Salvar un corazón. María Laura Gambero

Salvar un corazón - María Laura Gambero


Скачать книгу
canciones a seducirla, a tentarla masajeándole los glúteos con descaro, rozando la piel de su cintura con la yema de los dedos; provocándola, esquivando su boca, que desinhibidamente buscaba la de él. Ese juego estimulaba a Mirko, quien también empezaba a prepararse, y la enloquecía a ella, que a esas alturas hubiera sido capaz de desvestirse allí mismo si él se lo hubiese insinuado.

      Ella sentía que algo extraño sucedía con su cuerpo y con su mente; fue consciente de ello en un atisbo de lucidez, pero no tenía ni fuerzas ni intenciones de resistirse. Él la tenía envuelta en sus brazos. Balanceándola al ritmo de la música, le susurraba al oído todo lo que pensaba hacer con ella. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo a medida que su mente visualizaba cada palabra que escuchaba. Las piernas le flaqueaban, por momentos la vista se le nublaba, y la música, los gritos y los cantos de la gente que la rodeaba se amortiguaban. El deseo corría raudo por sus venas, quemando los pocos resabios de consciencia que perduraban en ella. Fuego desmedido, ardiente y desbocado era lo que sentía en su interior; se sentía sofocada y desbordada. Lo deseaba de un modo desesperante, a tal punto que la piel le ardía.

      Mirko eludió una vez más la boca de la chica, que en un descuido casi lo alcanza. Lamentablemente, eso era algo que nunca le daría, pues él no besaba; nunca besaba en los labios a las mujeres con las que se acostaba por dinero, ni a las que pagaban por sus servicios, ni a las que cazaba para cancelar su deuda con Candado, como era el caso de esa noche. Le revolvía el estómago pensar en besar a esas mujeres que no significaban absolutamente nada para él; lo suyo era netamente comercial.

      Sin romper el contacto y alimentando aún más el hechizo, Mirko la fue guiando hacia el fondo del local donde, tras un oscuro cortinado, se encontraba una puerta que conducía a un sector privado. La abrió con la llave que Lalo le había entregado y, con sigilo, arrastró a la joven hacia adentro. Era un lugar pequeño, de paredes cubiertas por cortinados negros y luces tenues pero puntuales que enfocaban una cama circular, y tenía una silla que enfrentaba un amplio espejo rectangular empotrado en la pared y una mampara opaca.

      A estas alturas, la chica no era dueña de ninguno de sus movimientos, solo accedía a lo que Mirko propusiera. La detuvo frente a un espejo y allí, de pie, comenzó a desvestirla sin dejar de besar su cuerpo, sosteniéndola con los brazos, rozando sus pechos, susurrándole al oído dulces palabras y suaves. Ella temblaba y, ya despojada de sus prendas, se recostó contra el cuerpo de él completamente entregada a la propuesta.

      Con sus manos le dio lo que deseaba; casi un premio por su buena predisposición. Entonces la penetró enérgicamente. Miró su rostro reflejado en el espejo y sonrió con arrogancia al notar que sus rasgos transmitían tanto placer como gozo y lujuria. Bien, eso es algo que gusta y paga, pensó. Todo se desarrollaba según lo planeado. La muchacha estaba a punto de alcanzar una vez más lo único que todo su cuerpo deseaba. Sus gemidos podrían haber despertado hasta a un muerto, y cuando se sumergió en el espiral que la condujo a la cima, el grito de liberación fue tan agudo como extraordinariamente sensual.

      Con un movimiento preciso, Mirko la giró para alzarla y obligarla a rodearlo con sus piernas. Pero entonces ella lo tomó desprevenido y, enroscando sus brazos al cuello de él, se apoderó de su boca de un modo tan salvaje que Mirko no tuvo cómo contrarrestar el embate. Su boca era fresca, era suave a pesar de la fuerza que el beso imponía. El beso era profundo, hambriento y tan ardiente que lo sacudió. Esta vez fue él quien sucumbió al estímulo. ¿Cuánto hacía que no recibía un beso, uno deseado, uno genuino y sincero? No halló en todo su cuerpo resabios para neutralizarlo y se encontró respondiéndolo con igual intensidad hasta sentir que empezaba a perder el control. Agitado, se separó y por un momento se mareó al sentir que la oscuridad de los ojos de ella contagiaba de bruma los suyos. Entonces, la recostó sobre la cama y ya no fue dueño de nada. El estremecimiento fue poco a poco gestándose en su entrepierna primero hasta propagarse por sus muslos, por su vientre y apoderarse de su voluntad.

