Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


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entregándose al efecto que se iba adueñando de sus sentidos.

      Ya más a gusto, animado y predispuesto, regresó a la barra.

      –Dame otro espirituoso, Lalo –deslizó al ubicarse en el asiento, desde donde trató de dar con su presa.

      Recorrió una vez más la pista de baile con la mirada y sonrió afanosamente al detectarla; había regresado a la tarima. Bebió un poco de vodka, estudiándola con disimulo. Ella lo observó y él advirtió el impacto que había causado en la mujer. Ocultó la sonrisa tras su trago al ver que descendía y se dirigía hacia la barra. Picó, pensó y se volvió hacia Lalo, a quien guiñó un ojo con complicidad.

      –El juego está a punto de comenzar, Lalito –informó al dejar la copa sobre la barra–. Estate atento.

      Mirko la miró de reojo. Parcialmente apoyada sobre la barra, la chica pedía dos margaritas. Se dedicó a observarla con el mayor disimulo del que fue capaz. Se concentró primero en los glúteos; eran redondos y llamativos. Me gusta, pensó, cada vez más satisfecho con su elección. Fue ascendiendo, recorriendo la cintura con la mirada hasta alcanzar sus senos, apenas sostenidos por una prenda sin mangas. Perfecta, afirmó con conocimiento de causa. La chica parecía no darse cuenta de su sensualidad y eso lo divirtió porque sería mucho más sencillo convencerla. Vaya noche de suerte, se dijo al considerar que era el mejor ejemplar de los últimos cuatro que le había tocado abordar. Con ella tal vez hasta lo disfrutaría.

      –¡Qué suerte que decidimos venir! –gritó la rubia al pararse al lado de él–. Me encanta este lugar.

      A su amiga también le gustaba. Mirko lo supo porque ambas hablaban a los gritos y, desde su ubicación, podía escucharlas perfectamente sin esforzarse demasiado. Lalo eligió ese momento para entregar las margaritas que le habían ordenado y se ocupó de que la muchacha elegida por Mirko recibiera el trago correcto. Era su manera de ayudarlo.

      –Brindemos, amiga –dijo la morena–. Voy a extrañar mucho nuestras salidas cuando esté instalada en Madrid.

      –Porque un buen madrileño tome mi posta y te lleve de fiesta –deslizó la rubia, divertida, al chocar sus tragos.

      –Por Madrid, entonces.

      Siguieron bebiendo entre risas. De tanto en tanto se movían al ritmo de “Aserejé”, que en ese momento tenía a los presentes al borde de la locura. Al cabo de unos minutos, la rubia dejó la copa sobre la barra y se alejó dirigiéndose hacia los baños.

      El momento había llegado. Hora de entrar en juego, se ordenó Mirko. No tenía más tiempo que perder.

      De repente, como si un telón se hubiese elevado dejando al descubierto sus verdaderas intenciones, Mirko dejó de mirarla con disimulo para hacerlo con descaro. Deliberadamente, por varios segundos se limitó a recorrer con la vista las líneas de su rostro, procurando que ella se sintiese observada primero y deseada después. Su mirada siempre lograba debilitar la resistencia femenina, las tornaba accesibles y predispuestas.

      No pasó mucho tiempo hasta que hizo contacto visual con la muchacha. Ella le sostuvo la vista con determinación, clavando sus ojos negros en los celestes de él. Mirko terminó sonriendo ante la firmeza que ella presentaba y, una vez más, reconoció que su elección no podía haber sido mejor.

      –¡Lalo, otra margarita y lo de siempre para mí! –indicó Mirko sin apartar la mirada de la chica, que ahora lo contemplaba con algo de reparo–. Supongo que puedo invitarte un trago, ¿verdad?

      Ella lo miró súbitamente embelesada. Hacía rato que no veía a un hombre tan atractivo, tan sensualmente peligroso. El azul de sus ojos la envolvía, la acariciaba y ella se dejó llevar. ¿Por qué no?, se dijo. ¿Qué mejor forma para disfrutar de mi última noche en Mar del Plata? En pocos días volaría a Madrid, donde pensaba establecerse. Me merezco una buena despedida, pensó, entusiasmada.

      Por el rabillo del ojo vio que su amiga pasaba de largo al notar que estaba entretenida con ese apuesto hombre. Se mordió los labios para ocultar la sonrisa al ver el gesto que su amiga le hacía.

