Yo, el pueblo. Nadia Urbinati
que también es, de algún modo, apartidista, en el sentido de que es capaz de catalizar diversos intereses e ideas bajo la figura del líder popular.
En las últimas páginas de su libro, Manin sugiere que el tipo de democracia representativa que surgiría cuando la esfera pública ya no esté compuesta por partidos políticos y por periódicos partidistas estará más en armonía con la metáfora del teatro (la representación escenificada) que con la metáfora del parlamento (la asamblea discursiva). En esta nueva esfera pública, las propuestas de ley ya no serán resultado del arte de la coalición, el sacrificio, el regateo y la oposición entre los representantes de la mayoría y la minoría. Manin confiesa que no sabe cómo denominar este “nuevo modelo de representación”, que, en sus palabras, se centra en personalidades representativas, ya no en partidos colectivos que representan las líneas partidistas. A su parecer, esto involucra a representantes que “ya no son voceros” de ideas, clases o programas políticos, sino “actores que buscan y exponen escisiones” fuera de los partidos y las líneas partidistas.88 Yo propongo que denominemos populismo a este nuevo modelo de representación.
INTERPRETACIONES
¿De qué forma mi interpretación del populismo como nuevo modelo de gobierno representativo se relaciona con la bibliografía académica que aborda este fenómeno? La cantidad y la calidad de la bibliografía que se ha producido últimamente en torno al populismo es intimidante para cualquiera que decida embarcarse en escribir un libro al respecto.89 Las cosas se complican aún más por el contexto específico de los movimientos y los gobiernos populistas, así como por la variedad de populismos presentes y pasados, que es extraordinaria y que rebasa la capacidad de cualquier individuo de incluirlas en una teoría general. Con la excepción de dos proyectos de investigación globales fundamentales que se remontan a finales de los años sesenta y los años noventa, y a algunas monografías posteriores, en términos generales el populismo se ha estudiado a partir de sus contextos específicos.90 Las variaciones contextuales entre países y dentro de ellos, así como los usos polémicos del término en la política cotidiana, han entorpecido los intentos de la academia por generar definiciones conceptuales. No obstante, se ha llegado a un acuerdo básico con respecto al carácter ideológico y retórico del populismo, sobre su relación con la democracia y su estrategia para llegar al poder.91 Recurro a este nutrido conjunto de obras en este libro, pero mis exploraciones serán en esencia teóricas. Mencionaré movimientos y regímenes populistas concretos sólo con fin ilustrativo.
La bibliografía contemporánea en torno al populismo se puede dividir en dos grandes bloques. El primero se inscribe en el campo de la historia política y las ciencias sociales comparativas; el segundo en el campo la teoría política y la historia conceptual. Las obras en el primer campo se centran en las circunstancias o las condiciones sociales y económicas del populismo. Se ocupan del entorno histórico y los desarrollos puntuales del populismo y se muestran escépticos al momento de teorizar a partir de esos casos empíricos.92 Por el contrario, las obras en el segundo bloque se centran en el populismo en sí: su naturaleza política y sus características. Al igual que el primer campo, acepta que la experiencia sociohistórica es esencial para entender las distintas manifestaciones del populismo, tal como lo es para entender las distintas manifestaciones de la democracia. Sin embargo, a diferencia de los estudios en torno a ésta, en las obras del primer bloque no hay consenso sobre la categoría a la que pertenece el populismo porque, como he señalado, éste es un concepto ambiguo que no corresponde a ningún régimen político específico. Esto quiere decir que las subcategorías del populismo, producto del análisis histórico, conllevan el riesgo de atrapar a los académicos en el contexto específico que están estudiando y el riesgo de hacer de cada subcategoría un caso individual. El resultado final son muchos populismos, pero no un populismo. Todo lo que el análisis sociohistórico gana al estudiar en profundidad algunas experiencias específicas lo pierde en generalización y en los criterios normativos para juzgar dichas experiencias. Esto quiere decir que necesitamos un marco teórico en el cual podamos incorporar esos análisis contextuales. De lo contrario, nos quedamos con análisis contextuales que concluyen con “tibias alusiones” a la idea de un concepto exportable de populismo.93
