Santiago. Fragmentos y naufragios. . Luisa Eguiluz

Santiago. Fragmentos y naufragios.  - Luisa Eguiluz


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el desarrollo intelectual, se contaba ya con la Universidad de Chile, creada por ley en 1842 y en funciones desde 1843 con cinco facultades más la Academia de Pintura y de Dibujo. La Universidad Católica se inauguró en 1889, al igual que el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. El periódico fue también un instrumento de la vida intelectual en Latinoamérica, y allí escribían las mejores plumas.

      En cuanto a los paseos, al Parque Forestal y al cerro Santa Lucía, se vino a agregar la Plaza de Armas como nuevo referente de la vida cotidiana urbana, espacio público en que la gente de diversos estratos sociales que allí paseaba o pasaba podía ser vista como ciudadana. Menciono especialmente dicho espacio porque desde entonces será un hito de Santiago y también adquirirá carácter simbólico en los textos literarios.

      Pero en Santiago se hacía notar la aglomeración urbana, había mendicidad callejera. Cuenta De Ramón que ya se produce la protesta popular en la ciudad, con huelga, replicada en Valparaíso, en que se infiltraron delincuentes y provocadores y a lo que se respondió con una dura represión. También el lumpen participó en los saqueos a raíz de la guerra civil de 1891.

      En 1903 ya asustaban a la autoridad las ideas anarquistas y socialistas y en 1905 se produjo una semana roja, una asonada en la que entre 25.000 y 50.000 manifestantes se apoderaron de la que hoy se llama Plaza Argentina, en las cercanías de la Estación Mapocho y donde hubo 250 muertos. Esto hizo que se organizaran brigadas blancas con bomberos y vecinos, en aras de conservar los valores de la civilización cristiana.

      En 1930, durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, la situación era explosiva: a la crisis económica mundial, derivada de la famosa caída de la bolsa de EE.UU., se agregaban localmente la cesantía y la miseria que queda estampada en la memoria de quienes la vivieron en carne propia en Santiago, cuando desarrapados provistos de piojos mantenidos en cajas de fósforos amenazaban con lanzar estos parásitos exantemáticos a los transeúntes que no contribuyeran con limosnas. En esta inmensa masa de cesantes se incluían los inmigrantes campesinos y mineros llegados a la capital que sobrevivían aglomerados en los arrabales.

      Las ciudades de Latinoamérica empezaron a masificarse, pero estaban constituidas por una yuxtaposición de guetos incomunicados, señala Romero. Esta explosión urbana modificó la fisonomía de las ciudades, encarnándose el concepto de multitud, que reflejan diversos textos literarios.

      La vida intelectual en Santiago se enriquece y a ella contribuye la llegada de los exiliados españoles en el Winnipeg, en el viaje gestionado por Pablo Neruda en 1940. Fue la ciudad alegre y enjundiosa que conoció Luis Alberto Sánchez, recordada por De Ramón.

      Pero este paréntesis de alegría, que en Chile había surgido después del triunfo de Pedro Aguirre Cerda en 1938 contra el candidato derechista, no iba a durar mucho. Las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, terminada en 1945, se hacían sentir también en estas latitudes, en un período de austeridad, aunque de ascenso de las clases medias pujantes a las que favorecieron planes de vivienda durante los gobiernos radicales que se sucedieron. Ya queda asentado el término de sociedad de masas que se manifestara en Santiago, a partir de 1930, fecha coincidente con la establecida por Romero para dicho período en toda Latinoamérica y que se dio por causas similares, generando asimismo hechos parecidos: explosión de gente en cuanto a número y decisión, miles de desocupados, segmentación en guetos. Romero cita al respecto la novela Los de abajo, en México. En Chile, tendría su paralelo en las páginas de Nicomedes Guzmán.

      Por otra parte, la masa no quería destruir la estructura social, quería insertarse, de alguna manera, en ella, aunque fuese en oficios de poca monta. Así, fue perdiendo agresividad a medida que conseguía un empleo, fruto de la creciente industrialización y de poder obtener el beneficio de una vivienda. También se multiplicaron las posibilidades de la mediana clase media, especialmente a través de la educación, estudios secundarios y luego universitarios. A su vez, perdían poder las élites, manteniendo sí su prestigio social. Los linajes dejan paso a los clanes económicos. En Santiago, la clase alta abandona el casco de la ciudad y empieza a encerrarse en sus nuevos guetos o barrios, cada vez más al oriente, hacia arriba. Ahora se habla de la cota mil (1.000 metros de altura. El centro está a 600 del nivel del mar.)

