Santiago. Fragmentos y naufragios. . Luisa Eguiluz
del libro, titulada “Caligrafías residuales”, la que, espacialmente ocupa la parte central del texto, y, según creo, la más destacada en términos de puesta en escena de la experiencia ciudadana: las letras, lo escrito y alucinado sobre el espinazo del transporte colectivo santiaguino.
Escritura y ciudad se unen en cuanto al tema de la madre: un suicida escribe al escuchar los rumores de la madre al otro lado. La madre de Vía Pública de Brito, la Virgen del Cerro, hecha cuerpo ya en ese texto, fue invocada y simultáneamente rechazada por la heredera. Rechazada por la contaminación del barro de la ciudad:
¡déjate ya subir por los peldaños! …………………………………. madre de lodo: déjame salir por tus cloacas victoriosas no me tires tus velos no me tires tu gracia, madre, que tu gracia me llaga!
La Virgen Madre está en el cerro y continuará su generación:
Y la gran madre parirá de nuevo Sus rebeldes montañas
Mientras la sujeto hablante, que ha sufrido las alucinaciones del metro y ha recorrido los grafitis de los baños públicos, se encuentra en el desarraigo, marcada por dos elementos de la ciudad perturbadores de lo identitario: la hibridez, de que hablara García Canclini, y la marginalidad, expresados así por Brito, “la despertaron híbrida” con su palabra “travesti marginal”.
El nido hecho cenizas: Javier Campos
Javier Campos (1947), poeta y crítico literario, vivió el exilio y el “desexilio”. El primero, en Estados Unidos, país al que retornó tras su desencanto de la experiencia de vida en Chile. Su obra comprende: Las últimas fotografías (1981), La ciudad en llamas (1986), Las cartas olvidadas del astronauta (1991), El astronauta en llamas (2000) y ensayos críticos, entre los que destaca La joven poesía chilena en el período 1961-1973.
Soledad Bianchi encuentra entre los textos La ciudad en llamas y Las últimas fotografías una línea de continuidad, un puente, que se tiende a través de un “sentimiento de diferencia, de alejamiento, de (cierto) desarraigo”34. Así, cita de La ciudad en llamas:
Esta ciudad es una casa sitiada por los paisajes del pasado voz verdaderamente forastera en esta urbe
Y del segundo libro, en su inicio:
Sólo lo que envejece es mío en esta tierra
Para nosotros, es importante recalcar aquí y apoyándonos ya, en primera instancia, en los versos citados por Bianchi, que es en la obra de Javier Campos donde se da tal vez con mayor claridad el motivo del desarraigo expresado en esa “voz verdaderamente forastera” y que él mismo se encarga de hacer explícito en su “Arte poética”, preparada para la antología de Calderón y Harris:
… pero aquel motivo principal –desamparo y desarraigo– que mencionaba para explicar mi primera poesía, iría luego a constituirse en la segunda parte de mi producción, en una temática más compleja, principalmente después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Es decir, la experiencia del exilio o la vida fuera del lar primario para viajar a los territorios bellos y desamparados del país “extranjero”; y luego, el desexilio o el regreso después de mucho tiempo, a la Patria dejada. 35
Así, coincidimos también con Bianchi, que en el prólogo a La ciudad en llamas habla del pasado como tiempo dominante. La situación de enunciación del sujeto, con respecto al objeto patria o ciudad, decimos, por nuestra parte, es siempre, en las voces poéticas que hablan durante la dictadura, y sobre todo en las que se proyectan desde el exilio, la de evocar un algo que no existe. Hay que dimensionar la cantidad de expectativas que los exiliados se habían forjado en la espera del retorno, y que Grínor Rojo nos describe en el prólogo de la obra casi antológica de Campos El astronauta en llamas, al decir:
Estuvimos con las maletas listas durante decenios, a sabiendas de que “el día prometido” iba a llegar. Y llegó, pero sólo para que los hostigosos melancólicos tuviéramos la ocasión de darnos cuenta de que nuestra ciudad ya no era la misma y que, muy probablemente, no lo había sido jamás. 36
Los poemas de Javier Campos, y especialmente para nosotros Las cartas olvidadas del astronauta, que abordaremos en esta sección, constituyen, también en palabras de Grínor Rojo, referidas al libro antológico recién citado, y que compartimos en plenitud, “un artefacto poético de altísimo vuelo, sin duda uno de los más significativos en la literatura chilena de los últimos años”37.
La modernidad queda evidenciada desde un comienzo en estas cartas. Ya la irrupción en las primeras líneas de la “Carta primera” del cine, de la nave espacial, de los ventanales y del contemplarse a sí mismo en el acto de contemplar abre nuestra mirada, nuestro ojo, nuestra competencia de lectores. Es decir, el factor de recepción del texto al abanico de las intertextualidades que tienen que ver con lo urbano: Benjamin y la reproductibilidad técnica, Benjamin sobre Rimbaud acodado contemplándose contemplar la ciudad, la ciencia ficción, el espejo de los ventanales. Solo que el paseo es ahora en una nave y el valle es ‘desconocido’, nuestra ciudad al retorno.
El sujeto hablante se ha diluido como flotando en el espacio que lo circunda, se ha vuelto ingrávido e insustancial. Citamos:
Soy nada más que una sombra con una escafandra de plástico
Mi memoria la asocia a la sombra de la hablante de Elvira Hernández en Santiago Waria, esa sombra en que se convirtió la sujeto poética tras el degüello de un hombre.
El carácter insustancial o inmaterial de la sombra, se ve reiterado en un sonámbulo que en su sueño se ve bajar cansado de un tren, entrar en casas invisibles y hablar con los fantasmas del pasado. El personaje actúa en una película muda y sin colores. El medio que lo transporta es “una nave en ruinas”.
El momento de la desgracia anterior, el bombardeo de la ciudad/casa, el Golpe, se encabeza (al igual que en La ciudad de Gonzalo Millán, aunque sin la reiteración utilizada por Millán) con el prefijo des, con la privación de lo que era del sujeto, con des de despojo, de destrucción que generó el desarraigo de la ciudad.
Destruyeron todas mis posesiones
La hipérbole, expresada en la cantidad de elementos de destrucción, también conforma una visión apocalíptica (semejante a la de Millán). Acá se trata de flotas, de toneladas, de millones de elementos destructivos: misiles, ácido.
El astronauta de una casa a oscuras, correspondiente a la sombra y al fantasma de versos anteriores, viaja por debajo de la ciudad bombardeada, en abierta contradicción con los espacios en que lo hace un viajero espacial.
La ciudad se hace al mismo tiempo real, se está en la Alameda. Todo está degradado: podridos, los carteles; deteriorado, el rostro de un famoso en una fotografía invisible y amarillenta.
La misma ingravidez del sujeto/personaje es la del sujeto/hablante que progresivamente a lo largo de esta “Carta primera” irá desvaneciéndose hacia lo inerme, lo inválido de un ciudadano que ya no lo es, porque la ciudad misma es ahora, irreal.
La hipérbole, entretanto, sigue reservada para el entorno, para lo que ve el viajero flotante en la gigantesca pantalla de televisión en que se ha convertido la ciudad, así, por ejemplo, los millones de mendigos. El deterioro, la carencia, el que todo sea huella de algo desaparecido va preparando el clímax del desahogo del hablante: las casas, sin muebles; los jardines, humeantes; las posesiones, quemadas. Y, entonces, la búsqueda de la liberación de aquello que lo oprime, que no le permite vivir: