Trascendiendo. Fernando Gil Sanguineti
pasado los años acostumbrados a tus cariños, a salir de pesca en verano, a escucharte corretear por la casa a la hora de almuerzo, y de pronto debías emprender el vuelo. Gracias a tus estudios en la Universidad Católica obtuviste una beca en Cofide para estudiar una maestría: fuiste elegido entre novecientos postulantes porque los encargados vieron el mismo potencial y respeto que descubría cada persona con la que te relacionabas en cualquier lugar al que fueras. De ese modo es que también obtuviste tu MBA en la Universidad de Pensilvania, y después fuiste a más países de los yo podía imaginar cuando era niño. Aun así, nunca te olvidaste de nosotros porque, ante todo y lo reconozco, siempre has sido un hombre de familia.
Te doy las gracias por habernos vuelto a juntar. Tras cincuenta años de vivir en Tacna con tu madre, nos regalaste la oportunidad de venir a Lima para reunirnos otra vez y disfrutar del tiempo como se debe. Además, me diste la facilidad de obtener un empleo que realizo con gusto porque sé que estoy velando por ti y mis nietos. Me has devuelto todas las comodidades que alguna vez te ofrecí y sé que estás para cuidarme. En ti veo no solo un gran hijo, sino también un estupendo amigo y un maestro, aun cuando a veces pienso que soy yo quien debería seguirte enseñando, pero supongo que ya me has rebasado en cuanto a experiencias y me parece bien, ahora me queda el consuelo de ser más viejo y amarte con la fuerza única que tiene un padre. Te deseo los mayores éxitos con esta publicación y una vida plena y longeva para que mis nietos también te den muchas satisfacciones, tantas como las que has logrado darme desde que apareciste en mi vida. Te amo, Kolín, y te agradezco desde lo más profundo de mi alma.
El Tata.
23.10.2019
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Una madre puede tener muchos hijos y amarlos a todos de manera infinita, cada relación es distinta y tiene sus particularidades. Los vínculos se forman a su propio ritmo y mucho dependen de la química entre la madre y el hijo, de las experiencias que ambos comparten. En tu caso, Fernando, supe que tendríamos una relación especial cuando tenías un mes de nacido, una noche en que no dejabas de llorar y gritabas con ansias terribles. Yo no era madre primeriza, tú eras mi segundo bebé, pero aun así probé con todo lo que se me ocurrió para que te calmaras: te di más leche, te cambié el pañal, te intenté arrullar para que durmieras en tu cuna. Nada funcionaba. En un instante dado empecé a desesperar, no sabía qué hacer. Solo atiné a reclinarte sobre mi cama y acostarme a tu lado. En ese momento se detuvo tu llanto. Eso fue todo. Te quedaste quieto y sentí cómo tu cuerpo se relajaba hasta que caíste dormido. Allí supe que habíamos formado un lazo irrompible, un vínculo tan fuerte como el que hasta hoy mantienes con el mar.
Cuando tenías trece años de edad, tu papá y yo compramos una casa de verano en Tomoyo Beach, una playa de Tacna. No había muchas casas más aparte de la nuestra, apenas conformábamos una hilera de diez construcciones, sin árboles ni césped, solo rocas, piedras y arena en una curva cerrada junto al mar. Pero había una pequeña isla cerca donde se podía pescar lenguado de forma artesanal y, cada vez que subía la marea, el islote desaparecía y los vecinos salíamos armados de cañas, hilo y anzuelos, siempre con nuestros sombreros de paja. Era una escena muy bonita que suele llevarme de vuelta a tu infancia. Supongo que fue en ese lugar donde comenzaste a formar esa personalidad tan determinada que tienes y que te ha llevado por el mundo para regresar convertido en un hombre exitoso y genial. Una vez salimos juntos a pescar. Tuve suerte porque un lenguado inmenso, de por lo menos cinco kilos, mordió mi anzuelo. De inmediato te pedí que vinieras. «¡Fernando, hijo, ven rápido! ¡Ayúdame!». Corriste a jalar la caña y, tras un rato de forcejeo, cuando ya creíamos que atraparíamos al pez, este, en un giro en el aire, se las ingenió para cortar el nylon. En ese rato me di cuenta de que no teníamos las herramientas adecuadas: otros pescadores solían utilizar lanzas para atrapar a los peces en el aire, pero nosotros no teníamos nada de eso. Exhausta, volteé a observarte pensando en que quizá estarías triste o desanimado pero, por el contrario, en tu mirada encontré que te lo habías tomado como un desafío pendiente. Los demás días seguimos yendo de pesca y solías escuchar con atención los consejos que daban nuestros vecinos. No pasó mucho tiempo para que te hicieras un experto. Años después ya atrapabas todo tipo de animales, hasta pulpos, y todo con ayuda de una simple caña y unos cuantos anzuelos. Así era nuestra vida familiar en la playa: sencilla, generosa, aguerrida. Todo eso se volvió parte de ti, y más. Con el ímpetu de un pescador innato, descubriste desde muy joven que una derrota no es razón suficiente para claudicar, aprendiste que el hombre que llega a casa con las manos llenas es aquel que espera y que no se rinde hasta lograrlo. Sé que desde entonces has recorrido un largo camino, Fernando, pero me acuerdo de tus primeros pasos aventurándote en la vida y me siento feliz de haber estado contigo para darlos.
