Ylandra. Tiempo de osadía. Roberto Navarro Montes
Enara?
—Este caballero dice que tiene un paquete para mí. Pero dice que el hombre que se lo dio le prometió dos platas en el momento de su entrega.
—Lo tenía escrito en una carta, señora —dijo el hombre.
—Maestra, señor —le corrigió Enara—. Debe dirigirse a mí como maestra, no como señora.
—Por supuesto, señora, maestra.
Enara levantó las cejas, desesperada. Siara sabía que la relación de su amiga con el dinero era tan buena que le costaba demasiado desprenderse de él y aquel hombre no parecía poseer ninguna habilidad intelectual capaz de vencer eso. Decidió echarle una mano.
—¿Dónde está la carta? —le preguntó.
—Eso quería decirle a la señora, maestra. Me pilló una tormenta viniendo hacia aquí y la carta se mojó. La tinta se corrió y ya no se puede leer na.
—¿Y quién le dio la carta y el paquete? —preguntó Enara.
—Un hombre en El Paso. En una taberna. Me dio el paquete y me dio la carta. Me dijo que no abriera el paquete bajo ningún concepto hasta habérselo dado a la maestra Enara Stapel de Villa Lumeni. He llegado aquí y me han dicho que no llegaría hasta la noche, así que la he esperao. He hecho un desvío muy grande en mi viaje y tendrá que darme las dos platas, señora.
Enara suspiró, entre cabreada y desconfiada.
—Vamos, Enara, dale las dos platas al caballero.
—Oye, dáselas tú si quieres —le respondió.
—¿En serio? ¿Dos platas?
Enara rezongó, rebuscó en sus bolsillos y le dio el dinero al mercader. Este le tendió un paquete bien envuelto con una tela de seda. Enara lo cogió, le quitó el envoltorio y descubrió un libro.
—¿Qué tenemos aquí? —dijo.
Siara vio que su amiga ya no estaba molesta ni enfadada. Parecía encantada con la compra.
—Y bien, ¿qué es?
—Es un libro escrito en antiguo irylio. Es una rareza encontrar algo así tan bien conservado. Debe tener más de dos mil años —dedujo y se giró hacia el mercader—. ¿Qué le dijo la persona que se lo entregó? ¿Qué ponía en la carta?
—Me dijo que no abriera el paquete bajo ningún concepto hasta habérselo dao a la maestra Enara Stapel de Villa Lumeni.
—Eso es lo que me ha dicho antes —protestó Enara, concentrándose en parecer calmada—. ¿Le dijo algo más? ¿Le habló del paquete? ¿Le dijeron dónde lo había conseguido?
El hombre pensó unos instantes y luego negó con la cabeza.
—¿Cómo era el hombre? —preguntó de pronto Siara.
—Un tipo normal, señora.
—¿Alto, bajo, gordo, delgado, blanco, negro, anirio, irio? ¿Cómo era?
El hombre frunció el ceño y se mojó los labios con la lengua.
—Pues veamos, era más bien bajo y delgao. Castaño y blanco. Irio. —Enara miró a Siara y esta negó con la cabeza mientras se encogía de hombros—. Aunque no creo yo que ese hombre fuera el que quería enviar el paquete, señoras.
—¿Por qué?
—Parecía que no sabía mucho del tema. Como si le hubieran dao unas instrucciones a seguir. Sí, seguro que es eso. —El mercader asintió convencido—. Y ahora, si me disculpan, señoras, es tarde y tengo camino que recorrer. Buenas noches.
Una vez se hubo ido, Siara se bajó del caballo y se acercó a Enara, que ojeaba las páginas centrales del libro, repletas de extraños símbolos.
—¿Sabes leerlo?
—No estoy ni cerca de saber. Pero en la portada pone Libro de Rótalo.
—¿El Libro de Rótalo? ¿Quién te mandaría algo así? —preguntó Siara.
—No tengo ni idea. Si ese estúpido mercader no hubiera destrozado la carta… —dijo Enara—. Es igual. Esto va directo a mi estantería.
Siara miró el libro, se encogió de hombros y echó a caminar.
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