Si el tiempo no existiera. Rebeka Lo
sobre sus ojos verdes y los rasgos marcadamente masculinos. Y luego estaba esa risa contagiosa y ese aspecto de ser el tipo de tío capaz de cruzar el Amazonas en plan Michael Douglas en Tras el corazón verde o hacerte una tarta de frambuesas con la misma facilidad.
Sí, encajaba a la perfección. Era el prototipo de Top Ten, el número uno de los Cuarenta Principales. Sin duda, Alice le hubiera concedido el título de genuino «Amor of my life». Y como no podía ser de otra manera cumplía el requisito de estar pillado. Punto y partido para Constanza.
A la mañana siguiente me desperté más tarde de lo habitual y con dolor de cabeza, el vino del banquete se estaba cobrando sus réditos. Beo trepó desde los pies de la cama y me lamió la cara. Me tapé con la almohada, pero era insistente y acabé cediendo mientras engrifaba la nariz, su aliento no olía precisamente a menta fresca. Logré zafarme, no sin esfuerzo, tenía mucha fuerza y quería jugar. Constanza irrumpió en la habitación y Beo bajó inmediatamente de la cama, sabía quién mandaba en aquella casa. Estaba ansiosa por comentar la noche anterior.
—¡Pensaba que no te despertarías nunca! ¡Anoche causaste sensación! La villa entera quiere saber más de ti y ya tenemos algunas invitaciones para visitar casas nobles, pero no debemos precipitarnos, es mejor mantener el misterio. Ah…, y ha llegado esto para ti —dijo como si no tuviera importancia, pero se moría de ganas por conocer el contenido.
Me entregó un paquetito envuelto en un papel vasto y atado con una simple cuerda. No pensaba irse para dejarme abrirlo en privado, así que ni lo intenté. Después de todo estaba en su casa.
El paquete contenía un libro muy pequeño, parecía un libro de oraciones, pero este tenía unas coloristas ilustraciones. Había una página señalada, la abrí. No comprendía el texto, la caligrafía era antigua, así como el castellano empleado en la redacción, pero pude distinguir una palabra al lado de un dibujo de una piedra azul: Aquamarine. De inmediato supe quién me había enviado el libro. Constanza me miraba con curiosidad esperando que le diera alguna pista, volví a dejarlo dentro del papel despacio, acariciando la portada grabada y sintiéndome estúpidamente feliz. Mi anfitriona sonrió y me apretó la mano.
—Solo se sonríe así por amor, Blanca. —Para qué negarlo si su veneno ya estaba navegando por mi sangre con libertad—. Vístete o llegaremos tarde al oficio y Dios sabe que el padre Julián no me lo perdonaría.
Pese a que había recibido una educación cristiana en colegios religiosos no era practicante y mis conocimientos se limitaban al Padre Nuestro y la primera frase del Credo, así que me las arreglé como pude para seguir la misa en latín moviendo los labios como si en realidad conociera las oraciones y ahogando unos cuantos bostezos que se empecinaban en manifestarse. La misa resultó ser larga y aburrida, al parecer, más larga de lo normal. Por un lado, porque se pedía por la protección de los barcos balleneros que habían zarpado el lunes y que pasarían al menos tres meses mar adentro. Gixón era un puerto y el resultado de la expedición influía en los bolsillos de muchos de los presentes vinculados de un modo u otro al poderoso Gremio de mareantes. Por otro lado, era el día de Todos los Santos y en el sermón se honró a los difuntos.
Cuando salimos, Bernal nos informó de que la partida se había pospuesto un día, en lugar de hacerla coincidir con el primer domingo de noviembre del año del Señor de 1394. Me vino a la cabeza el refranero popular: «En martes, ni te cases ni te embarques». ¿Sería extensible a la firma de treguas y pactos o solo a los contratos matrimoniales y marítimos? De cualquier modo, el retraso suponía una noche más de los castellanos en el palacio del conde. El rey Enrique tenía prisa por volver a su corte antes de que las nieves cubrieran las montañas asturianas, pero también quería asegurarse de que su díscolo tío respetara las condiciones de la tregua, así que exigió que le entregara como rehén a uno de sus hijos, también llamado Enrique. Los emisarios tenían órdenes de escoltar a la comitiva del conde hasta el campamento real para así mantenerlos vigilados en todo momento.
