Foucault y el liberalismo. Luis Diego Fernández
Kant: “el poder del dinero es, en realidad, el más fiel de todos los poderes (medios) subordinados al poder del Estado, los Estados se ven obligados a fomentar la paz”. (Kant, 1998: 41). Lo que Foucault quiere deja en evidencia es que la forma en que la nueva racionalidad de gobierno puede garantizar la paz y evitar la guerra entre los Estados es a través del comercio que en última instancia es obra de la Naturaleza, por ello hay que “dejar hacer”. Por tanto, el liberalismo clásico se asienta sobre bases naturalistas.
La pregunta en torno a la libertad liberal será clave para luego establecer la diferencia con el neoliberalismo del siglo XX. La libertad que se aludía en el liberalismo clásico remitía a cierto espontaneismo producto de la mecánica del intercambio de los procesos económicos. Ese laissez-faire gubernamental es lo que demarca un gobierno que se autolimita intrínsecamente y no por una norma externa. El liberalismo del siglo XVIII es, como dijimos, un naturalismo.
La pregunta, por consiguiente, pivotea por la especificidad de la libertad liberal:
La libertad no es una superficie en blanco que tenga aquí y allá y de tanto en tanto casillas negras más o menos numerosas. La libertad nunca es otra cosa –pero ya es mucho- que una relación actual entre gobernantes y gobernados, una relación en que la medida de la “demasiado poca” libertad existente es dada por la “aún más” libertad que se demanda. De manera que, cuando digo “liberal”, no apunto entonces a una forma de gubernamentalidad que deje más casilleros en blanco a la libertad. Quiero decir otra cosa.
Si empleo el término “liberal” es ante todo porque esta práctica gubernamental que comienza a establecerse no se conforma con respetar tal o cual libertad, garantizar tal o cual libertad. Más profundamente, es consumidora de libertad. Y lo es en la medida en que sólo puede funcionar si hay efectivamente una serie de libertades: libertad de mercado, libertad del vendedor y el comprador, libre ejercicio del derecho de propiedad, libertad de discusión, eventualmente libertad de expresión, etc. Por lo tanto, la nueva razón gubernamental tiene necesidad de libertad, el nuevo arte gubernamental consume libertad. Consume libertad: es decir que está obligado a producirla. (Foucault, 2008: 83-84).
Aquí llegamos a un eje central en la argumentación foucaultiana en torno a la libertad liberal: esta no será aquella que se explica con la fórmula “sé libre” sino la que se articula en el marco de la relación entre gobernantes y gobernados. No hay en la libertad liberal para Foucault una garantía sino una producción y por lo tanto un consumo de libertades (económicas y civiles). Esta nueva razón gubernamental fundada en torno a un régimen de verdicción (el mercado) requiere de la producción de libertades y el consumo de las mismas a partir de una lógica contradictoria. En ello Foucault es explícito:
El liberalismo, tal como yo lo entiendo, ese liberalismo que puede caracterizarse como el nuevo arte de gobernar conformado en el siglo XVIII, implica en su esencia una relación de producción/destrucción con la libertad. Es preciso por un lado producir la libertad, pero ese mismo gesto implica que, por otro, se establezcan limitaciones, controles, coerciones, obligaciones. (Foucault, 2008: 84).
Por tanto, asistimos a una paradoja: la producción de libertad y su consumo al mismo tiempo que su destrucción en términos de control y coerción. El liberalismo clásico nos lleva a una tensión irreductible entre libertad y seguridad: “El liberalismo no es lo que acepta la libertad, es lo que se propone fabricarla a cada momento, suscitarla y producirla con, desde luego, todo el conjunto de coacciones, problemas de costo que plantea esa fabricación”. (Foucault, 2008: 85). Si la libertad liberal implica una fabricación, ese producto, como efecto de cualquier dinámica productiva, tiene un costo. La seguridad será la contraprestación necesaria para poder fabricar las libertades liberales: “La libertad y la seguridad, el juego entre una y otra, es eso el corazón mismo de esta nueva razón gubernamental”. (Foucault, 2008: 86). La constitución de este nuevo arte de gobernar que Foucault denomina “liberalismo”, incita al “vivir peligrosamente”. (Foucault, 2008: 86). Lógicamente, la cultura del peligro suscitada por la fabricación de libertades va de suyo con la extensión de las técnicas securitarias. La inserción del riesgo y la aparición de los peligros cotidianos conlleva a toda una serie de novedades desde fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX testimoniados en la aparición de la literatura policial, el periodismo del crimen, las campañas sobre higiene social y sexualidad, así como el miedo a la degeneración. Este estado de cosas nos llevará a la cuestión del peligro y la administración, cálculo y evaluación de riesgos.