En cuanto a mí, me has traído un sinnúmero de razones para sentirme orgullosa y feliz como madre. Cómo olvidar los días de colegio en que había que recoger las notas y yo me ruborizaba ante las otras mamás porque no te dejaban de llamar para hacerte menciones por haber obtenido el primer puesto. O lo orgullosos que estuvimos tu papá y yo cuando te coronaste campeón de salto alto y viajaste para representar al Perú. Además del intelecto mostrabas dotes de deportista, aunque al final tu destino se encontraba en otro lugar y no dudaste en buscarlo.
Te agradezco, Coloradito, por haberme dado a mis nietos, en quienes observo la misma tenacidad que tú tenías a su edad. Nunca olvidaremos cuando Fernandito cumplió la hazaña de atrapar un pulpo con solo ocho años de edad. ¡Si supieras la mirada de orgullo que tenías después de ver a tu hijo levantar aquel animal entre sus manos, con la naturalidad propia de un pescador al igual que hacías tú de niño! El mismo rostro habré puesto yo tantas veces en la playa de Tacna, tras pasarnos la tarde pescando y pescando hasta que estuvieses satisfecho. También te agradezco el devolverme cerca de mi familia, que es donde me encanta estar. Nos diste una casa a tu papá y a mí donde podemos juntarnos cada miércoles para disfrutar contentos de un almuerzo al calor de un hogar completo, disfrutando de la mejor compañía que alguien a nuestra edad puede desear: la de sus seres más queridos.
Hijo, no me alcanzarían las palabras para expresarte mi gratitud y para enumerar las cosas que admiro de ti y que reconocen muchas más personas. Estoy segura de que en este libro tú expresarás mejor que yo todo lo que has superado y cultivado en el transcurso de los años. Sé que tienes la vocación de enseñar y que transmitirás el conocimiento adquirido con generosidad y sin recelos, como bien aprendiste de los pescadores de Tomoyo en nuestras mañanas de pesca. Tu energía sabrá hacerse paso tal como hace el sol cuando uno está en el mar, y te llevará lejos, a más aventuras, a más retos, a otras playas por explorar y de vuelta a casa, con tu familia que siempre te amará.
La Fiu.
22.10.2019
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Papá,
Hoy es un día muy especial para toda la familia y me siento muy agradecido de poder decirte cosas que muchas veces no me tomo el tiempo de hacer y ya me urge, me resulta necesario y quiero decirlas, especialmente luego de que nuestra relación pasara por tantas etapas distintas y tú supieras acompañarme de manera tan ideal, tan fiel y a tu manera, en todas y cada una de ellas. En estos años que he vivido intentando seguir tus pasos me has demostrado que puedes ser feliz viendo cómo me acerco a mis sueños y también cómo caigo al buscarlos, y es porque sabes que los objetivos que realmente valen la pena se logran con mucho esfuerzo y eso, desde pequeño, me lo has enseñado.
Las cosas no se han dado fáciles entre nosotros desde que puedo recordar, los dos lo sabemos bien. Y con lo rebelde, extremista y loco que soy, es lógico que yo no las hiciera más sencillas por mucho que a veces lo intentara. Recuerdo cuando era niño y vivía con la mamá en España y me ibas a recoger a la salida del colegio y me daban pataletas y me plantaba empinchao en la puerta porque esperaba que llegue la mamá y tú, de puchito en puchito, me sacabas, y hasta con chuches, coño, jajaja. Creo que mi corazón infantil se resentía porque no podíamos estar juntos más tiempo y te respondía con rechazo. Pero tú, lejos de hacer como haría cualquier otro padre tratando de imponer su ley, sonreías y con cariño me conversabas para que yo solito cambiara de opinión. Siempre me has inculcado el respeto por las decisiones que toman los demás, pawps, y yo soy tu más claro ejemplo de ello.
Cuando te conté