De viento y huesos. Charlie Jiménez

De viento y huesos - Charlie Jiménez


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muy larga, pero el castillo mola. Y hay unas vistas… Creo que le puede gustar, es una buena manera de impresionarla.

      —¿Y si cuando se lo proponga me dice que no? —preguntó dubitativo.

      —No te enteras, Kovak, el «no» ya lo tienes por adelantado. Es cuestión de actitud. Nunca aceptes un «no» por respuesta. Insiste.

      —Vale, lo intentaré.

      —No lo intentes —recomendó su amigo—, hazlo.

      —Vale, vale, lo haré. —Kovak advirtió cómo Mario le guiñaba un ojo—. Y en la excursión, ¿de qué le hablo?

      —Kovak… —Rio Mario—. ¡Te preocupas demasiado! Simplemente háblale. No sé, siempre puedes contarle la historia de tu apodo.

      —Es verdad. —Kovak se quedó pensando unos instantes, luego frunció el entrecejo—. Espera, ¡si tú nunca me has contado la historia de por qué me llamas Kovak!

      —Ah, ¿no? —Mario fingió sorprenderse—. No sé, como hace tanto tiempo ya de eso ni me acuerdo…

      En realidad, sí que lo recordaba. El problema es que Kovak padecía de memoria selectiva. Había cosas de las que no se acordaba por interés, y había otras que sí precisamente por lo mismo. Mario no quería ponérselo en bandeja. Prefería que fuera él mismo el que hiciera el esfuerzo y sorprendiera a la chica.

      Kovak no se llamaba Kovak. Su nombre real era Mark Bou, y tenía una forma particular de firmar, pero ¿por qué Mario había decidido llamarle Kovak? Por pura diversión. Mark era un tipo inteligente, algo limitado en actitud, pero un tipo listo, al fin y al cabo. ¿Cuál era el mayor defecto de Mark? Su letra. Escribía realmente mal, y eso se traducía en unas firmas un tanto irregulares. Los trabajos que se presentaban en clase de tecnología debían estar firmados en todas sus páginas, como si de una escritura de una propiedad se tratara, pero Mark tenía una extraña costumbre de superponer nombre y apellido en su firma. Para más inri, su «M» parecía más bien una «K», mientras que sus «U» se confundían perfectamente por las «V». Esa acción, para un profesor suplente, era un punto flaco. Suelen llamar a sus alumnos por los nombres del trabajo, así que cuando le tocó el turno a Mark Bou, le llevó un buen rato descifrar su nombre. El profesor Espinilla, un mote que le otorgó Mario por hablar de una forma un tanto molesta, descubrió que la firma de Mark era terriblemente ilegible, así que interpretó la firma con el nombre de Kovak. Tampoco ayudada que Mark Bou fuera hijo de madre inglesa. Al mencionarlo en voz alta delante de sus compañeros de clase, sentenció su apodo para toda la vida. Mark se levantó ante la mirada atónita de toda la clase. Rieron a carcajadas, y a partir de ahí, ya no sería Mark, sino Kovak, el de la firma. Así son los adolescentes. A Mario le bastó poco para cogerle el gusto a eso de llamarle Kovak. Es más, a Mark no parecía importarle demasiado. Naciendo así su apodo, se sentiría extraño cuando lo llamaran por su verdadero nombre.

      —Ah, eso sí. Si de verdad quieres conquistar a esa chica, córtate el pelo —le recomendó Mario a su amigo, retomando la conversación—. Es raro que ese flequillo rubio todavía no la haya ahuyentado…

      —Claro, para ti es fácil decirlo —contestó Kovak—. Como tú eres un tipo atractivo, con carisma, sonrisa encantadora y uno rizos rubios perfectos, pues lo tienes más fácil.

      Kovak era un personaje de cuidado. Solía vestir informal, aunque le gustaba portar alguna sudadera con gorro de recambio. Castaño, y de pelo corto, tipo militar, mostraba unos dientes algo imperfectos por culpa de su desalineación, pero, aun así, su sonrisa era bonita. Era delgado, pero cumplía con el promedio de peso recomendado, así que no solía tener carencias que le afectaran en demasía a su personalidad. Tal vez, ser una persona tímida le había puesto freno en algún que otro momento de su vida, pero lo que realmente lo caracterizaba es la capacidad nata que tenía para mencionar comentarios fuera de contexto. Ya podía estar despejado y sin probabilidad de lluvias durante una semana, pero él siempre diría que al final del día llovería. Quizá por llamar la atención, o porque simplemente, lo creía con firmeza. Eso sí, su falso altruismo lo compensaba con su sinceridad. Siempre decía lo que pensaba (para bien o para mal). Mario era su alter ego, o más bien, una figura a la que seguirle la pista. Confiaba en sus consejos, y en ese caso, no había más que decir. Si quería obtener alguna posibilidad con Catalina, debería cortarse el flequillo rubio que se había teñido por moda.