Aquí y allá se formaban corrillos comentando la inminente tregua que les daría un respiro y les permitiría volver a una vida medianamente normal.
La mañana era fresca y me arrebujé en la capa que me había prestado Constanza. Ella y el capitán se habían detenido a saludar al párroco que parecía reprenderles por algo, estaba contrariado. Se tomaba su oficio muy a pecho. «No llegará a viejo», pensé, pero algo en sus ojos me dijo que debía mantenerme alejada de él. Los fanáticos siempre son peligrosos y aquel hombre seco y enjuto tenía aspecto de serlo… Y mucho.
Mi intención era subir al Cerro de Santa Catalina mientras estaban ocupados, se hallaba bastante cerca de la iglesia. Me ponía nerviosa la perspectiva de volver al lugar donde todo aquel embrollo había empezado, pero tarde o temprano tendría que hacerlo y ver qué ocurría. Alguien abortó mis planes.
—Creo que no hemos sido presentados.
No me había percatado de su presencia, así que casi se me sale el corazón por la boca del susto. Era sigiloso como un gato. Quien me hablaba era el mismísimo Pero Niño. Me intranquilizó su cercanía. Alto y delgado, aunque fibroso, vestía una chaquetilla de impecable factura y el escudo morado del rey de Castilla sobre el pecho.
—Soy Pero Niño, caballero de Castilla y vuestro devoto admirador, señora. —Se inclinó con galanura y a pesar de ello yo hubiera deseado salir corriendo, pero permanecí inmóvil.
—Me llamo Blanca Villa, señor, soy la sobrina del capitán Bernal Villa, con quien compartisteis mesa anoche —contesté intentando aparentar una calma que en absoluto sentía.
Pareció complacido.
—Ah, sí, el capitán. Un hombre muy agudo.
—Sí y precisamente está esperándome —dije en un intento de escapar.
—¿Tenéis que iros? —Se acercó un poco más, demasiado para mi gusto—. Pensaba que podríais concederme un rato más en vuestra compañía.
Compuse mi mejor gesto de recato.
—No sé si las damas castellanas se pasean con caballeros a solas, pero aquí en Asturias gustamos de que las cosas discurran con más lentitud.
Me tomó por el brazo y lo presionó, era fuerte, estaba acostumbrado a portar pesadas espadas, así que mi brazo le parecería una ramita en comparación.
—Castellana o asturiana, es indiferente. Algunas mujeres dejan claro cuándo desean ser cortejadas. —Hizo una pausa—. A otras, en cambio, es necesario convencerlas de las ventajas.
—Soltadme —dije entre dientes.
Pero no lo hizo, era evidente que se lo estaba pasando bien.
—¿O qué? —me retó.
—O gritaré y recordad que estáis en terreno enemigo, señor.
—No tengo por costumbre forzar a una dama, señora. En realidad, no lo necesito. Llegará el día en que vos misma suplicaréis mi cercanía… y no tardaréis mucho. —Sonó a amenaza, y de las que se cumplen.
Era presuntuoso, aunque sobre sus espaldas reposaran responsabilidades de adulto, en el fondo seguía teniendo la vehemencia y el descaro de un joven de su edad. Eso solo se cura con los años. De cualquier modo, no quería tentar a mi suerte. Pero parecía imprevisible y estaba convencida de que la espera provocada por el sitio le había hecho acumular tanta energía que por algún lado iba a explotar como una tetera hirviendo, mejor no estar cerca cuando eso ocurriera, así que me alejé lo más rápidamente que pude en dirección a la iglesia.
Capítulo 7
NO TAN NIÑO
Lunes 2 de noviembre de 1394, un día antes de la firma de la tregua
La delegación encabezada por el conde Alfonso Enríquez, señor de Cabrera y Ribera, de Ribadesella, Villaviciosa, Nava y Laviana, de Cudillero, Luarca y Pravia, de las dos Babias, y su hijo era nutrida y pese a no ser costumbre habitual había algunas damas en ella.