Foucault y el liberalismo. Luis Diego Fernández
criticar la ideología imperante sino saber si es posible una nueva política de la verdad. En consecuencia, no se trata de “liberar” la verdad de todo sistema de poder (algo naive e imposible para la lógica foucaultiana) sino de dar cuenta que toda verdad en sí misma es poder, es decir, que este forma parte de su constitución. En todo caso, la posibilidad de las prácticas de libertad implicará el separar el poder de la verdad de las formas hegemónicas, dejar al descubierto esa relación.
La noción de “régimen de veridicción” es algo ya visible en el pensamiento de Foucault desde Historia de la locura en la época clásica (1961), esto es, en qué condiciones y bajo cuáles efectos se ejerce una política de la verdad. Estas figuras del decir verdadero que encarnan la veridicción son analizadas por Foucault y descritas en cuatro variantes: el profeta, el sabio, el técnico y el parresiasta (aquel que habla con franqueza poniendo en riesgo su vida). Cada una de ellas responderá a una especificidad discursiva pero todas comparten la búsqueda común del decir veraz. Por tanto, así como las instituciones de encierro “producen” la locura, las instituciones penales “producen” el criminal”, el mercado “producirá” la gubernamentalidad liberal.
En este aspecto, la analítica del liberalismo y neoliberalismo habrá que circunscribirla al viraje del proyecto filosófico foucaultiano hacia fines de los setentas que deja en un segundo plano la noción del poder como lucha (saber-poder) y avanza hacia la problemática de la gubernamentalidad y la verdad. De este cierre de ciclo en sus investigaciones el filósofo es explícito en la clase del Collège de France del 7 de enero de 1976 donde habla de “hartazgo” (9). A Foucault le interesará de aquí en más la problemática del poder como conducción de las conductas de los hombres, tal como lo expresa con claridad en 1979:
El rasgo distintivo del poder es que ciertos hombres pueden determinar más o menos enteramente la conducta de otros hombres, pero nunca de manera de exhaustiva o coercitiva. Un hombre encadenado y apaleado está sometido a la fuerza que sobre él se ejerce. No al poder. Pero si se lo induce a hablar, cuando su último recurso hubiese sido cerrar la boca prefiriendo la muerte, entonces se lo ha empujado a comportarse de una cierta manera. Su libertad ha quedado sujeta al poder. El mismo ha quedado sometido al gobierno. Si un individuo puede permanecer libre, por limitada que sea su libertad, el poder puede sujetarlo al gobierno. No hay poder sin rechazo o rebelión en potencia (…) El gobierno de los hombres –ya sea que formen grupos modestos e importantes, que se trate del poder de los hombres sobre las mujeres, de los adultos sobre los niños, de una clase sobre otra o de una burocracia sobre una población- supone una cierta forma de racionalidad, y no una violencia instrumental. (…) La cuestión es esta: ¿de qué modo son racionalizadas las relaciones de poder? (Foucault, 2014a: 181).
Por ende, la pregunta foucaultiana focalizará en la racionalidad del poder (desde el autogobierno al gobierno de la población). En ese sentido, es importante comprender al liberalismo y neoliberalismo ceñidos a racionaliades inscriptas en un régimen de verdad que permite esas condiciones del decir veraz.
La apuesta de Foucault será leer al liberalismo como el marco general de la biopolítica, como una nueva razón gubernamental y en tanto régimen de veridicción que se instauró en el siglo XVIII. Esa limitación de la razón de Estado por parte del mercado no estará sino dejando en evidencia precisamente la cuestión de la instancia de veridicción del liberalismo. Ese límite constituido en torno a la “frugalidad del gobierno” también tiene el problema de las libertades individuales como vector que puede articularse en torno a dos concepciones heterogéneas de la libertad, la revolucionaria y la radical, esto es: “una concebida a partir de los derechos del hombre y otra percibida sobre la base de la independencia de los gobernados”. (Foucault, 2008: 61).
