Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

Yo, el pueblo - Nadia Urbinati


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hacerse con cierta clase de poder. Tampoco se limita a ser una guía formalista para lograr la victoria (cualquier tipo de victoria). En cuanto reconocemos este hecho, somos capaces de identificar el enfoque posesivo con el que el populismo llega al poder y al Estado, y de evaluar si el populismo es compatible con los fundamentos normativos de los procedimientos y las instituciones democráticas: los fundamentos que hacen que estos procedimientos y estas instituciones funcionen con legitimidad en el transcurso del tiempo y con igualdad para todos los ciudadanos.

      Volviendo a la teoría maximalista del populismo, vemos que está impulsada por la acción que vincula populismo y democracia. Como ya mencioné, la teoría maximalista ofrece un concepto teórico del populismo, así como un formato práctico para guiar a los movimientos y los gobiernos populistas. Propone un concepto discursivo y constructivista del pueblo. Esta teoría se superpone con el concepto ideológico en tanto que recalca el momento retórico, pero, a diferencia del concepto ideológico, no contempla que el populismo se base en el dualismo moral maniqueo entre pueblo y élites. Para Ernesto Laclau, fundador de la teoría maxima-lista, el populismo es nada menos que la política y la democracia. Desde su perspectiva, es un proceso mediante el cual una comunidad de ciudadanos se construye con libertad y en público como sujeto colectivo (“el pueblo”) que se resiste a otro colectivo (no popular) y se opone a una hegemonía existente para llegar al poder.108 Para Laclau, el populismo es la mejor versión de la democracia porque representa una situación en la que la gente constituye su voluntad mediante la movilización y el consentimiento directos.109 También es la mejor versión de la política porque —como demuestra a partir del voluntarismo de George Sorel— está basado en mitos que pueden cautivar al público y con ello unir a muchos ciudadanos y grupos (y sus exigencias) con tan sólo el arte de la persuasión. El voluntarismo es la audacia de la movilización y un factor recurrente en momentos de transformación política, y puede ser tanto anárquico como oposicionista y con ambición de poder.110 Influidos por Laclau, teóricos de la democracia radical fundamentan su aprecio por el populismo en la fuerza de la voluntad popular; para ellos, el populismo es una respuesta al concepto formal de la democracia, con su interpretación universalista de los derechos y la libertad, y como un rejuvenecedor de la democracia desde adentro, capaz de crear un nuevo bloque político y una nueva fuerza imperante de gobierno democrático.111 El objetivo del voluntarismo político (de un líder y su movimiento) es la victoria y el gobierno es la medida de su recompensa, una vez que la acción política no esté sujeta al concepto formal de la democracia. De cierta forma, el narodničestvo de Lenin es el modelo subyacente en la interpretación de Laclau del populismo moderno como voluntarismo político. Sirve como evidencia de que “el pueblo” es una entidad por completo artificial. (Lenin acuñó la primera definición de populismo, que se convertiría en paradigmática; por ejemplo, hay rastros de su interpretación ideológica en los estudios de Isaiah Berlin del romanticismo, el nacionalismo y el populismo.)112 “El pueblo”, escribe Laclau, es un “significante vacío”, sin fundamento en ninguna estructura social, y está basado exclusivamente en la capacidad del o la líder (y en la capacidad de sus intelectuales) de explotar la insatisfacción de muchos grupos diversos y movilizar la voluntad de las masas, la cuales creen que carecen de la representación adecuada porque los partidos políticos existentes ignoran sus reclamos. De modo que el populismo no se reduce al acto de oponerse a los métodos que la minoría emplea para gobernar en un momento particular; más bien, es la búsqueda voluntarista del poder soberano por parte de quienes las élites tratan como si fueran “desvalidos”, quienes quieren tomar decisiones por sí mismos que influyan en el orden social y político. Estos desvalidos quieren excluir a las élites y, en última instancia, quieren ganar la mayoría para usar el Estado para reprimir, explotar o contener a sus adversarios, y aprobar sus propios planes de redistribución. El populismo expresa dos cosas a la vez: por una parte, denuncia la exclusión y, por otra, construye una estrategia de inclusión por medio de la exclusión (del sistema). De este modo supone un desafío mayúsculo para la democracia constitucional, dadas las inevitables promesas de redistribución que ésta hace cuando se declara como un gobierno fundado en el poder igualitario de los ciudadanos.113 El dominio de generalidad como criterio de legitimidad desaparece en la lectura constructivista del pueblo. La política se reduce entonces a aspirar al poder para luego modificarlo: fenómeno para el que la legitimidad consiste únicamente en salir triunfante en la disputa política y disfrutar de la aprobación del público. Laclau afirma que el populismo demuestra el poder formativo de la ideología y la naturaleza contingente de la política.114 En su lectura, el populismo se vuelve el equivalente de una versión radical de la democracia: uno que obliga al modelo liberal-democrático a retroceder, pues considera que este último estimula a los partidos convencionales y debilita la participación electoral.115

