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pensar que nunca quiso preocupar a nadie… pero ya sabes, después de leer la carta, no sé muy bien qué pensar.

      Abstraídas, decidieron dejar que los minutos pasaran. Carmen apuró el café y tiró el vaso a la papelera, luego se sentó al lado de su hermano y volvió a cogerle la mano. Por el contrario, Blanca decidió seguir mirando hasta el infinito por la ventana de la clínica. Meditó minutos, horas… elucubrando sola. ¿Era cierto que Mario nunca la quiso como ella a él? Puede que no. Puede que Mario solo la utilizara para sentirse bien consigo mismo. Blanca, de cierta manera lo sabía, quizá por eso estuvo un par de años tonteando con varios chicos que la hicieron sufrir, porque no estaba segura de los sentimientos hacia Mario. ¿Era ese el castigo por haber cedido a los encantos de su novio? Blanca no quería pensar en eso. El intento de suicidio era algo más serio que unos simples sentimientos. ¿Y si realmente Mario utilizó a Blanca, qué problema había? Nunca se portó mal con ella, al contrario, siempre se sintió cómoda con él. Mario siempre había sido una persona en la que se pudiera confiar, y Blanca lo hacía. Entre ellos nunca había secretos. Ese es el pilar fundamental de una relación. Puedes tener altibajos, como todas las parejas, pero Blanca y Mario nunca los tenían… Hasta que Mario sucumbió a aquella depresión que le llevó a quitarse la vida. Pero su novio empezó a perder algo más que la sonrisa. Perdió kilos, perdió el apetito, perdió la mayoría de sus hobbies, perdió sus ganas de vivir. Perdió la sonrisa. Por perder, perdió hasta el contacto con sus seres queridos. Menos con Blanca, que siempre le apoyó en todo momento. Y ahora no iba a ser menos.

      La carta le había destrozado. Las razones de suicidio de su novio no la convencían, pero sabía que tenía que aceptarlas. En la carta, Mario hablaba de todas sus cosas buenas y todas las malas. Hablaba de Kovak, uno de sus mejores amigos, hablaba de su hermana Carmen, de sus padres, de Blanca, pero especialmente hablaba de Álex, su mejor amigo.

      Álex… ese ser que fue su mejor amigo, que le prometió que nunca se separaría de él, que le hizo creer que siempre confiarían el uno en el otro… Mario se lo había dicho por activa y por pasiva a Blanca: «Álex es el mejor amigo que voy a tener nunca, si algún día lo pierdo, yo también estaré perdido». Esas palabras ahora resonaban en su cabeza con más fuerza que nunca. ¿Era Álex el mayor motivo del intento de suicidio? Esas páginas narraban una verdad universal. Blanca lo sabía, pero se engañó durante años conformándose con estar a su lado. ¿Qué más podía hacer si ya estaba con la persona por la que tanto había suspirado? Pero la realidad era muy distinta. La verdadera verdad universal es que Mario estaba postrado en una cama en un limbo casi permanente y que Álex estaba durmiendo plácidamente en su casa.

      Blanca decidió tragarse el orgullo.

      —Carmen, ¿has llamado a Álex?

      —No… —contestó—. No estoy muy segura de hacerlo. ¿Tú qué opinas?

      —Opino que, si lo llamas, vendrá.

      —¿Crees que ayudaría en algo que…?

      —Sí. —Blanca no le dejó terminar—. Claro que le ayudará. Mario lo sabrá.

      Al día siguiente, un hombre moreno con una peculiar perilla picuda, recibió una llamada inesperada.

