Antiespecista. Ariane Nicolas
en bloque, la revuelta pura y dura.
Un segundo elemento se sitúa además del lado de la investigación científica. Cada año, una multitud de estudios científicos nos enseña nuevas facetas de los animales y de su «vida secreta», por utilizar la expresión de Peter Wohlleben, escritor y guarda forestal. La ampliación de nuestra esfera de consideración, como reclama Peter Singer, se corresponde no solamente con un fenómeno histórico de extensión del ámbito de la sensibilidad humana[15]; coincide también con un crecimiento de nuestros conocimientos en zoología, de suerte que las facultades animales, como la inteligencia o la afectividad de ciertas especies, se toman de aquí en adelante totalmente en serio. En nuestros días nadie se atrevería a decir, como Descartes, que los animales funcionan como los relojes. Los animales están ciertamente privados de logos, es decir, de un lenguaje articulado, pero pueden experimentar sensaciones, incluso sentimientos complejos, susceptibles de redefinir las relaciones que tenemos con ellos.
Conviene en fin subrayar el impacto de las nuevas tecnologías y las redes sociales en la construcción de la ideología antiespecista y del veganismo en el imaginario colectivo. El veganismo pertenece a esos ámbitos de la existencia que se prestan al virtue signalling, o lo que es lo mismo, a los «comportamientos virtuosos ostentosos», que proliferan fieramente en Internet. Dárselas de vegano es una práctica que se exterioriza a menudo subiendo fotos de platos healthy y sofisticados en las redes o creando un canal de Youtube en el que uno cuenta su proceso de neovegano que descubre las novedades culinarias a base de cereales con nombres divertidos. En Instagram, la ola vegana impresiona: los dos principales hashtags dedicados a la causa (#Vegan y #VeganFood) no bajan de cien millones de posts, mientras que las dos palabras clave (#Veggie y #Vegetarian) apenas logran una penosa treintena de millones de impactos. El veganismo es el nuevo vegetarianismo. El vegano 2.0 proyecta la imagen de una persona sana de espíritu y cuerpo, preocupada por el medioambiente y en plena posesión de sus medios: un modelo a seguir. Al contrario, el comedor de carne, que se jacta de servir un chuletón a sus comensales que ni siquiera es bío, debe preocuparse de rodearse de un círculo inmediato muy benevolente para no encontrarse hostigado por los Social Justice Warriors, estos infatigables justicieros de las redes sociales que se lanzan sobre cualquiera que infrinja la doxa del momento.
Todos los veganos, ¿son necesariamente antiespecistas? A priori, no exactamente. Los antiespecistas representan la vertiente activista, politizada, del veganismo. Son activistas que han estudiado la literatura antiespecista y abrazan voluntariamente una forma de proselitismo social. No se puede considerar a los veganos verdaderos activistas. Cuando nos sumergimos en el hashtag #VeganFood en Instagram, cuesta imaginar que la mayoría de ellos haya leído una sola línea de Peter Singer. Algunos se han convertido sin duda en veganos de igual modo que han aprendido a producir su propio compost o a montar en bicicleta. No obstante, el fondo conceptual del veganismo y el del antiespecismo es rigurosamente el mismo. Solo la actitud social difiere.
¿LOBOS O CORDEROS?
Rechazando situar al ser humano en el centro de su sistema de valores, el antiespecismo constituye un desafío inédito para la filosofía, lo cual explica en parte la virulencia de los debates que suscita. Porque no se trata de una filosofía amablemente heterodoxa. El antiespecismo hace un replanteamiento de arriba abajo, transgrede las definiciones asociadas corrientemente a nuestra manera de pensar (sobre la conciencia, la razón, el lenguaje, la voluntad, etcétera) y barre de un manotazo dos mil quinientos años de mayéutica y reflexiones de todo tipo. Aristóteles, Descartes, Rousseau, Kant, Arendt; ninguno de estos autores clásicos recibe su beneplácito.