      La muchacha, que en un principio se había mostrado sumisa y doblegada, volvía a besarlo con avidez y descaro, generando sensaciones que Mirko no había experimentado en muchísimo tiempo. Una batalla de voluntades se instaló en sus bocas. Un intercambio casi violento que por momentos tuvo mucho de necesidad animal. El sexo se tornó primitivo, lujurioso y desenfrenado, casi salvaje. Ninguno de los dos tenía el control; ninguno podía imponer su voluntad.

      Cuando todo terminó, cayeron rendidos sobre las sedosas sábanas de la cama circular, con la respiración agitada y los cuerpos exhaustos. Mirko entreabrió los ojos procurando recuperarse. Sentía el cuerpo de la chica pegado al suyo y le resultó tan extraño como tranquilizador. Ella estaba acurrucada contra él; una de sus piernas cruzaba las suyas, y una mano reposaba serenamente sobre su pecho. La miró con cierta aprensión, considerando lo inusual de toda la situación; no entendía qué demonios había sucedido. A pesar del desconcierto, se encontró recorriendo el rostro de ella con la yema de los dedos; admirándola, develándola. Un gesto cargado de una ternura desubicada en él. Se descubrió pensando en la cálida profundidad de esa muchacha a quien no conocía y, sin embargo, había movilizado fibras que nunca nadie había alcanzado. ¿Por qué? ¿Cuál era la diferencia con las otras mujeres? No lo sabía, tampoco lo entendía, pero se sentía extraño y el deseo de volver a saborear su boca lo abordó y no se privó de hacerlo. Ella respondió como lo había hecho durante toda la noche, pero en esta ocasión sus labios transmitían plenitud, y la mano que acariciaba su pecho, ternura. Fueron besos dulces, reconfortantes, que inundaron su cuerpo de un calor inusual y reparador. Se dejó llevar.

      Al cabo de media hora, Mirko consideró que era suficiente sentimentalismo. Esa noche, Candado podía considerarse más que pagado; no tenía recuerdos de haber atravesado una actuación semejante. Se puso de pie y, luego de estirarse, buscó su ropa. Necesitaba un trago y verificar que Candado hubiera dejado lo prometido en el baño. Una vez vestido dejó la habitación. La chica dormiría un poco más.

      El silencio que la rodeaba se quebró por un estruendo que duró unos segundos. Se irguió, frunciendo el ceño. Un dolor punzante le atravesaba la cabeza; le dolía todo el cuerpo, principalmente la entrepierna. Agradeció la luz tenue, tenía la visión difusa, pero la intensidad del silencio lejos de relajarla, la alarmó. No recordaba cómo había llegado allí, mucho menos en qué circunstancias se había desnudado.

      Poco a poco sus ojos fueron focalizando y comenzó a ver con mayor nitidez. Un escalofrío la estremeció al percibir los recuerdos que, como relámpagos, llegaban a ella. Sin embargo, no podía recordar con precisión el rostro del hombre con quien había estado. Se puso de pie y su imagen quedó reflejada en el espejo. Tembló, asustada por no tener mucha consciencia de lo que había hecho. Estaba mareada, sentía las piernas débiles y le costaba mantenerse en pie. Se sentía mal, pésimo. Sin poder controlarlo, se le revolvió el estómago y vomitó sin remedio. Con cierta debilidad logró erguirse. Tenía que salir de allí a como diera lugar. Recogió su ropa, que se hallaba desparramada por el suelo, y se vistió con premura.

      Desesperada, recorrió la habitación con la mirada; no había puertas ni ventanas, solo oscuros cortinados. ¿La habían encerrado allí? ¿Dónde estaba? No lograba recordar. Casi corriendo, con el rostro arrasado por las lágrimas y la visión empañada, llegó a uno de los cortinados. Lo recorrió hasta dar con una abertura. Salió de esa habitación y vio una puerta. Esperanzada por haber encontrado una vía de escape, se dirigió hacia allí. Para su desconcierto, descubrió que no se trataba de una salida, sino de una habitación que apestaba a tabaco y cigarros.

      Cada vez más aterrorizada, repasó el lugar con la mirada y el corazón casi se le detiene de azoro al contemplar la gran cantidad de sillas que, desordenadas, enfrentaban un amplio ventanal. Se acercó y se espantó aún más al comprobar que desde allí se tenía una visión óptima de la habitación donde ella había estado. Comenzó a temblar sin control. El terror gobernaba cada uno de sus sentidos y, a los tumbos, regresó al oscuro corredor desde donde milagrosamente divisó una salida de emergencia camuflada con el color oscuro de la pared. Estaba a punto de alcanzar la salida cuando escuchó las voces que se acercaban a ella. La abordó una ola de pánico que casi logra


Скачать книгу