      Ambos se miraron y luego rieron.

      Ese domingo de excursión, el día les acompañó plácidamente. Hacía un sol de escándalo, pero los chicos iban cargados de provisiones para no deshidratarse. Durante la mañana, la humedad cubría el 85 % del aire que respiraban, pero eso no fue ningún impedimento para disfrutar de aquel día. Aparcaron los coches cerca del punto de partida y cargaron las mochilas a la espalda. Minutos después ya estaban subiendo por la ladera de la Sierra de Tramontana camino al castillo de Alaró. Kovak estaba orgulloso porque había convencido a Catalina, la chica que le gustaba, para que viniera a la excursión. El trayecto constaba de hora y media de ida y una hora de vuelta. Tiempo suficiente para que Kovak hablara largo y tendido sobre los gustos, costumbres y hobbies de Catalina.

      A Mario le hacía gracia la forma en la que Kovak abordaba a la chica. Aunque era algo retraído, se le veía nervioso, e incluso de vez en cuando se trababa al hablar. Estaba claro que Kovak no tenía práctica con el arte de ligar, cosa que Mario demostraba con soltura.

      Mientras subían por un sendero rocoso en el que era necesario agarrarse de ramas y follaje, Mario aprovechó para charlar con Catalina sobre Kovak. Su amigo, que quedó rezagado unos metros atrás, lo miraba con cierto desconcierto. ¿Qué pretendía hacer Mario? No se la arrebataría delante de sus narices, ¿verdad? Tampoco era la primera vez que lo hacía, y no es que le hubiera importado mucho, pero esta vez era distinto. Esa chica le gustaba de verdad y tenía la necesidad de conquistarla. Kovak tomó la decisión de observar la situación, quería ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar.

      Mario se acercó a Catalina, sigilosamente, procurando que no se percatara de su presencia. La chica era alta en comparación. A Mario le sacaba media cabeza, y eso que era de la misma altura que Kovak. De extremidades delgadas, con el pelo corto, y un flequillo ladeado que realzaba la belleza aguda de su rostro. Clavó su mirada en unos ojos grandes, y de pestañas largas.

      —Bueno, Catalina, cuéntame —avasalló Mario. Catalina pegó un pequeño bote. Ella rio, fingiendo que no se había asustado—. ¿Por qué te dio por ser actriz?

      —No sé, siempre he soñado con serlo —titubeó—. Sé que en la isla hay pocas salidas, pero el teatro sigue ahí al pie del cañón. Por lo menos en Palma sigue teniendo público activo.

      —¿Por qué crees que quieres ser actriz? —Mario la incitó a abrirse.

      —Porque es lo que me hace sentir bien. No sé, cuando interpreto, dejo de ser yo por un instante. Eso me gusta. Además, me encanta ser otra persona, aunque solo sea durante un tiempo. A veces ser yo misma me cansa. Necesito un cambio de vez en cuando. Ser de otra manera. No sé por qué te estoy contando esto, la verdad. Apenas te conozco. —Rio.

      —De hecho, me conoces de aproximadamente… media hora —bromeó Mario. Catalina rio de nuevo—. ¿Puedo decirte algo sin que te ofenda?

      —Claro, ¿por qué no?

      —El hecho de que necesites ser una persona diferente a la que eres, ¿no será porque no estás cómoda contigo misma?

      —Vaya… —meditó Catalina—. Nunca lo había pensado.

      —Te lo digo porque me recuerdas mucho a una persona a la que quiero.

      —Ah, ¿sí? —Mario había despertado su curiosidad—. ¿Conozco a esa persona?

      —Lo tienes justo detrás.

      Catalina se giró y observó a Kovak. Resbaló con una roca, pero Mario fue hábil y le agarró por el brazo. Subieron un par de rocas más hasta retomar el sendero. El angosto camino les dificultaba la conversación, así que hicieron pausas cada trescientos


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