Yo, el pueblo. Nadia Urbinati

Yo, el pueblo - Nadia Urbinati


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como la seña de una generalidad incluyente que no coincide con ningún grupo social en particular ni con una mayoría electa. Sin duda, la democracia posfascista valora la libre acción política, la competencia plural entre partidos y la alternancia en el gobierno. Renuncia a la mezcla del poder con la posesión (por ejemplo, de las masas o de la mayoría) y mantiene sus procedimientos al margen de los actores políticos que los emplean. Por otra parte, cuando en el fascismo el líder apela a la gente, ésta no puede refutarlo ni confrontarlo con apelaciones en sentido contrario. Esto es una realidad incluso si el gobierno apoya su legitimidad en algún tipo de consentimiento orquestado. (Ni siquiera la dictadura más violenta puede sobrevivir si su poder depende de forma exclusiva de la represión.) El verdadero legado del divorcio entre la democracia y el fascismo es la dialéctica entre la mayoría y la oposición, no en la celebración de la unidad colectiva de las masas.

      A la inversa, el fascismo evidencia el problema más complicado de la democracia: no el problema de cómo decidir en un colectivo sino qué hacer con la disidencia y con los disidentes. Como explico en los capítulos 1 y 2, el proceso democrático no excluye la posibilidad de un espacio para el liderazgo, pero el liderazgo que gesta está fragmentado. Por ello, las elecciones son ese espacio en el que se produce una diferencia radical entre la democracia y el populismo. La unión del pueblo bajo el mando de un líder es una verdadera violación del espíritu democrático, incluso si el método que se emplee para llegar a dicha unión (las elecciones) es democrático. Por último, esto sugiere que la representación por sí sola no es una condición suficiente para que se suscite la democracia. (Como la historia lo demuestra de forma rotunda, los líderes autocráticos pueden recurrir a ella.) Como describo en el capítulo 3, para comprender la transformación populista de la democracia debemos contemplar cómo se practica la representación.

      También es preciso analizar la misma ambigüedad con respecto al principio de la mayoría, cosa que hago en el capítulo 3. Es bien sabido que el Gran Consejo Fascista, o sea el gobierno fascista, era un órgano colegiado que adoptó la mayoría absoluta para tomar decisiones.83 Pero el principio democrático de la mayoría no se limita a regular la toma de decisiones en un colectivo compuesto por más de tres personas. Lo más importante es que está diseñado para garantizar que la toma de decisiones se haga de manera abierta, que los disidentes siempre formen parte del proceso, que no se les silencie ni se les someta, que no se les oculte a la vista del público. Sin duda, a los líderes y a los partidos populistas les interesa lograr la mayoría absoluta, pero, siempre que mantengan viva la posibilidad de celebrar elecciones y se abstengan de suspender o limitar la libertad de opinión o de asociación, sus intentos de conseguir esa mayoría absoluta seguirán siendo una ambición frustrada. Por eso el populismo está a medio camino entre la democracia y el fascismo.

      Para resumir, si consideramos los dos sistemas de poder corruptos que caen dentro del fascismo —la demagogia y la tiranía—, queda claro que el populismo tiene que ver con el primero, mas no con el segundo. El populismo es un sistema democrático siempre y cuando su fascismo latente permanezca en las sombras, frustrado. El fascismo también solía legitimarse a partir del apoyo entusiasta de las masas. Pero sería un error absoluto clasificar el fascismo como modelo democrático porque, si bien busca cautivar a las masas mediante la demagogia, también rechaza radicalmente todo tipo de consentimiento que implique que los ciudadanos individuales puedan expresarse con autonomía, asociarse y exigir con libertad, y disentir si quieren. La democracia asume una mayoría que es sólo una posible mayoría, la cual actúa en todo momento junto a una oposición que con toda legitimidad aspira, y que sabe que bien podría lograrlo, a desplazar a la mayoría actual.

      Por lo tanto, en vez de usar el fascismo como punto de partida, los lineamientos que sigo para descifrar la dinámica del populismo en el poder se inspiran en el recuento de Bernard Manin, de las etapas históricas del gobierno representativo. Manin identifica tres etapas en la evolución del gobierno representativo:84

      1.gobierno de notables: sufragio restringido, limitados derechos individuales, constitucionalismo, partido y política parlamentarias, centralidad del Ejecutivo.