Estas dos concepciones de la libertad son la nota que caracteriza al liberalismo europeo del siglo XIX e incluso al neoliberalismo del siglo XX. La conflictividad del concepto de libertad liberal vendrá precisamente de esta tensión originaria entre, por un lado, una libertad entendida en términos de derechos del hombre (procedente de la Revolución Francesa) y, por otro, una libertad comprendida en el sentido de independencia de los gobernados para “hacer” en determinado marco económico sin obstrucciones por parte del gobierno. Por lo tanto, una libertad jurídica y una libertad económica, la primera regida por la teoría de los derechos naturales y la segunda comandada por la persecución de los intereses personales. De acuerdo a Foucault la noción de “propiedad” se mantendrá solo en la línea radical (empirista y utilitaria), es decir, la segunda, que persigue la utilidad individual y social, mientras que la libertad en términos revolucionarios posteriormente pasará a cuestionar el propietarismo a partir del marxismo.
Subsiguientemente, en este marco de nueva razón gubernamental emplazada sobre la veridicción del mercado, aparece la lógica del interés (individual y colectivo) y la ganancia económica. Por lo tanto, serán los intereses los elementos a observar. El liberalismo fue la nueva gubernamentalidad que planteó la pregunta de “¿cuál es el valor de utilidad del gobierno y de todas sus acciones en una sociedad donde lo que determina el verdadero valor de las cosas es el intercambio?”. (Foucault, 2008: 67). Del mismo modo, si el gobierno se ejercerá sobre la dinámica de los interés individuales, en el mismo sentido, se modificará a partir del siglo XVIII la penalidad, algo que Foucault remarca a partir del pensamiento de Beccaria, quien expresa que el propósito del castigo será la prevención de daños al interior de la comunidad y no el dolor en el cuerpo individual; por ello la moderación de las penas y el principio de suavidad donde se tiende a castigar el juego de intereses para luego reinsertar a los delincuentes socialmente. De ahí que no se buscará el tormento del cuerpo sino el enderezamiento del alma.
Retomando, para Foucault la cuestión del liberalismo tiene dos pilares: el mercado como régimen de veridicción y el interés como motivante de las acciones. Esa veridiccionalidad del mercado no es más que un juego de oferta y demanda donde el intercambio precisamente es el procedimiento que determina la fijación del precio, el valor y, en definitiva, la justicia. En este sentido, el mercado será el “test” para identificar los excesos de gobierno, tal como señala Foucault a propósito de El capitalismo utópico (1979) de Pierre Rosanvallon:
Pero, como ha confirmado el importante libro de P. Rosanvallon, el liberalismo no es ni su consecuencia ni su desarrollo. Más bien el mercado ha desempeñado el papel de “test”, de un lugar de experiencia privilegiada donde se pueden identificar los excesos de gubernamentalidad e incluso medirlos: el análisis de los mecanismos de la “escasez” o, con mayor amplitud, del comercio de grano, en la mitad del siglo XVIII, tenía como fin mostrar a partir de qué punto gobernar es gobernar demasiado. (Foucault, 2010b: 867).
De este modo, la pregunta central del liberalismo será, según Foucault, por el valor y el sentido de un gobierno que se ejercerá “sobre lo que podríamos llamar república fenoménica de los intereses”. (Foucault, 2008: 66-67). Es decir: ¿cuándo “dejar hacer” y cuándo intervenir? Por otra parte, Foucault deja en evidencia el desafío que las formas políticas y económicas opositoras al liberalismo deben enfrentar: ¿qué racionalidad gubernamental proponen como alternativa? En otras palabras: ¿qué racionalidad de gobierno autónoma desarrolló el socialismo? De acuerdo a Foucault, ninguna. Esta es la pregunta que recorre de modo explícito todo el curso. Vale decir, mientras que el socialismo desarrolló una racionalidad histórica (un historicismo) descuidó el problema del gobierno: ¿luego de la Revolución, cómo se gobierna? Allí se encuentra el germen de sus dificultades.
La libertad se fabrica y cuesta seguridad
Una vez establecidas las características fundantes del arte liberal de gobernar, Foucault expande su interrogación en la lección del 24 de enero de 1979 en torno al surgimiento de los Estados en la Europa de los siglos XVII y XVIII y el tratado de Westfalia. La constitución del liberalismo se asienta en la veridicción del mercado, la limitación gubernamental y la posición de Europa como región de desarrollo. Foucault se apoya en la referencia de Kant para marcar las carácterísticas salientes del surgimiento de la nueva racionalidad gubernamental liberal. En ese sentido, Kant, señala el filósofo francés, da cuenta de la Naturaleza como la mediación que garantiza la paz perpetua a nivel