Las batallas de Concón y Placilla. Andrés Avendaño Rojas

Las batallas de Concón y Placilla - Andrés Avendaño Rojas


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grado de instrucción y el armamento empleado, la moral y el estado sicológico de las tropas, y muy particularmente los liderazgos de los comandantes; para, finalmente, presentar algunas reflexiones generales respecto a las consecuencias que el desenlace de estas batallas tendría en el devenir del Ejército de Chile, ya que para algunos, a partir de ahí es que se abren las compuertas que permitirían la profundización del que sería el proceso de modernización y profesionalización institucional más relevante del Ejército durante el siglo XX, y para o otros, se sientan las bases de un nuevo Ejército, distinto del anterior, que asentado en sus mismas bases surge como una nueva realidad, distinta y diferente.

      En lo que se refiere a la metodología empleada, es necesario señalar que se ha procurado ser lo más imparcial posible; situación no fácil de lograr, dado que la mayor parte de los testimonios de quienes fueron testigos directos de los sucesos de la revolución no están exentos de pasión partidista. En la búsqueda de la verdad y en la reconstrucción de las acciones militares, se han consultado el máximo de fuentes posibles, tanto de carácter primario como secundario. Es así, como se ha recurrido a la prensa de la época y a otra documentación coetánea, particularmente al Archivo General del Ejército, documentos y colecciones del Museo Histórico y Militar de Chile y, en forma muy especial, a los escritos de aquellos que nos han precedido en la investigación del tema. El recorrido de los escenarios geográficos en los cuales ocurrieron los acontecimientos no ha quedado tampoco fuera de lugar y, muy por el contrarío, recorrerlos fue fuente de mayor inspiración, exactitud y precisión en el análisis del desarrollo de ambas batallas.

      Nos ha parecido conveniente, en una dimensión formal pero que tiene mucho contenido, el precisar al lector que al hacer mención a las fuerzas enfrentadas durante la guerra civil se ha optado por identificar a una como: “ejército gobiernista o presidencialista” y a la otra, como “ejército congresista o revolucionario”. Ambos ejércitos, de diferente forma y manera —pero no por ello con menos propiedad y legitimidad— eran parte del Ejército de Chile, por lo que no nos ha parecido justo ni correcto identificar a una de las partes como tal. Ninguno de los dos ejércitos renunció a las denominaciones histórico-tradicionales de las unidades más simbólicas y heroicas del Ejército chileno y las hicieron suyas. En las filas de ambas fuerzas lucharon ex combatientes y héroes de la Guerra del Pacífico, y los dos ejércitos (a lo menos sus mandos) se percibían a sí mismos como legítimos custodios y defensores del interés nacional.

      En definitiva, con este trabajo esperamos efectuar una contribución que otorgue, desde un ángulo diferente, nuevas luces respecto a dos de las batallas más sangrientas de nuestra historia militar, que desde el punto de vista del país marcaron el término de un sistema de gobierno para dar paso a otro, y que desde la perspectiva del ejército, pusieron término a un modelo de ejército —que habiendo sido exitoso, evidentemente estaba agotado— dando paso a otro, que con ciertos ajustes, en su esencia, perdura hasta nuestros días.

      CAPÍTULO I

       El Ejército y la revolución

      CAPÍTULO I

       El Ejército y la revolución

      “La Pacificación de la Araucanía y las victorias obtenidas por Chile en las guerras contra la Confederación Perú-Boliviana (1836-1839) y Guerra del Pacífico (1879-1884), no solo incrementaron el territorio nacional sino que a la vez aportaron nuevas riquezas al país. Paralelamente a ello, esos triunfos fortalecieron el prestigio de las instituciones armadas al hacer ver a Chile no solo como un país guerrero, sino que también, como una nación triunfante y orgullosa”3.