      2.democracia partidista: sufragio universal, partidos dentro y fuera del parlamento como organizaciones de opinión y participación, sistema de medios y comunicación vinculado a las afiliaciones partidistas, constitucionalismo, centralidad del parlamento o congreso.

      3.democracia de audiencias: involucra a la ciudadanía como un público indistinto y desorganizado, opiniones horizontales y cambiantes que actúan como tribunales autorizados en un juicio, declive de los partidos y las lealtades partidistas, medios autónomos de afiliaciones partidistas, ciudadanos que no se involucran en la elaboración de la agenda política ni en la vida del partido, personalización de la competencia política, centralidad del Ejecutivo, declive del papel del congreso o parlamento.

      La fase tres de Manin contiene las condiciones en las que el populismo puede florecer y llegar al poder. Como explico en el capítulo 4, el uso masivo de internet —una vía asequible y revolucionaria de interactuar y compartir información en manos de los ciudadanos comunes— ha supuesto la drástica transformación horizontal del público y lo ha convertido en el único actor político existente fuera de las instituciones surgidas de la sociedad civil. Este público se opone a ultranza a la organización partidista o a cualquier “organización heredada” que dependa de la estructura de toma de decisiones no directa.85 Denomino a este fenómeno de desintermediación como una “revuelta contra los cuerpos intermediarios” y planteo que facilita la representación directa en manos del líder, quien interpreta y encarna las múltiples exigencias de su gente.86 Aunque la democracia de audiencias se presenta como un avance respecto de la participación directa, ésta es el modelo de gobierno representativo en el que el populismo puede encontrar oxígeno y muchas veces recurre a ella. Un gobierno populista es una democracia antipartidista pero no necesariamente se reconfigura para ser una democracia más directa y participativa.87

      Los procesos diárquicos de la democracia —como el gobierno representativo— no son estáticos ni están inmóviles en el tiempo, sino que pasan por distintas etapas. Asimismo, el populismo ha pasado por distintas etapas y sus diferentes manifestaciones en el transcurso de la historia parecen reflejar las transformaciones del gobierno representativo. Con Manin podemos decir que el gobierno representativo ha experimentado varias metamorfosis desde su creación en el siglo XVIII y que las respuestas y las manifestaciones populistas se suscitaron sobre todo en tiempos de transición de una etapa de gobierno representativo a otra. Mi intención no es proponer una grandilocuente “filosofía de la historia del gobierno representativo” (y del populismo). Tampoco esbozar un resumen histórico de varios modelos populistas que se manifestaron durante las transiciones ocurridas en la historia del gobierno representativo. Me preocupa y me interesa el populismo del siglo XXI.

      Propongo que situemos el éxito contemporáneo del populismo en la transición de la “democracia partidista” a la “democracia de audiencias” (o “democracia del público”). El resquebrajamiento de las lealtades y las membresías partidistas ha beneficiado a la política de la personalización y a los candidatos que cortejan al público en forma directa a partir de vínculos personales. Como explico en los capítulos 3 y 4, la representación como encarnación (del pueblo y del líder) se resiste a confiar en actores colectivos intermediarios, como los partidos políticos. Por lo tanto, una democracia populista contemporánea parece una democracia que gira en torno de sus líderes, más que en torno de partidos estructurados, y parece una democracia en la que los partidos son más escurridizos y a la vez más capaces de expandir su fuerza de atracción porque dependen menos de argumentos partidistas y más de una identificación emocional con el líder y sus mensajes. Como explico en el capítulo 3, los partidos populistas son movimientos holísticos con poca organización. Como tales, son capaces de reunir muchas atribuciones en un solo líder representativo. Un público indiferenciado —la audiencia— es el humus en el cual se enraíza el modelo populista de la democracia. En la democracia partidista ya están surgiendo modelos partidistas nuevos o cambiados, como han documentado las ciencias políticas. Estos nuevos modelos utilizan polos de atracción capaces de acrecentar el consenso, gracias a un líder popular que ya no está del todo enganchado a la estructura del partido y


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