La dignidad. Donna Hicks

La dignidad - Donna Hicks


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pues la escasez de recursos exigió que se adapten, por medio del cultivo de la tierra y la producción de alimentos. La adaptación creó una mentalidad de “torta de tamaño fijo”, un sentido de que había solo una cierta cantidad limitada de recursos. La tierra comenzó a dividirse entre personas, creando oportunidades para el robo y el abigeato.

      Lindner señala que este cambio creó una mentalidad de “nosotros y ellos”; las personas desarrollaron el miedo a ser invadidos o atacados por exo-grupos. Ella describe esta transición como el comienzo de las nociones del “otro” basadas en el miedo, que crearon, por primera vez, un “dilema de seguridad”. En ese momento, los humanos se volvieron depredadores mutuos. Las jerarquías sociales nacieron de la nueva necesidad de protección contra personas de otro grupo social. Algunos humanos se colocaron en la parte superior de la pirámide humana, y otros en la parte inferior: en palabras de Lindner, “algunos humanos convirtieron a otros en herramientas”.13 Con el supuesto objeto de brindar protección, ciertos humanos se volcaron en contra de otros, y condonaron comportamientos humillantes que fueron vistos como parte de la necesidad de sobrevivir. Estos actos aceptables de humillación de otros no fueron cuestionados en Occidente hasta el Renacimiento, cuando los europeos desafiaron las creencias entonces vigentes acerca de la valía de la humanidad.

      Como señala Lindner, estamos actualmente en tránsito a la tercera de las etapas de la historia humana identificadas por Ury —la “sociedad del conocimiento”. Estamos adquiriendo consciencia de nuestra anticuada aceptación de maneras humillantes de estructurar nuestras sociedades, y una nueva cultura de los derechos humanos está tomando forma, en que la valía de todos y cada uno de los seres humanos está siendo reconocida. Entre otras cosas, la humanidad está tomando consciencia de las consecuencias dañinas de jerarquizar el valor de las personas. En Somebodies and Nobodies: Overcoming the Abuse of Rank*, Robert Fuller ha expuesto la manera en que la asignación de rangos entre individuos socava la dignidad, al crear una peligrosa distinción entre seres humanos superiores e inferiores.14 Nos ha ayudado a ver que no es aceptable vernos a nosotros mismos como superiores o como inferiores a otros.

      Otro aspecto de la transición involucra resucitar y nutrir nuestro instinto de conectarnos con otros. Quiero dejar en claro que no todos los instintos son negativos. Restaurar nuestra capacidad para conectar (aquello que Daniel Goleman llama “empatía primal”) nos permitirá encontrar el consuelo y la seguridad que solo un vínculo social cercano puede proporcionarnos.15

      Ser tratados con dignidad impulsa a que el sistema límbico libere los sentimientos agradables de ser vistos, reconocidos y valorados —todas las experiencias ampliadoras de nuestras vidas que conlleva la conexión humana. En vez de estar inundados de temor, ira, resentimiento y venganza, experimentamos la seguridad de una nueva manera. Después de tratarnos mutua y reiteradamente con dignidad, después de tener múltiples experiencias recíprocas de reconocimiento mutuo de nuestra valía y nuestra vulnerabilidad, estaremos en camino a descubrir las posibilidades que yacen en nuestro futuro. Liberados nuestros mundos interiores de los torbellinos y las ansiedades que acompañan nuestro temor a la pérdida de dignidad, podemos, juntos, explorar una nueva frontera: aquello que se experimenta al sentirse uno lo suficientemente seguro como para ser vulnerable.

      Pensar en nosotros mismos como miembros de la familia humana nos ayuda a comprender que estamos vinculados por lo que hemos venido heredando en todo el transcurso de nuestra historia evolutiva. Como todas las familias, tenemos una lamentable capacidad para hacernos daño mutuo, pero también la capacidad para amarnos mutuamente. La capacidad para hacernos daño psicológico mutuo a través de violaciones de la dignidad está mentalmente programada, al igual que nuestra necesidad de conexión. Cuando experimentamos la herida de sentirnos humillados o despreciados, una reacción emocional excesiva puede tener consecuencias mortales. Thomas J, Scheff y Suzanne Retzinger nos dicen que los sentimientos no reconocidos de vergüenza (causadas por violaciones de la dignidad) están en el corazón de todo conflicto humano.16 Las heridas no sanan espontáneamente. Con frecuencia dejan cicatrices incapacitantes, y salvo que se les preste atención, esas heridas pueden volverse perpetuas, dominando la identidad de un individuo o un grupo.