Según François Ewald, “seguridad” es un término equívoco que puede ser definido como tecnología del riesgo. La filosofía del riesgo que implica el despliegue de las técnicas securitarias como coste de la fabricación de libertades nos lleva, según Ewald, a caracterizar esta racionalidad: en primer lugar el riesgo es calculable, es decir, es mensurable y probabilístico; luego, el riesgo es colectivo, vale decir, afecta a toda la población y no solo solo a individuos aislados (hay grupos de riesgo); finalmente, el riesgo es un capital en relación con el coste previsto de eventuales acontecimientos dañinos.
Según Ewald, el riesgo es el valor de un posible daño en un tiempo determinado y la seguridad es la compensación por tales efectos. La seguridad, en este aspecto, implicará tres cuestiones: la distribución de una carga colectiva en relación con el control, una tecnología moral, en el sentido que apela a determinar la conducción de conductas de la población; por último, una técnica de reparación e indemnización de posibles daños. Si el problema del liberalismo según Foucault es la incitación al “vivir peligrosamente”, es decir, riesgosamente, la seguridad como contraprestación tendrá que liberar al hombre del miedo a ese vivir riesgoso estableciendo ciertos contrapesos.
Ahora bien, la diferencia entre lo disciplinario (que no deja hacer y fija un modelo a seguir) y lo securitario (que deja hacer con la condición de la observación) quizá sea el atributo diferencial al que apela Foucault en relación a su lectura del liberalismo. Si bien el panoptismo emerge como figura en el siglo XVIII, este lo era en el marco de lo disciplinario (individualizante y productor de conductas en el marco de la ortopedia que adiestra), inserto en la lógica particular de una institución (la prisión). En el caso de la producción de las libertades del liberalismo estas van de la mano con la introducción de los dispositivos de seguridad que guardan una diferencia con la noción de disciplina. Dice Foucault: “Un dispositivo de seguridad sólo puede funcionar bien con la condición de que se dé algo que es justamente la libertad, en el sentido moderno que esta palabra adopta en el siglo XVIII”. (Foucault, 2006b: 71).
En ese sentido, las tres primeras lecciones del curso Seguridad, territorio, población son dedicadas integralmente a realizar un análisis exhaustivo por parte de Foucault de lo que llama los “dispositivos de seguridad”. Específicamente, en la clase del 18 de enero de 1978, Foucault plantea las diferencias conceptuales entre disciplina y seguridad, a saber: la disciplina es centrípeta, vale decir, concentra, encierra y segmenta; la seguridad es centrífuga, integra, permite circuitos y abre; la disciplina es reglamentadora, esto es, ninguna de las variables quedan libradas al azar y se controla todo el detalle; la seguridad “deja hacer”, es permisiva (por ejemplo: deja subir los precios y no penaliza ciertas prácticas morales); la disciplina codifica todo, se inscribe en una dinámica de la legalidad (lo permitido y prohibido); la seguridad no codifica, capta la realidad tal como es, vale decir, no es contrafáctica como la disciplina; la disciplina es un complemento de la realidad, por ende, por su codificación y reglamentarismo, es normalizadora; la seguridad funciona si y solo si se acepta la realidad tal como es, es decir, regula a partir de mecanismos que aceptan la realidad en su complejidad fáctica.
El liberalismo, según Foucault, da cuenta de la noción de libertad como correlato necesario de los dispositivos de seguridad a partir del siglo XVIII: dejar hacer a los individuos en lo económico e individual mientras la seguridad ejerce una vigilancia ambiental pero no normalizadora. Esto no quiere decir, como mencionamos previamente, que la disciplina desaparezca sino queda restringida a arquitecturas puntuales de instituciones determinadas (como la prisión) que no cesan de proliferar. En este aspecto, la racionalidad de gobierno neoliberal del siglo XX será claramente diferenciada por Foucault del arte liberal clásico de gobernar, del laissez-faire del siglo XVIII, cuya producción de libertad