La dignidad. Donna Hicks
de guerra civil que había experimentado el país no podían sino haber contribuido a las tensiones que ahora sentía.
Mi colega, el embajador José María Argueta, y yo habíamos sido invitados a dirigir un taller de “habilidades comunicativas” entre este grupo de dirigentes de élite, con la esperanza de que pudieran mejorar sus deterioradas relaciones, que ahora podía observar de primera mano.
El presidente del país ingresó a la habitación. Había venido solo para presentarnos y tenía la intención de irse luego, para asistir a una reunión en la capital. “Doctora Hicks”, dijo, “gracias por haber venido a dirigir este taller sobre comunicación con mis colegas. ¿Puede decirnos algo acerca de lo que tiene previsto para los próximos dos días?”.
“Señor Presidente”, respondí, “con el mayor respeto, tengo la sensación de que un taller de comunicación no es lo que se requiere acá. Las brechas en las relaciones al interior de esta habitación son profundas. Mi experiencia con partes en conflicto es que cuando las relaciones se quiebran en este grado, ambos lados sienten que su dignidad ha sido violada. Con su permiso, me gustaría cambiar el enfoque del taller para que podamos afrontar este tema más profundo de la dignidad”.
Con expresión de sorpresa, pero manteniendo su compostura, el presidente se volteó hacia un asistente y le dijo, “Cancele mis reuniones en la capital. Me voy a quedar para este taller”.
Con su anuencia, pude finalmente poner a prueba ideas que venía desarrollando durante varios años. Se basaban en mis investigaciones inter-disciplinarias y en mis dos décadas de experiencia trabajando con partes en guerra en todas partes del mundo. Pero, ¿resonaría con estos poderosos y altos funcionarios en América Latina el concepto de la dignidad, y su aplicación para la recomposición de relaciones?
Al final del taller, obtuve una respuesta. Uno de los generales en la habitación, que se había mostrado muy resistente, hacía muy difícil acercarse a él, y se había negado a mirarme a los ojos durante los dos días, se me acercó y dijo: “Donna, quiero agradecerle. No solo ha ayudado usted a mejorar las relaciones en esta habitación… creo que también ha salvado mi matrimonio”.
Había nacido el modelo de la dignidad.
El modelo de la dignidad.¿Qué es este modelo de la dignidad? Es un enfoque que desarrollé para ayudar a las personas a comprender el rol que tiene la dignidad en sus vidas y en sus relaciones. Es mi respuesta a lo que, según he observado, es un eslabón que falta en nuestra comprensión del conflicto: el error que hemos cometido al no reconocer cuán vulnerables somos los humanos a ser tratados como si no tuviésemos ninguna importancia. Explica por qué duele cuando nuestra dignidad es violada, y nos proporciona el conocimiento, la consciencia y las habilidades para evitar hacer daño a otros inconscientemente. Muestra cómo reconstruir relaciones que se han dañado bajo el peso del conflicto, y sugiere qué se debe hacer para lograr la reconciliación. El modelo es mi respuesta al elefante que siempre está en la habitación cuando las relaciones se quiebran. Le da a ese elefante el nombre de “violador de la dignidad”.
Demanda un esfuerzo aprender a honrar la dignidad de otros, lo cual mejora significativamente la experiencia de ser parte de una relación. Una buena relación nos hace sentirnos bien, pero una en la cual ambas partes reconocen la valía de la otra persona nos hace sentirnos aún mejor. Sin la carga que las amenazas colocan sobre una relación, ambas partes se sienten libres para extenderse la una hacia la otra, para abrirse. Esa es la experiencia opuesta a la de estar a la defensiva. Con esa seguridad viene la libertad para acoger la intimidad y la genuina conexión.
El modelo nos enseña a apreciar contra qué nos enfrentamos como seres humanos en nuestra búsqueda de la dignidad. Aprendemos a honrarla en las interacciones diarias con nuestros seres queridos, y también con extraños, a mantener nuestra propia dignidad luchando contra las fuerzas interiores que nos tientan a actuar de mala manera, y a resolver conflictos y reconciliarnos con otros a través del reconocimiento de su inherente valor.