      Recuerdo una conversación que tuve con un miembro de una organización guerrillera representante de una minoría étnica que luchaba por independizarse de un gobierno dominado por la mayoría. Le pregunté por qué las guerrillas eran capaces de permanecer en control de su territorio cuando las fuerzas del gobierno eran sustancialmente más numerosas.

      Respondió, “es muy simple. Estamos peleando para proteger la dignidad de nuestro pueblo. Para las fuerzas del gobierno, es solo un trabajo”.

      Los comportamientos instintivos de auto-protección que hemos heredado de nuestros antepasados eran idealmente apropiados para promover la supervivencia cuando se volvieron escasos los recursos. Esos instintos no son adecuados para el mundo complejo e interdependiente en el cual vivimos actualmente. Cuando sentimos que algo está amenazando nuestro bienestar, nuestra reacción automática — una reacción inconscientemente detonada que usualmente sentimos que está fuera de nuestro control— es con frecuencia exagerada. En La Inteligencia Emocional, Daniel Goleman describe la experiencia de ser capturados por esa reacción automática como un “secuestro emocional”.17 Nuestros instintos de auto-protección están tan listos para responder en situaciones amenazantes que sentimos que nos dominan. El secuestro emocional nos sucede a todos. ¿Cuántas veces nos hemos dicho a nosotros mismos que no dejaremos que alguien nos irrite y luego, no obstante nuestras mejores intenciones, hemos terminado en una airada discusión? Es esto a lo que se refiere Goleman cuando dice que esas reacciones tienen el poder de secuestrar la mejor parte de nosotros mismos —la parte que quiere resolver las cosas de manera racional.

      La mayoría de amenazas a nuestro bienestar que percibimos hoy en día no son físicas, ni ponen en peligro nuestras vidas. Lo que más bien detona nuestros instintos de autoconservación es psicológico. Los detonantes son, en general, amenazas a nuestra dignidad. Con nuestros juicios negativos y nuestras críticas degradantes, tenemos la capacidad para impulsar a otros a que actúen violentamente.

      Las amenazas a la dignidad despiertan una reacción que nace en nuestro antiguo centro emocional, el cual actúa como si nuestras vidas estuviesen en riesgo, cuando en realidad no lo están. Cuando se activan, nuestros instintos no son capaces de distinguir entre una amenaza física y una amenaza psicológica. Todo lo que saben es que hemos sido objeto de un asalto y necesitamos estar preparados para la acción — reactiva, auto-protectora, defensiva, e incluso hasta violenta.

      La llave para comprender el rol que juegan las violaciones de la dignidad en nuestras vidas está en comprender este punto: aunque las condiciones externas y las resultantes amenazas han cambiado dramáticamente para nosotros en el siglo XXI, nuestras reacciones auto-protectoras innatas no han cambiado. La mayoría de nuestras actuales amenazas no vienen en la forma de animales salvajes en busca de alimentos. Las amenazas hoy en día vienen mayormente de seres humanos que se ocasionan violaciones mutuas, psicológicamente dolorosas.

      El efecto de este legado en las relaciones. Cuando percibimos que estamos siendo lastimados u ofendidos por otros —cuando alguien viola nuestra dignidad— nuestra programación mental de auto-protección instintiva nos dice que lo que más importa es nuestro propia bienestar y nuestra supervivencia, no la supervivencia de la relación. Cuando sentimos que alguien nos está lastimando por medio de una violación de nuestra dignidad, nuestros instintos nos dicen que reaccionemos tan intensamente como lo habrían hecho nuestros ancestros: huir o pelear.

      La mayoría de personas conocen el sentimiento de querer terminar relaciones o, como mínimo, salir por la puerta en medio de una airada discusión con su pareja. En ese momento, la respuesta de huir para sobrevivir está tomando el control; queremos salirnos de la relación para protegernos. Cuando esos instintos de protección nos indican que debemos pelear, nuestra tendencia a conectar y a hacer amigos pasa a segundo plano. Nos sentimos impulsados a denigrar a la otra persona y, tal vez, a vengarnos. Instintivamente, queremos eliminar la amenaza, sea retirándonos de la relación o contraatacando. Ambas opciones nos desconectan.

      Todos parecemos saber cómo minimizar y criticar a otros. Intelectualmente, sabemos


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