      La gran valoración que la opinión pública —hacia 1891— tenía del ejército vencedor de la Guerra del Pacífico era una clara expresión de la satisfacción y orgullo que la sociedad chilena tenía por esta institución. A esta visión, en una actitud autocomplaciente, adhería la mayor parte de la oficialidad, perdiendo de vista y desechando la oportunidad de evaluar en forma más crítica los procedimientos de combate del pasado y que aún estaban vigentes. Desaprovechando así la ocasión para analizar con mayor interés los métodos de combate que nueve años antes en Europa, habían sido sometidos a prueba en la Guerra Franco-Prusiana, en la que ambos contendores habían empleado un armamento similar al usado en la Guerra del Pacífico4.

      El diagnóstico exitista que dominaba los análisis era un factor determinante para que la participación del Ejército en la Guerra del Pacífico fuese evaluada con suma benevolencia; para el general Francisco Javier Díaz Valderrama esos brillantes éxitos obtenidos con relativa facilidad habían cegado a la mayoría de los oficiales, dejándolos con la profunda convicción que los procedimientos tácticos y estratégicos, así como la organización militar adoptados en la guerra, habían sido los más perfectos que fuera posible imaginar5. Como se ve, es más fácil tomar conciencia de los errores cuando se fracasa o se es derrotado, ya que es en esas circunstancias cuándo uno se ve obligado a revisar en qué se falló. Cuando se ha tenido éxito, se tiende a ser autocomplaciente y por lo mismo, a evitar la autocrítica y a mantener el orden existente.

      Pese a ello, hubo quienes captaron que en la guerra recién acabada —independiente de la gloria alcanzada en los campos de batalla— se habían cometido errores que era necesario enmendar. En efecto, ya en 1882 el general Emilio Sotomayor Baeza, habiéndose hecho cargo nuevamente de la dirección de la Escuela Militar, estimó conveniente interesar al gobierno en la contratación de oficiales extranjeros para que se desempeñaran como profesores en ese instituto6. Para él estaba claro que la valentía, el coraje y la voluntad vencedora del soldado chileno ya no bastaban para decidir el resultado de una conflagración.

      De igual forma, al finalizar la Guerra del Pacífico, el almirante Patricio Lynch7 había representado al presidente Domingo Santa María y a su ministro José Manuel Balmaceda (a la sazón, de Relaciones Exteriores), los errores evidenciados durante la guerra por el arma de Artillería y el Estado Mayor, además de la inmadurez mostrada por la oficialidad8.

      Es así, como el gobierno del presidente Domingo Santa María instruyó al ministro de Chile en Alemania, don Guillermo Matta, para que buscara instructores en Europa que trajesen a nuestro país los aires renovadores de los ejércitos más avanzados de la época. Dichas gestiones culminaron con la contratación del capitán Emilio Körner9 para desempeñarse como profesor de ramos militares en la Escuela Militar de Chile.

       Capitán Emilio Körner Henze. Fuente: Museo Histórico y Militar de Chile.

      La llegada de Körner al país, a fines de 1885, sería determinante en todas las reformas que a partir de su arribo se iniciarían en el Ejército. De inmediato se incorporó a las actividades de la Escuela Militar y de la Academia de Guerra, establecimiento que se fundó poco después de su llegada. Era sin lugar a dudas la respuesta esperada frente a lo que, en opinión de Enrique Brahm, era el “…estado de abandono en que se encontraba la formación de la oficialidad, compartido por las más diversas instancias involucradas en el tema”10.

      Ha llegado el momento, señalaba en diciembre de 1885 la Revista Militar de Chile de “…reformar absurdas y viejas prácticas, de sustituirlas con otras más en armonía con el espíritu moderno, de devolver a España sus hoy vetustas leyes y reemplazarlas con otras de más adelantado criterio”11.

      La Academia de Guerra fue fundada por decreto supremo del 9 de septiembre de 1886 y los primeros cursos, que duraban tres años, se iniciaron el 15 de junio de 188712. A fines de 1890, los diecisiete oficiales que habían integrado el primer curso terminaban sus estudios, mientras otro grupo de solo quince se iniciaba en su primer año13. Debido a los acontecimientos de la revolución, el 9 de enero de 1891, la Academia fue clausurada, poniéndose término abruptamente a los estudios de este segundo curso, por lo que en las operaciones de la guerra civil


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