Antiespecista. Ariane Nicolas
con lo que se denomina, en ética aplicada, un «experimento mental». Un experimento mental es un tipo de cuestionamiento muy popular entre los filósofos anglosajones. Consiste en plantear un dilema ético (casi) imposible de resolver, a fin de mostrar la complejidad de lo que está en juego y, preferentemente, de contribuir a determinar nuevas normas. El ejemplo más conocido es el «dilema del tranvía», que ha vuelto a la palestra a propósito de los debates sobre los vehículos autónomos. Consiste en lo siguiente: un tranvía va lanzado por una avenida sobre sus raíles y un segmento, desgraciadamente, está en obras, de modo que si el conductor no interviene de inmediato, atropellará a los muchos trabajadores que están sobre la vía (que no lo ven venir); pero si hace descarrilar al tranvía para salvarlos matará accidentalmente a unos transeúntes que circulan en las inmediaciones de las vías. En tal situación hipotética, ¿qué debería escoger? ¿Matar a un gran número de obreros dejando que el trágico destino se cumpla, o cambiar la trayectoria del tranvía, matando en cambio a una familia que pasea por allí y se encuentra con la situación sin comerlo ni beberlo?
Peter Singer retoma este cuadro teórico y lo aplica a la ética animal. Desarrolla por ejemplo un experimento mental[31] cuya conclusión es la siguiente: si se nos pide escoger entre matar a un ser humano discapacitado y matar a un ser humano en plenas facultades, escogeremos la primera solución. Otro de sus experimentos mentales famosos, al que suelen aludir los antiespecistas, remite directamente al Holocausto. Si estuviésemos en un barco a punto de hundirse, con nazis y perros a bordo, y si hubiese que arrojar por la borda a un nazi o a un perro para mantener el barco a flote, ¿a quién escogeríamos sacrificar? Se nos sugiere que llevemos el experimento mental un paso más allá. Imaginemos ahora que hubiera que matar no a uno, sino a cien perros en lugar del nazi que, por cierto, habría liquidado a nuestra familia cinco minutos antes. ¿No preferiríamos arrojar al detestable nazi por la borda, en vez de a los adorables perritos? Evidentemente, con este tipo de razonamientos, cualquiera terminará prefiriendo matar al nazi (es decir, a un ser humano) antes que al animal. El experimento mental, por naturaleza modulable, permite «jugar» con las variables, lo cual enturbia por completo los puntos de referencia éticos. El recurso a este tipo de razonamientos aspira a demostrar que, en el fondo, no existe una diferencia de naturaleza entre los seres humanos y los animales, solamente una diferencia de grado, y esto mismo en cuanto al más carnívoro entre nosotros. ¡Acuérdese, al final eligió matar a un nazi antes que a un perro!
A través de sus experimentos mentales, Singer maneja lo que considera «evidencias» con una seguridad en ocasiones indignante. Cree poder introducirse, sucesivamente, en la mente de un chimpancé y en la de un discapacitado mental y saber lo que piensan de su propia vida y cómo valoran su propia existencia. ¿Cómo no conmoverse? ¿Quién puede arrogarse el derecho de evaluar qué tipo de vida sería preferible, entre dos vidas juzgadas disminuidas?
El filósofo utilitarista menciona estos casos al límite para cuestionar —y legitimar— la fosa cualitativa entre los seres vivos humanos y los animales. Es lo que los antiespecistas denominan habitualmente «el argumento de los casos marginales». Pero él considera que todos los seres humanos tienen a priori los mismos juicios a propósito de estos casos al límite, aunque no exista estudio o sondeo alguno que confirme tal cosa. ¿Está usted seguro de que, como Peter Singer afirma, preferiría matar a un ser humano trisómico antes que a un mono en plenas facultades? Permítame que lo dude. En realidad, lo que hace Peter Singer es pretender que su propio juicio devenga una verdad universal, un procedimiento muy instructivo para entender lo que uno lee en las Confesiones de Jean-Jacques Rousseau, aunque también un planteamiento del todo problemático cuando hay vidas humanas en juego.