Dos problemas son particularmente sensibles. De un lado, la componente metafísica del debate. El antiespecismo, según sus diferentes corrientes, o bien ignora esta dimensión intelectual (por ejemplo, preguntarse si el alma humana y/o el alma animal existen), o bien sitúa en el mismo plano metafísico a los seres humanos y a los animales. Estos últimos, a los que los antiespecistas llaman siempre «animales no humanos» para cortocircuitar mejor las diferencias de naturaleza entre el Homo sapiens y las otras especies, son también considerados como seres-para-la-muerte en sentido pleno, por aludir al neologismo que Heidegger reserva al Dasein humano[16]. ¿Tiene acaso el animal una relación con el mundo idéntica a la nuestra? Interrogado por Libération, el filósofo de la ciencia Thierry Hoquet detalla esta dificultad:
Para los filósofos, la cuestión de la sensibilidad hace tiempo que ha quedado ligada a la del alma. Para sentir cualquier cosa, es necesario un ser dotado. De repente, la cuestión pasa a ser teológica: «¿Quién será salvado? ¿Hay una especie metafísicamente diferente? ¿Tienen los animales un alma? Y si así fuera, ¿es mortal?». Pero todos los autores [clásicos] están de acuerdo en afirmar que los seres humanos tienen características radicalmente distintas[17].
Lo cual explica en gran medida que los filósofos contemporáneos estén un tanto desamparados en lo que atañe a interesarse por el antiespecismo. Otro asunto desagradable para la filosofía es que el antiespecismo se desentiende de un valor ético heredado de la Antigüedad: el justo medio aristotélico, esto es, un cierto espíritu de templanza y moderación. Los antiespecistas rompen con esta lógica, que comparte un buen número de filósofos y especialistas en ética. Para ellos no existen mínimos de sufrimiento o imperfección aceptables, que podrían justificar una cohabitación responsable entre los seres humanos y los animales. Todo mal debe ser deconstruido, estigmatizado y repudiado. A este respecto, el título de la obra La revolución antiespecista no está concebido al voleo: el antiespecismo ambiciona convertirse en la revolución copernicana del siglo XXI.
De ahí que la propuesta antiespecista sea más profunda y estimulante de lo que a simple vista parece. Como apuntaba Jacques Derrida en 2006 en El animal que luego estoy si(gui)endo, los animales conforman un prisma a través del cual los seres humanos reflexionan sobre su propia humanidad, a riesgo, tal vez, de mezclarlo todo:
El hombre concibe al animal bajo las especies más contradictorias e incompatibles: bondad absoluta, por ser natural, inocencia absoluta, más allá del bien y el mal, el animal sin falta y sin defecto (ahí residiría su superioridad, originada en su inferioridad), pero también el animal mal absoluto, la crueldad, la brutalidad mortífera[18].
La filosofía y la literatura han recurrido a menudo a la figura del animal para pensar la humanidad en toda su complejidad. El antiespecismo realiza una inversión espectacular de esta perspectiva, como si pensar la animalidad humana no tuviese ya sentido o no sirviese ya para nada: como si ya lo supiésemos todo sobre nosotros mismos. Para los antiespecistas, ya no es cuestión de interesarse por la animalidad de los seres humanos, sino más bien por la humanidad de los animales. Los animales constituyen un El Dorado filosófico rico en promesas, sobre el que podemos proyectar las cualidades humanas como mejor nos plazca: de la moralidad supuestamente natural de los monos a los talentos matemáticos de los cuervos, pasando por el ingenio de los pulpos y las prácticas funerarias de los elefantes. Lévinas apelaba a un «humanismo del otro hombre». Ese otro hombre, ¿sería hoy en día un animal?
De hecho, el éxito creciente del antiespecismo arroja luz sobre la fragilidad de la filosofía humanista, que parece haber proporcionado todos los útiles conceptuales al antiespecismo para serrar la rama que lo sostiene. «No me gustan los animales, los respeto», clama Aymeric Caron, elogiando de esta manera un valor que tanto importaba a Kant. Peter Singer se adhiere a una noción tan liberal como la de «interés»; Sue Donaldson y Will Kymlicka entienden por su parte que hay que extender la noción de «ciudadanía» hasta los animales. La libertad, la soberanía, el respeto, la individualidad, la igualdad, derechos naturales inalienables e incluso la resistencia a la opresión; los grandes conceptos de la filosofía política moderna son convocados para defender a seres que sin embargo son incapaces de comprender su significado. ¡Qué más da que las intenciones originales de sus autores hayan quedado distorsionadas!
La aportación del antiespecismo a la filosofía depara así pues cierto número de problemas, tanto lógicos y científicos como éticos. ¿Debe el derecho tener por único axioma la concepción utilitarista del placer y el dolor? ¿Es posible firmar contratos con seres en quienes el consentimiento no puede ser identificado? ¿Qué significa verdaderamente matar a un animal, y matar a un ser humano? ¿Hay que extraer de la historia