Ylandra. Tiempo de osadía. Roberto Navarro Montes

Ylandra. Tiempo de osadía - Roberto Navarro Montes


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      —Eso no ocurrirá, maestro Dilan —dijo Andiles.

      —Entonces no tengo más remedio que exigir la decisión de la cámara, gran maestro.

      Andiles se revolvió iracundo en su asiento.

      —¿Una votación ahora? —preguntó—. No, maestro, la recuperación del valle de Caldaso se debatirá.

      —¡Usted no tiene derecho a negarme una votación!

      Siara olvidó sus intenciones, su pasado y enterró sus recuerdos. Antes de darse cuenta estaba en pie y su voz inundaba la sala.

      —¡Somos La Escuela, Dilan! ¡Maldita sea! ¿También permitiremos que los gobiernos extranjeros, esos que tanto nos deben, coarten nuestra libertad para debatir y elegir nuestro propio futuro?

      La cámara volvió a quedarse en silencio. La tensión era tan espesa que un hombre podría haberse alimentado de ella. Al sentir lo que había provocado, Siara suspiró y volvió a sentarse.

      —Maestra Siara Roscharch, a todos nos alegra volver a oír su voz en esta cámara —dijo el gran maestro Andiles—. Y me sorprende estar de acuerdo con usted. Maestro Dilan, como ha dicho la maestra Siara, no podemos dejar que gobiernos extranjeros censuren esta cámara. La propuesta se debatirá. Las votaciones se producirán más tarde.

      Un rumor sordo se extendió por la sala y el maestro Dilan se sentó, hecho una furia, mientras comentaba algo con sus compañeros.

      A continuación se produjo un agitado debate. Salvo algunas intervenciones realizadas al inicio del mismo, el resto no consiguieron aportar nada a su conclusión. Con el calor de una conflictiva idea, los maestros dejaron de lado el respeto y comenzaron a lanzarse pequeñas blasfemias hirientes que caldeaban más y más el debate.

      Llegó un momento en el que los turnos dejaron de respetarse y varios maestros comenzaron a gritar al mismo tiempo, haciendo ininteligibles sus palabras. El gran maestro Andiles agarró el mazo de madera y golpeó con él sobre la base. Los ruidos se extinguieron y la vergüenza asomó al rostro de algunos maestros. Rara era la ocasión en la que el gran maestro debía mandar callar a sus colegas.

      Una vez recuperada la calma, el maestro Dilan se puso en pie.

      —Si estamos dispuestos a debatir un tema tan frágil, deberíamos poder estar a la altura. Utilizar la lógica y el raciocinio —aconsejó con un tono conciliador—. Gran maestro, ha dicho que deseaba desarrollar un plan de actuación para recuperar el valle. ¿A qué tipo de plan se está refiriendo?

      —Gracias, maestro Dilan —dijo Andiles—. La respuesta es sencilla. Aquel plan que nos lleve a la recuperación de aquello que nos pertenece.

      —¿Eso incluye acciones militares? —preguntó Dilan.

      La cámara se agitó ante tal perspectiva. El gran maestro pidió silencio.

      —El norte es nuestro aliado más antiguo. Ninguno de los aquí presentes desea iniciar un conflicto militar con ellos. Propongo comenzar por acciones diplomáticas. En caso de no funcionar, probaremos con acciones judiciales.

      —Será juzgado por un juez de la Alta Corte —decretó Dilan.

      —Lo que asegurará la legitimidad del proceso.

      —No gustará a nuestros aliados. No gustará en Ylandra.

      —Es momento de dejar de temer lo que la república opine de nosotros. El hecho es el siguiente, maestros: ese valle pertenece a La Escuela. La República de Ylandra nos ha castigado por los delirios de un loco, sin asumir que fueron ellos y solo ellos los que le proporcionaron todo su poder. Es hora de dejar de pagar por los errores de un traidor genocida.

      A Siara le habían temblado las mandíbulas al escuchar la palabra «loco». «Traidor» le había desbocado el corazón y «genocida» le había disparado la lengua. Se puso en pie y golpeó con fuerza el asiento.

