Santiago. Fragmentos y naufragios. . Luisa Eguiluz
rostro es la línea de la calle Cada sombra, un cansancio Cada arruga, una muerte. (“A Dios dedico este mambo”, p. 29)
El no encontrarse en los lugares que forman parte de la cotidianidad de la ciudad, o el no sentirlos ya como propios, sino como ajenos, alienados, diferentes, ya se ha establecido en el término heterotopía, utilizado por Foucault32. Como se ve, los emplazamientos reales están contestados, invertidos (caracteres, estos últimos frecuentes, indispensables, me atrevo a decir en la obra de Eugenia Brito). Y lo que es imposible de percibir como propio, la ciudad en este caso, hace del habitante a su vez, un alienígena, un ser de otras raíces.
Esta experiencia urbana del desencanto, del desarraigo, se amplía, como es natural, a la patria toda, de manera que mejor no puede expresarse en el título: “Querida sucia patria”, ya que el desarraigo comporta siempre la dualidad de no sentirse parte, de ser arrancada, cortada, y por eso mismo anhelar lo perdido, la unión. Lo cortado, sean las raíces, sean los brazos, no puede ser regenerado como lo hacen con su cola las lagartijas.
Anoche vi tu cielo
oculto en un hoyo de granada.
sucio de orines, calcinado, rojo.
Pero ni una sola muralla
ni una sola
podría detenerme
cuando te nombré por mis heridas
cuando te hablé con mi desamparo
… … … … … … … … … … … …
camino
en mi desnudo,
amarrado a tus calles
abierta a las invisibles aceras del olvido
con mi corazón (que es tu fragmento)
enciendo tu tenue oculta luz
Esta continua escisión entre luz y oscuridad se reitera en el “Diario de Estrella”, en el texto llamado, precisamente, “Obscuro”, donde uno de los hitos de la ciudad, al igual que en poemas de Memet, aparece sucio, pero surge el anhelo de limpiar sus aguas:
¿Alguien soñó lavar el Mapocho?
Limpiar sus gatos florecientes
Adornar sus muertos
Pensad qué cosa maravillosa sería
si esa agua fuese transparente.
Nuestra ciudad tendría en ella su mejor espejo.
Al decir “pensad”, la enunciante realiza una exhortación, un llamado a la reflexión y a la imaginación, porque no está ausente la reflexión, con su lenguaje propio, con sus conectores lógicos en los textos de Brito. Esto se hace particularmente ostensible en el poema largo “Misterio Revelado”, sobre todo en las páginas 88 y 89, en que ciudad y Estrella de Chile encuentran voz. Y es que se requiere una explicación de su historia. Algunos conectores saltan a la vista: Porque, he ahí, y, por lo tanto, después de todo, pero, o, no obstante, si…
Los versos de este poema, que se citan a continuación, establecen con absoluta claridad las relaciones entre poesía y ciudad:
Y si mi mano escribe en sus entrañas la certidumbre dolorosa de un antiguo asombro la evanescente profundidad de sus sonidos es porque parto de mi ciudad y de sus voces veladas … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … Mi lengua se abrió como una campana Mi corazón se abrió y entró el sonoro el desventurado el dulce peso del dolor de mi pasajera piadosa estrella hospitalaria.
No puede quedar más explícita la relación entre la poesía y la ciudad en los versos “es porque parto de mi ciudad y de sus voces / veladas”. El cuerpo, fragmentado de la hablante y fragmentado en la urbe, las hace una: mano y entraña.
La disposición gráfica nos habla, además, perfectamente, de las pausas, del peso del dolor y de la soledad de la estrella. Lo visual está instalado en el texto, el texto está instalado en lo visual. Ambos lenguajes, el verbal y el visual, dialogan. Como de paso señala Marcela Sandoval, en “El traspaso de la memoria al lenguaje poético”33 , hay en Brito una interacción con otras formas de arte: video, pintura, fotografía.
Se ve en los textos de Brito el alto dominio retórico al servicio de los planos de la expresión y del contenido. Se advierte en las numerosas anáforas, comparaciones, aliteraciones, imágenes y especialmente metáforas, que en conjunto vienen a formar alegorías. Hay un fragmento en “A Dios dedico este mambo”, que cito a modo de ilustración de lo dicho y como una especie, me parece, de menuda arte poética vinculada a la ciudad:
En mis inclinaciones metafóricas cada línea de la calle me repite su ficción. (p. 29)
En su libro Filiaciones, de 1986, cuyo título está referido en parte a Mistral, de quien es heredera voluntaria de pasiones y significantes, nos encontramos con los ecos renovados de “pacto”, “estirpe”, “regazo”, y los vetustos plurales mistralianos, como también a los del suicidio, la muerte, “la que no tiene el hijo”. El cuerpo fragmentado, uno de los ejes centrales de la poesía de Brito, ya estuvo absolutamente presente en la de Gabriela: las rodillas, el re-parto de sus partes, como asimismo los contextos bíblicos: “la zarza en llamas” (al igual que la habíamos leído en Vía pública); los entornos: las montañas…
Otro sentido de filiación de su materia poética es con la ciudad, con la experiencia urbana, caracterizada como negativa, a través de la expresión “laberinto estrecho” y de constituir un lugar en que la hablante se pierde, se hunde. El perderse significa un desarraigo, una carencia de raíces identitarias.
me hunde el laberinto de esa estrecha ciudad. (p. 36)
El metro, cuya presencia ya se anotara en textos de Berenguer y en el libro anterior de la propia Brito, es aquí la máquina simbólica que perfora Santiago, con claras alusiones de naturaleza sexual. Aparece en la experiencia de ciudad, de nuevo como motivo de reflexión y de metáfora, reiterando el protagonismo alcanzado en los ochenta:
Se desnuda la máquina se acaricia se palpa ella está sin saber agujereando Santiago. por eso la erigen como altar estos parias es a ella a quien narran sus epístolas las calles por ella se acarician, se desnudan se palpan. (p. 45)
El metro, así, masculino, va guiado por la máquina, se feminiza y pese a su capacidad de penetrar, es en femenino, con una querida reiteración en que es una ella la que erotiza la metrópolis, las calles y los parias la erigen como altar.
Desde un punto de vista retórico, ya conocemos el desuso frecuente que hace Brito de las comas en las enumeraciones en que los elementos de la serie van en progresión, en ascenso, o bien, aquí, en avance con el ritmo (respetado) de la máquina.
La visión feminista recién expuesta se completa con otra, esta vez, psicoanalítica, la máquina es el inconsciente enterrado en la ciudad:
No son transitables los sueños del paria por eso la máquina rueda desnuda, vasta y sola como ellos excluida como ellos devota populoso inconsciente hundido en la ciudad… (p. 46)
Tras estas palabras, se vinculan al inconsciente, a través de las miradas de los transeúntes que se empañan en el metro, contenidos asociados metonímicamente: la publicidad en el metro y la (re)visión del paisaje del ojo, el color azul de las luces del metro / el color azul de las venas, el color azul para la primera paletada en el horno de Lonquén (la primera llama buena –para asar a las víctimas de la dictadura–