Antiespecista. Ariane Nicolas

Antiespecista - Ariane Nicolas


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del estoicismo, puesto que este último juzga, al contrario, que uno puede lidiar con el sufrimiento, llegar a dominarlo. Para Marco Aurelio, es en efecto posible alumbrar un juicio sobre el mal que tome distancia de la sensación provocada sobre el cuerpo:

      El utilitarismo nace a finales del siglo XVIII de la pluma de Jeremy Bentham. Este filósofo británico es el autor del texto fundacional del antiespecismo, editado en 1789 —esto es, el mismo año en el que aparece la Declaración universal de los derechos del hombre—, titulado Los principios de la moral y la legislación. En esta obra se carga de un plumazo la filosofía de la Ilustración al situar en el centro de su control social el concepto de sensación. La razón y la dignidad humana son relegadas al rango de coquetería intelectual.

      Puesto que la sensación constituye, en el caso de Bentham, el paradigma último de los principios de justicia, se plantea inevitablemente la cuestión del lugar de los animales en el seno de esta nueva legislación. El filósofo lanza la idea de incluir a los animales en el gran cálculo utilitarista, sin por lo demás defenderla. Esta extensa nota al pie extraída del libro de Bentham resulta capital para el movimiento antiespecista, hasta el punto de que la encontramos cortada y pegada en decenas de blogs y de libros dedicados a la causa:

      DE BENTHAM A SINGER, EL GRAN SALTO HACIA DELANTE

      Cuando Bentham escribe este texto sobre los animales, el sistema agrícola de las potencias occidentales todavía no se ha industrializado. No hay, en Europa, ni pollos criados en serie por millares, ni inseminación artificial de los animales de granja, ni «granjas con mil vacas». En el curso del siglo XIX, la revolución industrial transforma progresivamente este paisaje. El éxodo rural se intensifica, descosiendo los vínculos tejidos desde hace casi diez mil años entre los seres humanos y su ganado. La agricultura intensiva se extiende a medida que los campos se vacían. Los ciudadanos pasan a comprar sus alimentos en hipermercados en los que los lineales están atestados de carne animal cortada y envasada.

      Desde hace medio siglo son raros los habitantes que, desafiando a Plutarco, consumen los animales que ellos mismos han criado, alimentado y matado con sus propias manos. El ser humano y el animal para la ganadería ya no viven juntos. En su día compañeros de cuarto en una misma granja, el primero durmiendo en lo alto del establo, el otro cerca de su pesebre, hombre y animal se han convertido en extraños. Ahora, cuando se cruzan, lo más habitual es que el animal ya esté muerto.

      El grito de alarma del filósofo australiano, en 1975, llega en este contexto de industrialización enajenada de la ganadería. Si Peter Singer desea «liberar a los animales» es porque la mayoría de ellos son criados en estructuras que se asemejan más a campos de la muerte que a sitios donde se pueda llevar una vida decente. Una decena de páginas de Liberación animal se consagra por tanto a la descripción objetiva de las condiciones de vida de los animales de granja. En su época, la opacidad de estas granjas de nuevo cuño era casi total. Las informaciones que presentó conmocionaron al gran público. La crueldad parecía revestir una forma tan aberrante como inédita; los animales se habían transformado en objetos. Tal vez nos neguemos a verlo, pero hoy en día producimos filetes como se fabrican coches o tubos de dentífrico: en cadena.

      Peter Singer se habría podido contentar con reclamar mejores condiciones de vida para los animales de granja. Pero su mensaje supuso un gran salto adelante frente


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