Suponiendo, con toda la fantasía que Peter Singer nos exige, que en alguna ocasión en nuestras vidas nos veamos en la tesitura de tener que elegir entre la vida de un chimpancé y la de un ser humano psíquicamente disminuido, nuestra respuesta no sería la suya. Porque ¿hay algo más ruin e injusto que suprimir la vida de una persona porque sea más vulnerable que otra? ¿No empezaron las masacres en masa de los nazis con programas de eutanasia para niños discapacitados, antes de que les tocase el turno a las poblaciones saludables de las «razas» llamadas «inferiores»? Por lo demás, cabe sencillamente negarse a entrar en este jueguecito. Porque en general los experimentos mentales no nos hacen avanzar ni agudizan nuestra mirada. Tienen por fin retorcerla y travestir nuestro juicio por completo. Pretenden crear un vértigo tal que el antiespecismo quede como el único remedio válido para aliviar las convulsiones del espíritu.
A la literatura antiespecista le encanta jugar con dos barajas. Reposa tanto sobre análisis científicos sobre las capacidades cognitivas de los pulpos y los grandes simios (lo cual es legítimo) como sobre afirmaciones que tiene por inatacables, como ocurre con esta frase de Sue Donaldson y Will Kymlicka, autores de Zoópolis: «Los animales no han sido puestos sobre la Tierra para servirnos, para alimentarnos o para asegurar nuestro confort»[32]. Bienaventurados los que puedan decirnos por qué «los animales han sido puestos sobre la Tierra»… Otras estrategias argumentativas eluden (consciente o inconscientemente) regiones enteras de la realidad. Podemos verlo en particular en esta cuestión retórica que Peter Singer plantea:
Si la posesión de un grado superior de inteligencia no autoriza a un ser humano a utilizar a otro para sus propios fines, ¿cómo podrá a autorizar a los seres humanos a explotar a los no humanos con el mismo objetivo?[33].
No obstante, «tener el derecho de utilizar a un ser humanos para sus propios fines» por gozar de un «grado superior de inteligencia», ¿no es acaso una posible definición —entre otras— de eso que llamamos trabajo? Parece una descripción que se corresponde con la situación que viven miles de personas obligadas a trabajar, con el solo fin de cubrir sus necesidades. El sufrimiento humano en el trabajo, ¿es acaso más aceptable que el sufrimiento animal? ¿Por qué razón habría que impedir a toda costa que los animales sean explotados, al tiempo que dejamos que los seres humanos lo sean?
Si los experimentos mentales tienen cierto interés, igualmente amenazan una ética que podríamos calificar como kantiana, es decir, fundada en grandes máximas y en el respeto a los deberes fijados por adelantado. A partir del momento en que razonamos únicamente en base a los casos particulares, llevados a posta al extremo e irreales (que sepamos, ningún marinero ha tenido que escoger jamás entre un nazi y cien perros para sobrevivir), perdemos de vista los principios superiores que deberían incitarnos a actuar. Por ejemplo, en palabras de Kant: «Actúa de tal forma que la máxima por la que se rige tu acción pueda erigirse por tu voluntad en ley universal».
Tal y como los presentan los antiespecistas, los experimentos mentales realmente operan para evitar cualquier recomendación previa a la acción, mucho más de lo que ayudan a guiar nuestra existencia. Como ha escrito el filósofo norteamericano Nolen Gertz en Twitter, la importancia que han cobrado en el debate filosófico ha pasado a ser verdaderamente tóxica. «El único “problema del tranvía” que habría que plantear sería el que permitiese resolver el siguiente problema: ¿se puede saber por qué la ética en nuestros días se ha reducido a resolver estos “problemas”?»[34].
[1] MARCO AURELIO, Pensées pour moi-même. Trad. Del latín de Mario Meunier. Flammarion, 1964, Libro VIII, p. 134.
[2] Véase Pierre HADOT, La ciudadela interior. Alpha Decay, 2013
[3] Trad. por el Centre Bentham, Vrin, 2011, p. 25.
[4] Ibid., p. 62.
[5] Ibid., p. 64
[6] Ibid., p. 62.
[7] Ibid., p. 325.
[8] Cf. Jacques