La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968. vvaa
libertad provisional, en espera de juicio.
Seis meses después se celebró en Madrid el juicio en el TOP (Tribunal de Orden Público). Me solicitaban ocho años de cárcel por asociación ilícita y propaganda ilegal. La cosa quedó en cinco.
En 1975 Franco murió y el rey Juan Carlos por él nombrado tuvo a bien conceder una amnistía para penas inferiores a tres años. A mí me habían condenado a tres por asociación ilícita, y a dos por propaganda ilegal. Quedé de repente libre, y aunque ya tenía pensado marcharme del país, fue un alivio.
Estoy convencido de que nuestra lucha sirvió para inducir un clamor popular por la democracia, que propicio la Transición.
Con la legalización de los Partido Comunista y el Socialista empezó una nueva época; la represión fascista se suavizó, aunque no totalmente.
Estaba agotado, volví a la carrera de Medicina. Habían trascurrido cinco años.
Los planes de estudios eran distintos, las asignaturas que dejé pendientes en segundo y tercero ahora eran de primero. Aun así, pude con ello, y el MIR me convirtió en un ORL.
Eso es lo que hay
Un abrazo a todos mis compañeros y compañeras.
MEDICINA EN BILBAO
Juan Carlos Vergara Serrano
EL ORIGEN
No. Las cosas no eran iguales. Un poco parecidas sí. Quiero decir, que ya había calles con coches, casas de pisos, gente que se lo pasaba bien y gente que se lo pasaba mal. Gente que mandaba y gente a la que no le gustaba que le mandaran. Enfermos. Y médicos. Médicos sí, pero Facultad de Medicina no.
Los médicos habían estudiado en sitios con viejas historias de estrambóticos catedráticos, de sabias y no tan sabias enseñanzas y, sí claro, de golferías variopintas. Lugares como Salamanca, Valladolid o Zaragoza. Los más intrépidos, a los que se miraba con una mezcla de admiración y recelo, habían estudiado en Francia, Alemania, Inglaterra o incluso EEUU. Eran países, por decirlo de alguna manera, en colores. Mientras que aquí predominaba el gris. No había más que ver el NODO. Estaba claro.
Vivíamos en un sitio gris. La tele también era gris. Hasta los guardias eran grises. Las casas de Bilbao eran gris oscuro y no había árboles. Bueno, en el parque de los patos sí, en el Campo Volantín también, y poco más. La ría no era gris, era marrón. Más tarde nos enteramos de que en realidad había muchas casas preciosas y de que, por sorprendente que parezca, en Bilbao los árboles crecían. ¡Zas!, los plantas y crecen. Y las rías pueden lavarse (es un poco complicado, porque no se pueden lavar con el agua que está sucia, ni en seco, ni echarle jabón porque se formaría una espuma bastante asquerosilla). Pero doctores tienen las rías que saben cómo hacerlo.
A lo que íbamos. De repente, o no tan de repente, a alguien se le ocurrió que a lo mejor se podía poner un sitio para estudiar Medicina en Bilbao. Solo un “sitio”, todavía no una Facultad, en donde se pudiera empezar a formar a los futuros galenos. Tiene su intríngulis, porque no vale con decir: “hágase la Facultad de Medicina”. Eso está bien para hacer un universo o convertir una calabaza en carroza, pero lo de la Facultad ha de hacerse con un poco de cabeza, para que no pase como con este Universo tan disparatado.
Para empezar, y para ahorrar trabajo, se escoge un edificio ya existente y en desuso, no vaya a ser que el proyecto no llegue a buen puerto y se hunda. ¿Qué mejor que una Escuela de Náutica varada al lado de una Universidad para mantener el invento a flote? Así que la autoridad, competente, o no tanto, decidió que aquel edificio vacío, junto al puente de Deusto –la antigua Escuela de Náutica– era el lugar idóneo.
A ver, no era como lo de Salamanca. Allí tienen una fachada con una rana, que ya deja bien claro que hay que ser muy observador para encontrarla y muy listo para estudiar dentro de un edificio tan imponente. Como Unamuno. No teníamos ranita, pero en cambio teníamos algo de lo que carecía la Universidad de Salamanca: un palo de mesana en el jardín.
