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IX

       X

       El intruso

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       Los trenes de la muerte

       I

       II

       III

       IV

       V

       VI

       VII

       VIII

       IX

      . . .

      Olguín, Sergio

      Las griegas / Sergio Olguín. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : María Eugenia Krauss, 2020.

      Libro digital, EPUB - (Avalancha ; 3)

      Archivo Digital: online

      ISBN 978-987-86-7052-2

      1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Título.

      CDD A863

      . . .

      Primera edición: Junio 1999, Vian Ediciones

      ODELIA EDITORA

      facebook.com/odeliaeditora

      e-mail: [email protected]

      Tipografías: © Rockwell, © Roboto, © Museo Sans

      Foto solapa de autor: PH Jazmín Teijeiro

      Diseño gráfico de tapa e interiores:

       che.ca diseño

       che.ca1diseno

       Copyright © 2017 Odelia editora

       Copyright © 2017 Sergio Olguín

      No se permite la reproducción parcial o total de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopia, digitalización u otros medios, sin el permiso previo y escrito del editor.

      Su infracción está penada por la ley 11.723 y 25.446.

      Primera edición en formato digital: diciembre de 2020

      Versión: 1.0

      Digitalización: Proyecto451

      Realicé algunos cambios con respecto a la publicación original de Las griegas en Vian Ediciones (1999). Quité un cuento (“Eurídice, último canto”), porque ya no me gusta, e incorporé “Los trenes de la muerte”, relato que apareció en una antología de cuentos en el 2003. No dudo de que Verónica Rosenthal, protagonista de “Los trenes…”, merecía un lugar entre las griegas de estos cuentos. También quité un epílogo en el que contaba el origen del libro y de cada cuento en particular, información que hoy me parece innecesaria. La versión actual de “El intruso” es más extensa que la original. Los demás cuentos sufrieron cambios menores. También fueron reordenados, solo por el placer de seguir jugando con la edición del libro.

      S. O.

Maldita moda

       La moda está totalmente de parte de la violencia.

       Georges Perec

      París, 1996

      Detesto las pelucas, el tabaco, las mujeres de voz seductora, las mujeres mayores de treinta años, el trópico, la cerveza, los físicoculturistas, todos los deportes y a quienes los practican; detesto el amarillo mostaza, el inglés americano, a Oscar de la Renta, las películas de Hollywood, los fotógrafos de Magnum, el perfume de Kenzo, los hombres semicalvos, las estupideces de Valentino, la gordura en todas sus formas y las modelos argentinas. Cada vez quedan menos formas de placer: mis fotos, mis diseños, mis chicas, mi perfume, mis abanicos, París, dos o tres intelectuales, los seudointelectuales, los homosexuales, los onanistas, los diseños de Kenzo, Jean Paul Gaultier cuando está de buen humor, las mujeres de voces chillonas, las adolescentes, los hombres que intentan seducirme, las anfetaminas, las mujeres drogadas o borrachas, las gaseosas, el champagne, hablar de moda, la compañía de Mark, las mujeres que usan Dolce & Gabbana, el francés y el inglés como lo hablamos Claudia y yo, la vocecita de la otra Claudia tratando de pronunciar una frase en su pésimo alemán. Hace mucho tiempo que descubrí (¿fue aquella tarde de abril en Hamburgo cuando vislumbré todo lo que me iba a ocurrir en estos años?) que la vida no tiene sentido, nada es trascendente, nada dura más que un modelo de temporada, todo se olvida. La vida es como mis diseños: un resplandor que enceguece y oculta fugazmente la descomposición de la carne. La vida es como mi perfume: un disfraz invisible que desaparece poco a poco sin que nos demos cuenta. La vida es una mierda.

      Exagero. Siempre exagero. Cuando en Hamburgo aquel señor (con quien, luego, fui tan ingrato) me preguntó qué quería conseguir yéndome a París le contesté: “quiero ser Dios”. Obviamente, se rió. Yo seguí diciéndole: “voy a tratar por todos los medios de crear una mujer invencible”. Dios las había hecho frágiles, yo las iba a transformar en seres perfectos. No me importó que se siguiera riendo y pensara que solo iba a preocuparme por fotografiarlas o vestirlas. Yo sabía que mi destino era otro. Aunque después, con las primeras amenazas de éxito, me di cuenta de que no hay más destino que el tedio. De todas formas, no renuncié a ser Dios. Un Dios amante de la desmesura, los foulards multicolores y el sándalo. Un Creador de mujeres invencibles un poco aburrido de tener que hacerlas cotidianamente a mi gusto y semejanza. En fin, lo esencial es recomenzar. La divinidad es ante todo un trabajo rutinario.

      Hoy a la mañana, a mi hotel particular (donde conviven confusamente los espíritus de mis cuatro Casas) ha venido Claudia, la otra Claudia, que no se llamaba Claudia hasta que yo la bauticé. Vino con su madre, esa argentina


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