Guerras A-D. Jesús A. Ávila García
y académicos.
Recogió sus cosas pues se iba acercando la hora de ir a clase. Su amigo lo imitó y salieron juntos hasta el salón. Estaba vacío. Miró la hora y eran las ocho en punto. Ya debería haber por lo menos alguno de sus compañeros.
—¿Por qué no hay nadie? —preguntó Agztran sentándose.
—No lo sé.
—¿Se habrá cancelado la clase?
—Habrían avisado y no recuerdo hayan mencionado eso. Supongo que tú tampoco. No recuerdas ni la dirección de tu casa.
—Qué gracioso —dijo Agztran fingiendo una sonrisa— ¿No me pediste que te recordara algo ayer por la tarde?
—¡Eres un estúpido! La clase no es aquí, es en el laboratorio.
Jessav tomó la mochila de Agztran y la lanzó al fondo del salón. Salió corriendo hacia los laboratorios mientras lo seguía su amigo gritándole que lo iba a lamentar. Al llegar a la clase se detuvieron frente a la puerta. El maestro ya estaba dentro pero aún no comenzaba la sesión. Se sentaron en los únicos lugares disponibles al frente al aula. En silencio sacaron sus cuadernos de notas.
El día transcurrió con normalidad. Entre clase y clase Jessav y Agztran se vengaban mutuamente de las bromas que se hacían, como esconder la mochila, arrojarla al fondo del salón y demás cosas que se le pueden hacer a una mochila. Al final del día escolar los amigos se despidieron, Agztran asistiría a sus clases deportivas y Jessav iría a su casa. Cuando estaba a punto de salir, escuchó una voz familiar.
—¡Hola, Jessav! ¿Adónde vas? —dijo Lormin corriendo hacia él con sus cuadernos en las manos.
—Hola. Voy a mi casa.
—¡Acompáñame a comer! Tengo que contarte algo.
—Está bien, pero no debo tardar mucho —dijo sabiendo que probablemente le esperaba una plática acerca de amores deseados o perdidos.
Se sentaron en una mesa de la cafetería. Lormin habló sin parar, sin dar tiempo a interrupciones. El joven le prestaba atención genuina, en especial porque era una de esas pláticas en las que su amiga no hablaba solamente de ella misma. «¿Sería cierto lo que dice Agztran?», se preguntó mirando a Lormin. Claro, le parecía agradable verla, pero no era solo las facciones delicadas de su rostro, ni su tez blanca ni su cabello rizado que le llegaba a los hombros. Jessav sentía que realmente la ayudaba al escucharla. Ayudar a las personas era un objetivo personal que trataba de cumplir siempre que hubiera oportunidad, aunque no siempre había ocasiones para hacerlo.
Su amiga tenía una habilidad que le parecía interesante. Podía convertirse en una persona diferente mientras hablaba. La semana pasada habló una hora acerca de un chico que la seguía y le mandaba cartas de amor, con poemas que le parecían sacados de libros de primaria; ella no quería lastimarlo, aunque comenzaba a hartarse. Y el día de hoy, Lormin se convirtió en una mujer inteligente que hablaba de sus pensamientos acerca de la vida y el futuro. En medio de la conversación escucharon una voz:
—¿Puedo acompañarlos?
Era Adifer, que se acercó mostrando una de sus características sonrisas radiantes. Era una joven de la misma edad, de baja estatura, delgada, tez blanca, cabello negro y lacio. Usaba lentes para ver, que a Jessav siempre le pareció le quedaban muy bien a diferencia de los propios. Los dos asintieron sonriendo y la invitaron a sentarse. Jessav sentía mucho cariño por Adifer. Ella lo llamaba «hermanito», aunque no tenían ningún parentesco. Era una forma de mostrar el aprecio que sentían el uno por el otro.
Conversaron brevemente y después decidieron quién iría a pedir la comida. La elegida fue Lormin, pero Jessav, al temer recibir futuros comentarios de lo poco caballeroso que fue, decidió ir a pedirla él mismo. Ordenó las tres hamburguesas a la señorita de la caja. Minutos después se encontraban comiendo y conversando. Al terminar, los tres amigos se despidieron y se dirigieron a sus hogares.