Ya teníamos edificio. Hacían falta alumnos y profesores. Para que los estudiantes tuvieran claro que la Medicina es una ciencia compleja, los padres fundadores decidieron que el primer curso arrancaría con cuatro asignaturas que no tenían mucho que ver con enfermedades ni sanaciones. Podían haber sido las virtudes cardinales: Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza, pero no. Pensaron que era mejor que fueran Matemáticas, Física, Química y Biología. En su descargo se puede argüir que al menos la Biología no solo se ocupa de los paramecios o los coleópteros, sino también de todo tipo de seres vivos, incluidos los humanoides.
Los caminos por los que cada uno eligió ser médico fueron diversos. Algunos, seguramente lo llevaban en los genes porque su tatarabuelo, su tío, su primo o el vecino de abajo era médico (borren el componente genético en ese caso). Otros lo elegirían por eso que llaman vocación, o porque habían visto o leído cosas de médicos. Y eso que todavía no conocían las incontables series televisivas de años posteriores sobre médicos y médicas súper enrollados (principalmente entre sí). Otros aterrizaron allí un poco por casualidad, como suele ocurrir con las cosas importantes.
En mi caso, a pesar de una extensa familia, no había médicos por ningún lado. De hecho, un año antes yo estaba tranquilamente estudiando Económicas en Sarriko. Lo de tranquilamente y estudiando, es un decir. El plan habitual era ir a Sarriko no muy temprano para dar tiempo a que abrieran la cafetería. Una vez allí se contactaba con los asiduos a la partida de cartas en alguno de los bares que había detrás de una especie de sala de fiestas llamada La Jaula. En un día cualquiera o en cualquier día, si consideramos que se repetían como el día de la marmota, no había clase. A media mañana, una vez terminada la partida, había asamblea o sentada para cortar el tráfico o ambas cosas. Los motivos eran variopintos: la huelga en la empresa Laminación de Bandas, la muerte del Che, lo de Vietnam, y que dimitiera el decano, por supuesto. Y las superestructuras. Y la unión de obreros y estudiantes. Una vez, celebramos una especie de vigilia en la que a media noche se presentó una compañía de grises que rodeó por dentro el salón de actos donde estábamos y nos ordenó desalojar a toque de cornetín, previa presentación del DNI. Uno de los que movían los hilos, creo que se apellidaba Cortázar, negoció la salida sin entregar el DNI. Con un par. Luego me enteré de que alguien había escapado saltando por una ventana y se había roto algún hueso. Los más concienciados leían libros profundísimos sobre temas inusitados: obras que podían versar sobre la estructura agraria extremeña en el año nosecuántos o Los Monopolios en España, de Tamames o el Libro Rojo, del chino Mao. La típica lectura de evasión (para evadirse, quiero decir). Esto era sólo en Económicas. Los de Ingenieros estaban más “alienados”, más “hamburguesados” que diría alguno. Les inquietaba más la liga de fútbol y aprobar Dibujo.
En el 68 vino lo del mayo francés, que conmovió los sólidos cimientos en los que se fundamentaba el estado nacional-católico: la familia, el municipio y el sindicato. Ahí es nada: “prohibido prohibir”, “la imaginación al poder”, “seamos realistas, pidamos lo imposible”, cosas así. Eso queríamos.
Aparte de ese mundo insólito, uno se podía encontrar revolviendo por casa con La Ciudadela, de Cronin o La curación por el espíritu, de Zweig, o novelas de médicos de FG Slaughter. Eran historias que parecían más interesantes que la resolución de integrales compuestas o incluso que el cálculo matricial (que no tiene nada que ver con lo de tener cálculos en la matriz). Así que tras consultar con el Dr. Freud, cuyas obras publicaba entonces Alianza Editorial, decidí pasarme, ya muy avanzado el segundo curso de Económicas, a Medicina. A ver si averiguaba cómo funcionaba lo de dentro de la gente, incluyendo también la cabeza en el supuesto de que funcionara. Algo de pena sí me daba alejarme del ambiente incendiario de Económicas, aunque también en Medicina, gracias al mayo francés, se iba caldeando el ambiente.
LA FACULTAD
Bien mirado, no resultaba muy normal decir que lo que hacíamos en la antigua Escuela de Náutica fuera estudiar Medicina. Así que los impulsores del proyecto pensaron (siempre tiene que haber gente para esas cosas) que había que trasladarnos.