      Se modificó el valor de la tierra urbana, alcanzando valores especulativos. La vivienda seguía siendo un problema para la integración social: en Chile estaban las “callampas”, en Buenos Aires las “villas miseria”, las “favelas” en Sao Paulo. Eran visibles en Buenos Aires, donde llegaron bolivianos y paraguayos; en Santiago se ocultaban a los ojos del turista (como lo testimonia el verso de Violeta Parra: “que no le han mostrado las callampitas”).

      Entre los 60 y los 70, al margen de la aparición de los hippies que buscaban un estilo de vida libertario, surge el problema más álgido de las tomas de terreno por los sin casa, a la par del surgimiento de grupos ultra como el MIR. Los campamentos eran vistos como aliados de los temidos “cordones industriales”, las agrupaciones obreras de las industrias que rodeaban la ciudad y que se consideraban una amenaza por los que propiciaban un golpe de Estado. Este venía madurando en los sectores de la derecha desde los tiempos de la Reforma Agraria aplicada en el gobierno de Eduardo Frei Montalva y ampliada por el de Salvador Allende, que agregó a esto la nacionalización del cobre, producto que genera los principales ingresos del país, en manos hasta entonces de compañías extranjeras, especialmente estadounidenses. Se sumaron así las fuerzas oligárquicas amenazadas en sus fortunas de terratenientes o de empresarios con las de militares simpatizantes y obsecuentes ya sea por ideologías conservadoras o afán de poder y al espaldarazo disimulado a medias que se recibía desde el exterior, desde la gestión de Kissinger, vía desabastecimiento y paralización amparada de los empresarios transportistas, para desencadenar el golpe de 1973. Ocurrió en medio de la más grande división de la sociedad chilena entre los defensores del desarrollo social, sobre todo de los más desposeídos, “el pueblo”, del primer gobierno socialista conquistado por votación popular en el mundo (ratificado un tanto a regañadientes, pero respetando la tradición de respaldar a la mayoría en el Congreso), y los golpistas, entre cuyos líderes militares se dio a conocer a última hora el propio Comandante en Jefe del Ejército (nombrado por el Presidente Allende y depositario de su confianza) Augusto Pinochet Ugarte, quien adquiriría plenos poderes por sobre los otros integrantes de la Junta Militar.

      La violencia siempre estuvo presente en la historia social y política de Chile, como lo demuestran entre otro hechos la guerra civil de 1891, las huelgas de los mineros, la matanza de Santa María de Iquique y los enfrentamientos por el alza de la locomoción del 2 de abril de 1957, pero el asalto a La Moneda del 11 de septiembre, con los Hawker Hunters, el palacio en llamas y todo lo que siguió, superó lo anterior. El ataque al palacio de gobierno, uno de los símbolos de Santiago, la muerte de Salvador Allende y sus últimas palabras, quedaron en la memoria de los que vivieron esos tiempos, y registrados visualmente, se han podido traspasar a las generaciones nuevas.

      Como lo señala De Ramón, a nadie sorprendió el golpe, pero sí el tiempo que se entronizó, mediante una feroz eliminación de los considerados enemigos del régimen, a cargo luego de organismos de seguridad especializados en el espionaje y las ejecuciones, con el silencio generalizado del Poder Judicial, con la anuencia de los beneficiados económicamente a través de las privatizaciones, con la intervención de las universidades en que la mayoría de sus profesores fueron despedidos, con las torturas y todos los atropellos posibles, incluidos crímenes perpetrados en el extranjero. Digna del mayor encomio fue en esos tiempos la labor desempeñada en defensa de los derechos humanos por la Iglesia Católica, especialmente a través de la Vicaría de la Solidaridad, organización de acogida y defensa jurídica, creada por el entonces Arzobispo de Santiago, Raúl Silva Henríquez. Los defensores del régimen militar ostentaban como logro el crecimiento de la economía y las modernizaciones puestas en marcha con los programas de los colaboradores jóvenes, los “Chicago boys”, pero ignoraban a sabiendas o no el costo social que eso había impuesto a la población, con un desempleo altísimo que el propio gobierno quería paliar con los planes de empleo mínimo en los sectores populares, y casi siempre vinculándolos a la necesidad de tener público para sus desfiles conmemorativos.

      El problema de los campamentos de los pobres en


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