alternativas es aceptada como correcta por ambas partes. Alternativamente, las partes en disputa pueden acordar una respuesta por una variedad de razones. El zanjar un desacuerdo no es lo mismo que resolverlo, ya que la primera opción no lleva consigo la carga de ser la verdad y la segunda sí. Como verás en la siguiente sección, las discusiones se concluyen más a menudo zanjando que resolviendo por la sencilla razón de que con frecuencia no tenemos suficiente confianza en el resultado obtenido como para llamarlo la verdad del asunto.

      Las discusiones a veces concluyen en el sentido de que se suspenden. Suspender una discusión es algo que puede ocurrir de muchas maneras, y no siempre con el acuerdo feliz de que nos damos tiempo. Una de las partes puede sin duda decir:

      —¿Sabes qué? No estamos yendo a ningún lado. Démonos un tiempo y lo discutimos después.

      Pero se suspende una discusión también cuando una de las partes se aleja abruptamente por rabia o frustración, o rompe a llorar, o simplemente tiene una cita y debe irse. Entiende por favor que suspender una discusión no es malo en sí mismo. Si la situación no es tal que pueda tomarse inmediatamente una decisión, puede resultar conveniente posponer una disputa que no está siendo productiva o incluso que nos está alterando. El postergar las cosas puede permitir que asimilemos ciertas informaciones, que los sentimientos se calmen, o que se abran nuevas perspectivas o se hallen nuevos datos. La idea de que las discusiones ocurren en un periodo corto de tiempo, que comienzan y terminan de una manera serial, simplemente no es correcta. La mayoría de las decisiones en que hay desacuerdo se revisan y reconsideran varias o muchas veces; y eso es algo bueno.

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