La dignidad. Donna Hicks
valioso potencial efecto de la lectura y comprensión de las ideas de Donna Hicks es particularmente relevante en las sociedades de habla hispana para las cuales ha sido elaborada esta traducción del libro, las cuales, como muchas sociedades en todo el mundo, están dolorosamente plagadas de la tendencia a que sea violada la dignidad de las personas. Con demasiada frecuencia, en las sociedades hispanoparlantes, los hombres violan la dignidad de las mujeres, padres la dignidad de sus hijos, profesores la de sus estudiantes, y las autoridades políticas la de las comunidades que las eligieron para servirlas. Los abusos del machismo, que por su misma esencia viola la dignidad de todas las mujeres, y del racismo, el clasismo, la falsa auto-atribución de ‘superioridad’ por uno u otro grupo, el ejercicio abusivo de la autoridad y del poder en múltiples contextos incluidos familia, lugar de trabajo, comunidad, son ocurrencias cotidianas en el mundo de habla hispana que, creo firmemente, es nuestra obligación moral erradicar.
Un tercer importante beneficio que La Dignidad de Donna Hocks ofrece al lector interesado es una introducción, a través de sus muchas referencias, comentarios y explicaciones, al trabajo académico y las publicaciones de numerosos influyentes científicos y cientistas sociales, en una amplia gama de campos y sub-campos del saber, que han contribuido y siguen contribuyendo a nuestra siempre creciente comprensión de los infinitamente complejos y fascinantes fenómenos de la mente humana y la interacción social.
El lector que logre derivar lo más posible de estos potenciales beneficios estará profundamente en deuda con Donna Hicks por su ayuda en la adquisición de la que es tal vez la más valiosa de las habilidades humanas, aquella que nos hace plenamente capaces de las que son descritas como “relaciones de mutuo mejoramiento” por el gran sicólogo social y Profesor emérito de la Universidad de Harvard, Herbert C. Kelman, al lado de quien la Doctora Hicks trabajó durante varios años mientras él era Director y ella Directora Adjunta del Programa para el Análisis y la Resolución de Conflictos Internacionales, PICAR por sus siglas en inglés, en el Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, del cual fui honrado con ser nombrado Miembro Asociado en 1997.
Todo esto es totalmente congruente con uno de los desarrollos más luminosos del pensamiento sicológico de las últimas décadas, la ampliamente conocida teoría de la inteligencia emocional.7 Como señala la Doctora Hicks,
Honrar la dignidad de los demás mejora significativamente la experiencia de ser parte de una relación. Una buena relación nos hace sentirnos bien, pero una en la cual ambas partes reconocen la valía de la otra persona nos hace sentirnos aún mejor. Sin la carga que las amenazas colocan sobre una relación, ambas partes se sienten libres para extenderse la una hacia la otra, para abrirse. Esa es la experiencia opuesta a la de estar a la defensiva. Con esa seguridad viene la libertad para acoger la intimidad y la genuina conexión.8
Donna Hicks merece el profundo agradecimiento de todos quienes compartimos un interés en y una preocupación por el bienestar emocional de las personas, la interacción interpersonal y social constructiva, sociedades funcionales antes que disfuncionales, la paz y la esperanza, por habernos obsequiado este extraordinario libro que constituye una contribución esencial a la satisfacción de todas esas nobles aspiraciones humanas, y la traducción del cual me honra poner a disposición del público lector en español.
Jorje H. Zalles
Universidad San Francisco de Quito USFQ
Marzo de 2018
Trate a las personas como desean ser y les ayuda a convertirse en lo que son capaces de ser
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
Cuando pensé por primera vez en escribir un libro acerca de la dignidad, pensé que podría resaltar el rol que ésta tiene en asuntos internacionales. Como especialista en la resolución de conflictos, he trabajado como tercera parte, facilitando diálogos en algunos de los conflictos más inamovibles del mundo: Israel-Palestina, Sri Lanka, Colombia, Estados Unidos-Cuba, Irlanda del Norte, y otros. Una experiencia, ocurrida temprano en mi carrera, colocó a la dignidad en lo más alto de mi consciencia. Ocurrió en 1993, cuando pasé el verano en Camboya.