Jessav iba pensando. Seguía la ruta que hace tres años le había robado miradas de un lado a otro tratando de descubrir algo especial o mágico en el mundo. Al entrar a casa, su madre lo recibió con un abrazo y él lo devolvió sonriendo. Subió las escaleras y entró a su habitación. Se sentó en el escritorio y sacó el cuaderno en donde tenía anotadas las tareas; para su buena fortuna solo necesitaba redactar un breve ensayo sobre un acontecimiento histórico. Tiempo después su madre lo llamó para cenar. Bajó las escaleras y vio la comida servida en la mesa. Mientras comían conversó con su madre sobre su día. Le parecía tierno que, aunque no ocurriera ningún acontecimiento relevante o de gran importancia, ella siempre lo escuchaba atenta y le hacía preguntas al respecto. Al terminar se cambió a la ropa que usaba para dormir y se recostó en la cama. Este día había sido agotador mentalmente y el sueño lo invadía. Además, estaba a punto de entrar en exámenes finales. Poner toda su atención a los repasos de los temas vistos en el semestre era agotador pero necesario si quería obtener buenas notas.
Recostado en su cama se giró a un lado y observó el cielo a través de la ventana. Gracias al brillo de la luna podía ver las nubes y sus movimientos en el cielo. Escuchó los ruidos de su madre ordenando la cocina y lavando los platos sucios. «Quizá la normalidad es lo que nos hace especiales». Con ese pensamiento se quedó profundamente dormido.
2
Jessav siempre había creído que la monótona normalidad de su vida se compensaba en sus sueños. Era extraño que soñara alguna situación normal o similar a lo que vivía diariamente. La habilidad para controlar los sueños, que adquirió desde pequeño desaparecía el miedo a las pesadillas y lo fue perfeccionando poco a poco. Dentro de cualquier sueño era capaz de volar a voluntad, mover objetos sin tocarlos y hasta atravesar paredes. Secretamente había intentado aplicar estas habilidades en el mundo real sin éxito. Sueños en los que otras personas podrían sentirse atemorizadas o confundidas, Jessav estaba cómodo y seguro.
Esta vez tuvo un sueño que lo dejó con un sentimiento de confusión e inquietud, a pesar de que no ocurrió nada amenazante. Despertó de golpe y miró el reloj. Eran las tres de la mañana. Tomó la primera hoja de papel a la mano y lo escribió para no olvidar detalles:
«Me encontraba en un lugar extraño, parecía otro planeta. Aparecieron Agztran, Lormin y dos ángeles. Su ropa era muy blanca y brillante como sus alas. Sus ojos eran totalmente blancos y parecían hechos de luz. Uno de los ángeles se acercó a Agztran y el otro hacia mí. Nos tomaron de la cintura y nos llevaron volando rápidamente. Lormin se quedó esperando y escuché su voz gritando que a dónde nos llevaban. Miré hacia atrás y vi cómo un gran disco amarillo luminoso, con una mujer encima, tomaba a Lormin y la llevaba en dirección contraria. Durante el viaje los ángeles nos iban explicando que íbamos a ser miembros de un grupo, que servían para proteger ciudades».
Tuvo la sensación de que el sueño fue interrumpido. Ya había soñado con ángeles anteriormente, pero nunca los había visto de esa forma. Una noche soñó que perseguía a un ser con alas por el cielo. Tuvo una sensación de libertad y paz que siempre había querido experimentar en el mundo real. Peleando contra el sueño leyó de nuevo lo que escribió para asegurarse de que mencionaba los detalles importantes. Recostado boca arriba esperó a que la sensación de ansiedad desapareciera y durmió.
3
Al día siguiente, Jessav caminaba a la escuela mirando el suelo. Un viento fuerte sopló y le agitó el cabello. Miró al cielo que estaba completamente nublado. «¿Habrá ángeles volando sobre ellas?». Se imaginó a sí mismo surcando el cielo y sintiendo el aire en el rostro. Bajó la mirada y siguió así hasta llegar a su destino.
Cuando llegó al salón se sentó en su lugar de costumbre. Unos minutos después Agztran cruzó la puerta saludando. El maestro había dado indicaciones de entregar la tarea al comienzo de la clase en el escritorio, aunque él no hubiera llegado aún. Sacó el ensayo de su mochila y Agztran se lo arrebató para mirarlo.
—¿Qué es esto? —preguntó Agztran mirando el reverso de la hoja.
—¡No puede