Antiespecista. Ariane Nicolas
humana o, al contrario, el síntoma de un odio indecible hacia el género humano, disfrazado de amor a los animales?
Tal vez pensemos que esta ideología no merece ser escrutada con atención, sino sencillamente acogida con risas condescendientes. Pero haciendo tal cosa olvidaríamos que el antiespecismo hace temblar los fundamentos mismos de nuestra humanidad, que se ha constituido con los animales durante milenios, y no solamente desde que la pesca y la ganadería existen. Incluso hoy en día, cuando un extranjero se instala en un país, con naturalidad concibe la idea de debutar profesionalmente en ese país montando un restaurante; una manera natural y espontánea de dar testimonio de su conexión con una cultura: comunicarla a sus nuevos congéneres. ¿Hay que imaginar que un día el guiso de ternera, el tayín de cordero o el filete Strogonoff serán borrados de nuestras memorias colectivas, por ser juzgados demasiado violentos? Desde el punto de vista económico, subrayemos igualmente la amenaza que pesaría sobre cientos de miles (¿o son millones? ¿Cómo calcularlos siquiera?) de empleos ligados a los sectores del gran consumo, de la salud o del entretenimiento que implican de un modo otro el trato con animales: la agricultura, la pesca, la cosmética, los laboratorios farmacéuticos, los acuarios, los zoos, los circos, las tiendas de animales, los centros ecuestres…
La mayoría de los antiespecistas activistas realizan una defensa no violenta de sus opiniones. Con la notable excepción de la asociación 269 Libération animale, y de algunos grupos no identificados que atacan físicamente en las carnicerías, los mataderos o las queserías, su combate se limita efectivamente al terreno de las ideas. Pero hay que tener un concepto bastante caricaturesco de la violencia o bien absolverse a uno mismo de toda violencia para sostener una ideología tan verbalmente agresiva y decirse no violento. Pierre Bourdieu, desde una perspectiva diferente, ha mostrado con claridad que la violencia simbólica puede revelarse tan opresiva y destructiva como la violencia física. A su manera, y por más que lo disputen, los antiespecistas que se dicen «pacifistas» ejercen también una forma de violencia en el espacio público: la de socavar voluntariamente los cimientos éticos, relacionales y culturales de nuestras sociedades. Y es justamente esta violencia inédita, tan ciega de sí misma como segura de ser un derecho ejercido, la que parece legítimo denunciar hoy en día.
¿Qué podemos objetar al pensamiento antiespecista? Fundamentalmente, tres cosas. Para empezar, una retórica sentenciosa que conduce a ver imperativos de justicia allá dónde, en realidad, no emergen más que las consideraciones morales sin fundamento. Después, un deseo absoluto de radicalidad que se refugia tras el argumento de la no violencia y que conduce principalmente a una peligrosa relectura del pasado y de nuestros modos de vida. Finalmente, la alianza objetiva del antiespecismo con un horizonte tecnológico poshumano que entiende que estamos más inclinados a depender de las máquinas que de los animales. De suerte que, lejos de ser «el nuevo humanismo», como se anuncia por aquí y por allá, el antiespecismo se parece más a un antihumanismo, a un zoocentrismo llevado hasta tal extremo que nuestra propia humanidad bien podría disolverse un día en la gran cadena indiferenciada de los «animales no humanos»[19].
[1] Del latín limes, que significa «frontera», los animales liminares viven junto a los seres humanos sin ser domesticados por ellos, como las palomas o las ardillas.
[2] PLUTARCO, Trois traités pour les animaux. Trad. Jacques Amyot, París, P.O.L., 1992, p. 108 Para otras referencias antiguas, véase Jean-Louis POIRIER, Cave canem. Hommes et bêtes dans l’Antiquité. Les Belles Lettres, 2016.
[3] René DESCARTES, Discours de la méthode, París, Le Livre de poche, 1993, p. 159. Retomaremos más adelante si es oportuna la comparación entre animales y autómatas.
[4] «Un tiers des ménages français sont flexitariens, 2 % sont végétariens» [«Un tercio de los hogares franceses son flexitarianos, el 2 % son vegetarianos»], en Le Monde.fr, el 1 de diciembre de 2017 [El flexitarianismo consiste en ser vegetariano en casa, pero admitir comer carne cuando se come con amigos o familiares o se asiste a eventos donde hay platos que contienen carne (N. del t.)].
[5] Peter SINGER, La Libération animale, Trad. por Louise Rousselle, Éditions Payot, 2012, p. 57.
[6] Ibid., p. 67.
[7] Yves BONNARDEL, Thomas LEPELTIER y Pierre SIGLER (dir.), PUF, 2018.
[8] Aymeric Caron es por cierto el cofundador del primer partido antiespecista francés, la “Agrupación de ecologistas por los seres vivos” (Rassemblement des écologistes pour le vivant), creada a principios de 2018.
[9] Points, 2017.
[10] Seuil, 2017.
[11] Trad. de Pierre Mandelin, Alma Éditeur, 2016.
[12] Arthaud, 2017.
[13] Como los actores Ellen Page, Woody Harrelson y Natalie Portman o los cantantes Miley Cyrus, Moby y Ariana Grande. Existe incluso una página en la Wikipedia dedicada al asunto.
[14] Evidentemente, la principal razón invocada por la estrella no es su amor por el pescado y los huevos, sino las dificultades que tiene para encontrar fácilmente restaurantes veganos (fuente: VeganNews.com).
[15] Véanse específicamente los trabajos del sociólogo alemán Norbert Elias o del historiador francés Alain Corbin.
[16] Cf. Martin HEIDEGGER, Être et temps. Trad. por François Vezin. Gallimard, 1986.
[17] «Mettre les hommes et les bêtes sur le même plan est une position intenable mais passionnante» [«Situar a los hombres y a los animales en el mismo plano es una posición insostenible, aunque apasionante»].Entrevista a Thierry Hoquet en Libération, 5 de abril de 2018.
[18] Jacques DERRIDA, L’animal que donc je suis, Galilée, 2006, p. 93.
[19] Título de un capítulo de un libro de Aymeric Caron.
2.
LA FÁBRICA DE UNA IDEOLOGÍA
SENTIRSE MAL Y SENTIR DOLOR
El sufrimiento es el nervio de la guerra de la reflexión antiespecista. Según esta doctrina, los seres dotados de sensibilidad deberían tener derechos básicos equivalentes a los de los seres humanos, en nombre de su capacidad de experimentar sufrimiento y placer. El lenguaje contribuye además a establecer esta correspondencia: la palabra latina malum, de donde procede «mal» en francés y en castellano, significa a la vez lo que es malo, en el sentido moral del término, y también el malheur (el percance, el contratiempo) y la maladie (enfermedad); la maldad y el dolor. Etimológicamente, sentirse mal es un mal; sufrir es malo. La palabra «mal» establece también un nexo entre un afecto y un juicio; enlaza la moral a un modo de existencia específico.
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