      Cuando Álex colgó el teléfono no podía apartar esa cara de incredulidad. Eran las 11:29 de la mañana. Lo normal es que no cogiera el teléfono en el trabajo, pero cuando vio que se trataba de Carmen, le pareció extraño. Lo primero que pensó es que estaba relacionado con su hermano y sus sospechas fueron confirmadas. Álex fue inmediatamente en busca de Kovak. Aquella tienda de electrodomésticos no vivía sus mejores días. La crisis económica había hecho mella en la facturación diaria, así que tenían pocos clientes a los que atender. Se recorrió todos los pasillos, pasando por la zona de informática, luego por la de ocio, hasta cruzar por la de electrodomésticos, que era la que le correspondía a su amigo. Kovak y Álex trabajaban juntos. Ambos habían superado la treintena. Se llevaban un par de años de diferencia y habían estudiado juntos en una importante escuela de artes escénicas. Después de varios años de casting y audiciones decidieron optar por la vía fácil: echar currículums a mansalva por toda la ciudad. El primero que lo consiguió fue Kovak, pero no por sus propios métodos, fue gracias a Mario que tiró de contactos para conseguirle el puesto. Es lo que tenía ser el hijo de un prestigioso bufete de abogados. Juan Antonio y María del Mar habían hecho favores a mucha gente de la isla. Mario detectó cómo los planes de Kovak se truncaban cuando le rechazaban en la mayoría de las audiciones, así que optó por hablar con un cliente de su padre —el encargado de la tienda de electrodomésticos de la calle Aragón— sobre las dotes carismáticas de su amigo; este cedió y concertó una entrevista. Juan Antonio tenía poder, sí, pero por desgracia no era muy ducho en el sector artístico, así que sus contactos eran más bien profesional inmobiliario, el sector del metal o siderúrgico, farmacéutico y comercial. Pocos días después, Kovak ya disponía de uniforme. Un año más tarde le tocaría el turno a Álex, que vivió una situación parecida a la de Kovak , no se le había dado bien la búsqueda de trabajo. En este caso, Mario no utilizó sus dotes, ya que, para entonces, habían perdido el contacto, pero Kovak se encargó de hablar maravillas de él y cuando hubo una vacante en la empresa le llamaron. Antes de que Álex empezara a trabajar con Kovak, los dos fueron ayudantes en el pub nocturno indie Varados, creado con los ahorros del mismo Mario. Ese sí que era un trabajo de ensueño.

      —Kovak, escucha, tengo que hablar contigo —abordó Álex, mientras Kovak le explicaba a un cliente.

      —¿Me disculpa, caballero? —le preguntó Kovak al cliente. Este asintió—. ¿Qué pasa, tío? Tenía el frigorífico vendido, espero que sea importante.

      —Lo es, créeme. —Álex le cogió del brazo y se lo llevó a un monitor de venta cercano.

      —¿Qué te pasa en la cara? Me estás asustando.

      —Se trata de Mario… —contestó apenado.

      —¿Os vais a reconciliar? ¡Joder! Eso sería estupendo. —Kovak notó que el rostro de Álex permanecía inamovible—. Vale, en serio, ¿qué pasa, tío? Ahora sí que estoy acojonado.

      —Se ha intentado suicidar.

      —¡¿Cómo?! —Kovak no podía creerlo. ¿Mario suicidándose?—. Pero ¿cómo? Joder, Álex, no te quedes así. ¡Cuéntame qué coño ha pasado!

      —Se ha tirado desde la azotea de su edificio. Está en la clínica. En coma. No saben si sobrevivirá.

      —Pero… si su edificio tiene cinco pisos… ¡Dios mío! —exclamó Kovak incrédulo—. ¿Cómo ha podido…?

      —¿Crees que ahora mismo eso me importa? —le preguntó Álex con sensatez—. Tenemos que ir a verle.

      —Sí, claro, claro —Kovak asintió sin terminar de creérselo—. Bien, vayamos a hablar con el jefe a ver qué nos dice.

      El primero en entrar en la habitación fue Kovak, y desde ese momento no pudo apartar la vista del cuerpo de Mario. Se llevó una mano a la boca mientras Carmen le recibía con todo el entusiasmo del que era capaz. Pocos segundos después entró Álex, quien abrazó fuertemente a Carmen. Kovak ya se había instalado cerca de Mario, pero Álex, en primera instancia se mostró distante.

      —Acércate a él —le animó Carmen.

      Kovak se apartó para que Álex pudiera observar a su amigo. Un terror acompañado de sudor frío le recorrió toda la espalda. No podía ver el estado en el que había quedado Mario. ¡Apenas lo reconocía! Se le escapó el aire por la boca, para inmediatamente girar la cabeza. No podía seguir observando el cuerpo demacrado del que había sido su mejor amigo.

      Kovak percibió su rechazo y le puso la mano en el hombro para consolarlo.

      —¿Cómo está? —le preguntó a Carmen.

      —Ahora mismo estable —contestó apesadumbrada—. Pero ha estado once horas en el quirófano. Tiene los huesos y algunos órganos destrozados…

      —¡Por


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