      –Aquí tienen –dijo Lalo deslizando los tragos frente a ellos.

      Mirko los tomó y le ofreció uno a la muchacha, que parecía encandilada. Ella sonrió y agradeció por lo bajo cuando tomó la copa.

      –Mi nombre es Milo –se presentó con voz sensualmente melosa–. ¿El tuyo?

      La sonrisa se amplió en el rostro de la joven, que claramente no creyó que ese fuera un nombre real. Tampoco tenía intenciones de ser demasiado sincera y dar el suyo. Bebió un poco de su trago antes de responder y decidió seguirle la corriente.

      –Mile –respondió, desafiante, mostrándose divertida por el juego de palabras.

      Mirko rio ante lo ocurrencia. Ingeniosa y provocadora; cada vez me gusta más. Era bueno que se mostrara dispuesta a seguirle el juego. Eso facilitaría mucho las cosas. La bebida espirituosa estaba haciendo efecto; se le notaba en la mirada, en la sonrisa y en el modo en que se sostenía de la barra para no perder el equilibrio. Ya tenía a su presa comiendo de su mano. En adelante, todo sería más sencillo. Con disimulo consultó su reloj. Faltaban cuarenta y cinco minutos para las tres y media.

      Se dispuso a avanzar un poco más. Acercándose a ella, inició una conversación. Le hablaba casi al oído apoyando despreocupadamente su mano sobre el hombro desnudo, rozando su piel con ligereza. Luego se separaba y la miraba directo a los ojos a la espera de su respuesta. Por momentos, parecía que a ella le costaba hablar. En dos ocasiones se mordió los labios y en otras tres rio con nerviosismo. Pan comido, pensó Mirko, decidido a pasar a la siguiente etapa.

      Terminó su vodka sin apartar la vista de la muchacha, que parecía derretirse con sus atenciones. Luego de apoyar su copa sobre la barra, estiró la mano para pasarla por la cintura de ella. La arrastró hacia él procurando que una de sus piernas se interpusiera entre las de ella.

      –Así está mejor –murmuró Mirko sensualmente, y sonrió. Necesitaba tantearla, cerciorarse de que empezara a caer en sus manos. Una vez más acercó su nariz al cuello de ella. Lo recorrió con delicadeza provocándole un temblor que no pasó desapercibido para él–. Deliciosa –susurró.

      Ella se estremeció cuando el aliento de Mirko le rozó el cuello primero y la nuca después. Empezaba a sentirse obnubilada por el modo en que él la abordaba. Las piernas le flaquearon y terminó sentada sobre el muslo de Mirko, quien ahora le sonreía maliciosamente.

      Encandilada por sus ojos celestes, no fue consciente del momento en que él deslizaba sutilmente la mano por su pierna hasta alcanzar su intimidad.

      –Bebe –le indicó ofreciéndole el trago con la mano libre. Ella accedió y bebió un largo sorbo mientras el calor crecía entre sus piernas. Se sobresaltó al sentir que el nudillo del dedo corazón de Mirko recorría, por sobre la delgada lencería, toda la abertura de su sexo, y no pudo evitar estremecerse de deseo. Él lo notó y sonrió ufanamente, y una vez más acercó su boca al oído de ella–. ¿Alguna vez has tenido un orgasmo entre tanta gente?

      Ella apenas pudo negar con la cabeza. Comenzaba a sentirse mareada, algo sofocada y completamente hipnotizada por la voz de ese hombre que la seducía, la envolvía y plantaba imágenes en su mente. Se le agitó la respiración.

      –Mejor bailemos un poco –sugirió él, quebrando completamente el clima que había creado. Eso la descolocó.

      Lo cierto era que Mirko no deseaba que ella alcanzara el clímax que todo su cuerpo anhelaba casi con desesperación; la quería excitada y necesitada de lo que él pudiera darle. Quedaban solo veinte minutos para las tres y media y en ese tiempo volvería a llevarla hasta el límite de su necesidad para negárselo, para inundar su mente de todo lo que pensaba hacerle; pero no allí.

      El baile estaba en su apogeo, y Mirko sabía que no contaba con mucho tiempo. Mientras se trasladaba hacia la pista de baile llevando a la muchacha


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