      —¡No permitiré que la memoria de Aleyn sea pisoteada de esta forma!

      —Maestra, por favor —dijo Andiles.

      —¡No! No dejaré que tilden a Aleyn de loco, traidor y mucho menos genocida. Aleyn salvó esta escuela. Salvó Ylandra. La única razón por la que hoy no es venerado como un héroe es la cobardía de esta cámara. Prefirieron arrodillarse en lugar de ser leales. —Recorrió la sala con la mirada y se detuvo ante los ojos de Enara, que negaba abatida. Algo parecido a la culpa se agarró a las vísceras de Siara—. El valle de Caldaso representa el último insulto que le hicieron. Creo que debemos recuperarlo, de forma pacífica, pero también inmediata. Es hora de votar —demandó Siara.

      Nadie en la cámara se puso en pie, ni dijo nada.

      —Si es todo, votemos —propuso Andiles—. Nombraré a cada uno de los maestros y estos levantarán la mano para designar su acuerdo con la propuesta de recuperar el valle de Caldaso. Dejarán la mano abajo para designar rechazo.

      Andiles fue nombrando a los maestros uno a uno. La mayoría levantó la mano al oír su nombre. Siara lo hizo y Enara también. Finalmente dos tercios de la cámara votaron a favor y el resto, la mayoría consejeros de asuntos exteriores, votaron en contra. La propuesta de recuperar el valle de Caldaso fue aprobada y la resolución se incluyó en el acta oficial. Después el gran maestro dio por terminada la sesión y el óxido de las placas desapareció, descubriendo el reluciente dorado de su superficie.

      Cuando los maestros volvieron a salir al exterior el sol estaba comenzando a ocultarse tras las montañas. Enara se reunió con Siara y le propuso regresar a Villa Lumeni juntas. Suponía un viaje de tres horas ir de la una a la otra, principalmente porque la primera parte del camino implicaba bajar una montaña por caminos tortuosos. Siara aceptó el ofrecimiento, subieron a sus caballos y se marcharon.

      Ya en campo abierto, las dos amigas pasaron a hablar sobre el inicio del nuevo curso. En apenas unos días, los aprendices que desearan continuar en La Escuela iniciarían su aprendizaje para convertirse en maestros y los aspirantes que ya llevaban un tiempo continuarían perfeccionando sus habilidades.

      —El día se va acercando —advirtió Enara—. ¿Nerviosa?

      —¿Quieres dejar de preguntarme lo mismo? ¡Pareces una cría!

      —¿Eso es que sí? —dijo Enara sonriendo—. Sí. Lo veo en tus ojos. Te asusta.

      —Mira, profesora, hace falta mucho más que una pandilla de ignorantes para asustarme.

      —De acuerdo, profesora —repitió Enara con un tono de burla—. También escogerás pupilos, ¿no?

      —Dudo mucho que ninguno de esos críos esté a la altura de lo que espero en un pupilo. Así que supongo que la respuesta más prudente es que no. No tendré pupilo.

      —Quizá alguno te sorprenda.

      —Lo dudo mucho. La única persona cuyas habilidades consiguieron sorprenderme fue… —dejó la frase en el aire. No quería pronunciar otra vez su nombre.

      —Bueno, pero si aparece otro hombre así, por favor, no te cases con él —dijo Enara.

      Siara giró la cabeza y, al ver a su amiga sonreír, la furia que tenía dentro se disipó. Solo había sido una inocente broma. No podía cabrearse cada vez que alguien bromeara con ella. Menos aún la última amiga que le quedaba.

      —¿Una carrera? —retó a Enara, mientras se recogía el pelo.

      Enara frunció el ceño y esbozó una sonrisa traviesa.

      —Eres una pésima amazona, Siara.

      —Lo sé. Pero tengo ventaja.

      Antes de que Enara pudiera reaccionar, Siara espoleó su caballo y este se lanzó al galope por el camino. Enara sonrió impotente y echó a galopar, viendo cómo la distancia entre ambas se acrecentaba rápidamente.

      A pesar de ello, a mitad de camino Enara alcanzó el caballo de Siara y para cuando entraron


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