      Esta visión radicalmente realista y oportunista de la política, combinada con la confianza en el poder de la movilización colectiva y el voluntarismo político, nos permite darnos cuenta de que el populismo es artificial y contingente por naturaleza. También nos permite observar cómo se construye el concepto difuso de “el pueblo”, lo mucho que depende del o la líder y de su conocimiento del contexto sociohistórico. No es posible ignorar este último factor: el conocimiento del líder (o la falta de ese conocimiento) y sus habilidades estratégicas (o su falta de ellas) son los únicos límites en su capacidad para “inventar” “el pueblo” representativo. El líder desempeña un papel demiúrgico. Al resaltar este potencial de apertura total del populismo, Laclau lo describe como el auténtico campo democrático, en el que el sujeto colectivo puede encontrar su unidad representativa mediante la interacción de cultura y mito, de análisis sociológico y retórica.

      No obstante, el problema con el giro lingüístico (o narrativo) en la teoría de la hegemonía es que la estructura del populismo por sí misma no favorece la clase de políticas de emancipación que quisieran fomentar los pensadores de izquierda como Laclau. Como el populismo es tan maleable y carece de fundamento, es un vehículo igual de eficaz para partidos tanto de derecha como de izquierda. Como está desligado de referentes socioeconómicos, “en principio, cualquier agente con capacidad de acción se lo puede apropiar para cualquier constructo político”.116 Frente a la ausencia de premisas ideológicas específicas sobre las condiciones sociales, y frente a la ausencia de cualquier concepto normativo de democracia, el populismo se reduce a una táctica mediante la que cualquier líder puede aglutinar a diversos grupos para hacerse de una especie de poder cuyo valor es contingente y relativo. La victoria es la prueba de su veracidad. Si definimos la democracia como una estrategia que, en esencia, depende del consentimiento para alcanzar el poder, entonces la descripción de Laclau —disputa entre coaliciones unidas por un líder poderoso y que compiten por el control hegemónico— termina incluyendo la política democrática en general. Sin embargo, en el juego de suma cero de la hegemonía política todo puede pasar. Al asumir una estrategia sin límites sociales, procedimentales o institucionales —porque lo único que cuenta es la victoria—, terminamos en una situación en la que todos los resultados son igualmente posibles y por lo tanto igualmente aceptables. Si asumimos que la democracia y la política consisten, en esencia, en construir al pueblo mediante una narrativa y en ganar la mayoría de votos, desestimamos las herramientas críticas que nos permitirían juzgar mejor a un líder. En efecto, lo que hace un líder exitoso cuando llega al poder es correcto y legítimo en la medida en que el público esté de su lado.

      Como veremos en este libro, una visión agonística de la política —que asuma que ésta se reduce a una relación conflictiva entre adversarios— no revela mucho sobre el conflicto que causa ni de qué sucede cuando el conflicto se supera y una mayoría populista llega al poder. Laclau y Mouffe trazaron esta definición de antagonismo en uno de sus primeros estudios en torno a la hegemonía (que constituye el formato para su posterior teoría del populismo):

      En todo caso, y sin importar la orientación política por medio de la cual el antagonismo se cristalice (dependerá de las cadenas de equivalencia que lo construyan), la forma del antagonismo como tal es idéntica en todos los casos. Esto es, siempre consiste en la construcción de una identidad social —de una posición sobredeterminada de sujeto—, de acuerdo con la equivalencia entre un conjunto de elementos o valores que expulsan o exteriorizan aquellos a los que se oponen. De nuevo, nos encontramos


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