Al final del día, el mensaje del modelo es bastante sencillo: manifieste hacia sí mismo y manifieste a otros el cuidado y la atención que toda cosa de valor merece. Ese es el primer y único imperativo. No pierda ninguna oportunidad para ejercer el poder que usted tiene para recordar a otros quiénes son: invalorables e irremplazables. También recuérdeselo a sí mismo.
La diferencia entre Dignidad y Respeto. Cuando les cuento a las personas que estoy escribiendo un libro acerca de la dignidad, con frecuencia dicen, “Qué bueno. Es un tópico tan importante”. A continuación, les pregunto qué significa para ellos la dignidad. Usualmente responden “Bueno, usted sabe, a las personas les gusta sentirse bien con sí mismas. Quieren ser tratados con respeto”. Y yo digo, “bueno, cuénteme cómo es la dignidad. Deme un ejemplo”. En ese momento, la conversación típicamente se acaba. La mayoría de nosotros tenemos una sensación visceral acerca de la palabra dignidad, pero pocos tenemos el lenguaje para describirla.
La dignidad es diferente del respeto. La dignidad es un derecho innato. Tenemos poca dificultad para ver eso cuando nace una criatura; no cabe duda de la valía de los niños. Si solo pudiésemos mantener viva esa verdad acerca de los seres humanos a medida que se vuelven adultos, si solo pudiésemos seguir sintiendo que valen, entonces sería tanto más fácil tratarlos bien y protegerlos de daños. Tratar a los demás con dignidad, entonces, se vuelve la línea de base para nuestras interacciones. Debemos tratar a los demás dándoles a entender que son importantes, que son dignos de cuidado y de atención.
De acuerdo con Evelin Lindner, esta noción de la dignidad —de que todo ser humano está imbuido de valía y mérito— emergió en Europa como reacción a la creencia medieval cristiana de que la vida está llena de sufrimiento y que a los humanos les corresponde aguantar el sufrimiento en esta vida.1 El consuelo ofrecido por la Iglesia era que la situación mejoraría en la próxima vida. Pero con el advenimiento del Renacimiento en Italia, en el siglo catorce, la noción de qué significa ser humano fue abierta a discusión.2 Filósofos y humanistas comenzaron a desafiar las creencias tradicionales, iniciando una larga discusión filosófica y social centrada en el valor y la dignidad inherentes a todo ser humano.
Un filósofo de la Ilustración que puso atención en el tema de la dignidad humana fue Immanuel Kant, quien, escribiendo en el siglo dieciocho, introdujo la idea del “imperativo categórico”, una manera de determinar qué es lo moralmente correcto sin importar las circunstancias. Uno de los principios que guía la acción correcta, dijo Kant, es “actuar de tal manera que uno siempre trate a la humanidad, sea en la propia persona o en la de otro, no como un mero medio, sino siempre también como un fin”.3 Kant consideraba al suicidio un mal moral porque violaba el imperativo de tratar no solo a los demás sino a nosotros mismos como seres con valía y mérito inherentes.
De acuerdo con Kant, reconocer la dignidad de toda persona humana significa que no es ético explotar a las personas o tratarlas como meros instrumentos para el logro de los propios fines e intereses. Honrar la dignidad de otros no tiene nada que ver con sus cualidades o logros individuales.
Aunque estoy de acuerdo con que todo ser humano merece que se respete su humanidad, muchos seres humanos con frecuencia se comportan de maneras que causan daño a otros, lo cual hace difícil respetarlos por lo que han hecho. Distingo entre una persona, que merece respeto, y las acciones de esa persona, que pueden o no merecerlo.
El argumento de que toda persona merece ser tratada automáticamente con respeto se complica a causa de la distinción que acabo de señalar, pero argumentar que toda persona merece ser tratada con dignidad no es en absoluto complicado. Todos lo merecemos, no importa qué hagamos. Tratar mal a las personas porque han hecho algo malo solo perpetúa el ciclo de la indignidad. Lo que es peor, violamos nuestra propia dignidad al hacerlo. El mal comportamiento de otros no nos concede licencia para tratarlos mal a su vez. Su valía y mérito inherentes deben ser honrados, no importa lo que hagan. Pero no tenemos que respetarlos. Ellos tienen que ganarse nuestro respeto, a base de su comportamiento y sus acciones.
Ganarse el respeto de otros significa hacer algo que va más allá del derecho de base de ser tratado bien. Si nos hemos ganado