Uno de los primeros intentos por combinar el análisis contextual con la generalización conceptual surge en la taxonomía de las variantes de tipos y subtipos de populismo en relación con las condiciones culturales, religiosas, sociales, económicas y políticas, producto de autores como Ghiţa Ionescu y Ernest Gellner, o Margaret Canovan, verdadera pionera en el estudio del populismo.94 Ella recurrió a un amplio espectro de análisis sociológicos inspirados en Gino Germani y Torcuato di Tella, dos académicos argentinos (el último exiliado del fascismo italiano) cuyo objetivo era trazar una categoría descriptiva del populismo.95 Los sociólogos políticos Germani y di Tella postularon que en las sociedades carentes de un núcleo nacionalista, consistentes en grupos étnicos heterogéneos, surge la necesidad de “construir el pueblo”. Desde su punto de vista, gracias a esta labor el populismo es un proyecto funcional de construcción de un Estado nación y es lo que lo hace un espacio de la “política paradójica”: el desafío de constituir al sujeto de la democracia —el pueblo— mediante medios democráticos, o de forma más sucinta, el desafío de “resolver quién constituye al pueblo”.96 Para Canovan, estos dos factores —la relación con los regímenes políticos y la concepción del pueblo— son los puntos de referencia básicos que necesitan los académicos que quieran interpretar las condiciones y las circunstancias de los populismos concretos. Canovan importó la bibliografía sociohistórica en torno al populismo a un campo exquisitamente teórico y normativo, y lo vinculó con temas de legitimidad política.
Las teorías del populismo que dominan la bibliografía en la actualidad pertenecen a dos categorías generales: teorías minimalistas y teorías maximalistas. Las minimalistas buscan afilar las herramientas interpretativas que nos permitirán reconocer el fenómeno cuando lo vemos. Buscan extraer, para fines analíticos, las condiciones mínimas de varios casos de populismo. Por el contrario, las maximalistas quieren desarrollar una teoría del populismo como construcción representativa con algo más que una función analítica. Dichas teorías pretenden brindar a los ciudadanos un formato que éstos pueden seguir para armar un sujeto colectivo capaz de conquistar la mayoría y llegar a gobernar. El proyecto maxima-lista, sobre todo en épocas de crisis institucional y decadencia de la legitimidad entre los partidos tradicionales, puede tener un papel político y ayudar a reestructurar el orden democrático existente.
En la categoría minimalista incluyo todas aquellas interpretaciones del populismo que analizan sus tropos ideológicos (Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser) y su estilo de hacer política en relación con el aparato retórico y la cultura nacional (Michael Kazin y Benjamin Moffitt), así como las estrategias que trazan sus líderes para llegar al poder (Kurt Weyland y Alan Knight). El objetivo de estos estudios es eludir los juicios normativos en beneficio de un análisis sin prejuicios y ser lo más incluyentes posibles de todas las experiencias de populismo. Dentro de este minimalismo no normativo, Mudde ha formulado el marco ideológico más característico. Plantea que una concepción maniquea y “moral” del mundo da pie a los dos campos opuestos del populismo: el pueblo, asociado con una entidad indivisible y moral, y las élites, a quienes se les concibe como una entidad corrupta sin remedio. El populismo parece “una ideología débil que identifica en la sociedad una división fundamental entre dos grupos homogéneos y antagónicos […] y que postula que la política debe expresar la voluntad general del pueblo”.97 Los movimientos populistas tienen la capacidad de sortear la división izquierda-derecha y son populistas porque hacen una valoración moral que ensalza la volonté générale y degrada el respeto liberal por los derechos civiles en general y los derechos de las minorías en particular. No obstante, más allá de la presencia de esta ideología que distingue a los muchos “honestos” de los pocos “corruptos”, el populismo tiene pocos aspectos definitorios. Para Mudde y Rovira Kaltwasser, los partidos populistas ni siquiera necesitan liderazgo específico: “Parece haber una afinidad electiva entre el populismo y los líderes fuertes. Sin embargo, el primero puede existir sin los últimos.”98 Más aún, ni la representación ni la radicalización