La Autoridad Transicional de las Naciones Unidas en Camboya se había establecido para ayudar a desarrollar la infraestructura social, política y legal del país luego del genocidio que había asolado al pueblo Khmer. Estaba involucrada con un proyecto desarrollado por Shulamuth Koenig, presidenta fundadora del Movimiento Popular para el Aprendizaje en Derechos Humanos, diseñado para informar a mujeres Khmer de sus derechos humanos básicos bajo la nueva Constitución camboyana.
Aprendí mucho acerca de la dignidad durante mi tiempo allí, pero tal vez aún más acerca de la humillación. Algunas de las historias que oí, contadas por mujeres, sobre sus experiencias bajo el régimen de Pol Pot me rompieron el corazón. Me encantaba ayudarles a conocer sus derechos humanos; se aprendieron de arriba a abajo la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por las Naciones Unidas en 1948, y la Convención para la Eliminación de la Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW por sus siglas en inglés). Dedicamos mucho tiempo a conversar acerca del preámbulo de la Declaración Universal, que comienza con estas palabras: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”
Recuerdo haberme preguntado: ¿Cómo sería si nuestra dignidad inherente fuese reconocida diariamente? ¿Cumpliría, o más, con los principios enunciados en la CEDAW y en la Declaración Universal? ¿Y qué sucede con cómo nos tratamos los unos a los otros en nuestras interacciones de cada día?
Oír las dolorosas historias de las mujeres Khmer, y ver su júbilo cuando conocieron sus derechos bajo la nueva Constitución camboyana, dejaron una impresión imborrable en mí. Sentí el poder que está detrás de escuchar profundamente, y los poderosos efectos de ver, oír y aceptar a los demás por lo que han sufrido. Me di cuenta de que brindar cuidado y atención a quienes han sufrido atrocidades innombrables les ayudaba a recuperar el sentido de su propio valor. Ofrecer cuidado y atención está, pienso ahora, en el corazón de lo que significa tratar a otros con dignidad. Vi que si la humillación nos destroza, la dignidad nos puede reconstruir. La dignidad se volvió el lente a través del cual el mundo adquirió sentido para mi a partir de ese momento.
No debe sorprendernos, entonces, que llegué a comprender las experiencias traumáticas y emocionales de la guerra como ataques contra la dignidad de las personas. Pero lo que pronto descubrí es que las indignidades que las personas han sufrido no son las que enuncia la Declaración Universal ni otras convenciones de la ONU. Otras formas de violar la dignidad no se mencionan en esos profundos documentos. ¿Qué pasa con las maneras sicológicas en las que las personas experimentan heridas a su dignidad? ¿Qué pasa con ser excluido, incomprendido, tratado injustamente, menospreciado o considerado inferior sobre la base de algún aspecto de la identidad de uno acerca del cual uno no puede hacer nada?
Después de mi trabajo en Camboya, regresé a la Universidad de Harvard como Subdirectora del Programa para el Análisis y la Resolución de Conflictos Internacionales en el Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales. Ahí, mientras continuaba con la estructuración de diálogos entre partes en guerra, los temas de la dignidad y la indignidad y humillación permanecían vivos en mi mente. Nunca dejó de asombrarme el hecho de que, aunque las personas que participaban en nuestros diálogos eran altamente inteligentes, eran finalmente incapaces de encontrar el camino a ponerles fin a las amargas confrontaciones que estaban devastando sus comunidades. Había algo más que les impedía resolver sus diferencias y dejarlas en el pasado.
Como sicóloga, yo gravitaba naturalmente hacia las conversaciones no verbales que estaban teniendo lugar en la mesa de negociación –o tal vez, bajo la mesa. Siempre se daba una corriente subterránea paralela a la conversación sobre los temas políticos, una fuerza tan poderosa que podía descarrilar la resolución productiva de problemas en cuestión de segundos.