El Profeta. Javier López Menacho
al modo de youtuber prehistórico es algo parecido. O no. O después de toda la confusión, de la depresión post-apagón, de la desorientación, del ruido y la furia, quizás esté fundando una nueva modernidad.
En cualquier caso, estoy de vuelta amigos y amigas.
Al que conocíais como El Profeta.
Estáis de enhorabuena.
II
Madrid, 5 de octubre de 2024
Ojo porque os voy a contar LATEORÍADELOSDOSPLANOS. Oficial, auténtica y solo disponible en este canal.
Veréis. Sostengo la teoría de que existen dos planos conviviendo tras el desastre. Os sonará «conspiranoico», pero tiene fundamento. Os la voy a intentar explicar en un vídeo más corto que el primero que grabé. Como decía, dos planos que no tienen más remedio que convivir: el de los medios de comunicación y el del barrio; el de los despachos, los consejos de administración y las reuniones extraordinarias, y el que se vive en las casas, en las plazas y en las calles.
El primero vive con miedo a un nuevo orden mundial. Cualquier nueva coyuntura les da pavor. Lo llaman incertidumbre pero es eso, pavor. Por eso el desplome de la bolsa, la reaparición a lo grande de la prima de riesgo, los yuppies saltando desde el décimo piso y la llamada a la calma de los líderes políticos con la gotita de sudor en la frente. Debe ser raro para ellos, ansiar el poder, disputarlo y ganarlo al tiempo que sabes que te condenará a una farsa en presente continuo. En fin…
El segundo plano lleva lustros viviendo con miedo, o al menos así percibo yo este barrio cada vez que bajo a comprar el pan o hablo con los vecinos en espacios tan acogedores como el ascensor. Antes era el «austericidio» y ahora la depresión tecnológica, siempre hay una excusa para quien vive acostumbrado en una posición de subordinación. Se actúa como en aquella viñeta humorística donde dos mendigos conversan bajo un puente y uno le dice al otro: «Reconozco que he vuelto a votar a los mismos, no puedo arriesgarme a perder lo que ya hemos conseguido».
Yo pertenezco, como bien sabéis, a ese segundo plano, aunque del miedo me he librado hace ya algunos años. Mi vida ha sido cómoda y austera, en el sentido más antiguo del término. Lo que antes significaba sin lujos, hoy significa sin que te echen de casa. Y no, cabe diferenciarlo y reivindicar la acepción primigenia que aludía a sentirse en plenitud con pocos bienes materiales. En mi caso, acabé el ciclo superior de informática y me fui directamente a Youtube, luego a Jomid y el resto ya lo sabéis. Creación de reseñas de videojuegos en línea —las claves del éxito son un enigma hasta para mí y para muchas otras personas—, reflexiones varias «marca de la casa», cientos de miles de suscriptores que veníais en tromba a comentar mis trucos, monetización del contenido, ingresos mensuales y vida relativamente plácida en la casa de mis padres.
Luego vino el apagón y todo giró en un sentido absurdo. Sin apenas darme cuenta, me aficioné a las pastillas para la ansiedad y sentía una oquedad existencial que he podido rellenar saliendo a correr —y bien que lo agradezco porque estaba criando una barriga de ex futbolista que daba miedo—, volviendo a pintar figuritas de rol e inventando esta nueva forma de comunicarme con vosotros. Os cuento mi visión del mundo tal y como hacía en vídeos puntuales hace tres o cuatro años, solo que con un formato diferente.
Los de ahora no sé cuándo ni cómo os llegarán, lo que sí tengo claro es que mientras la mayoría de los que han sufrido un cambio de tales proporciones se han quedado fustigándose, lamiéndose las heridas y envueltos como en un lamento eterno, yo he buscado un camino alternativo para seguir expresándome. Ni siquiera el destino podrá ponerme un bozal. Eso sí, más allá de este invento ya os sentía muy cerca, como si en mi vida fuera el narrador en off de una película.
No soy el único cuya vida ha cambiado. De hecho, prácticamente todo el mundo ha sufrido modificaciones de una forma directa o indirecta. Esté en uno u otro plano. Desde que sucedió el apagón, no son pocas las personas que conozco que han visto su situación dar un giro radical. El tío de Agus, que agonizaba en su quiosco de prensa, goza ahora de una coyuntura privilegiada. El nuevo punto de referencia en el barrio recibe cientos de publicaciones en sus superpoblados expositores, que se han ido ramificando por las aceras y exhibe una saludable vida vecinal en sus aledaños.
La vuelta de los fascículos de toda tipología imaginable, las ventas derivadas de la industria pornográfica, el re-boom de los suplementos informativos han sido tan bien recibidos por los quiosqueros como la vuelta del cd y los vinilos por la industria musical y la SGAE, la cantidad de hipocondríacos sedientos de información por la industria farmacéutica o los huérfanos de call conference y reuniones virtuales por las empresas de transportes y las arcas del Estado. Incluso la industria del motor vive una segunda juventud.
Estos booms han propiciado una migración laboral como ninguna otra. Analicemos ahora la otra casa moneda:
El mismo Agus, desarrollador experto en aplicaciones móviles, es ahora un neo-parado —el absurdo término que le han buscado los medios a quienes perdieron su empleo tras el apagón—. Pero si antes nadie iba tildando de neo-parados a los artesanos, faroleros, delineantes, pastores o propietarios de videoclubs, no tiene sentido que, después del estruendo producido por la caída de la red en medio mundo, a nosotros se nos considere parados de mayor calidad. Tendremos que adaptarnos, tal y como hicieron entonces.
Y lo dice alguien que acumulaba más de cincuenta millones de suscriptores, cientos de miles de followers en las redes sociales y que se ganaba muy bien la vida contando los secretos de videojuegos en línea. Ahora no me ha quedado otra que aceptar mi inclusión en la bolsa de neo-parados y vivir de las rentas hasta que el futuro me abra nuevas puertas, o las derribe yo a patadas.
En cualquier caso, pese a que mucha gente piensa que esto del trabajo será «lo comido por lo servido», es decir, que gran parte de los trabajos que han desaparecido serán sustituidos por otros que existían anteriormente, el proceso de transformación se antoja lento y tedioso. Cincuenta años dicen los expertos que tardará en crearse un nuevo status quo, en construirse una economía sólida y resituarse el grueso poblacional en nuevas actividades productivas. Eso si no se reactiva la red y volvemos todos en avalancha.
Los más optimistas dicen que volverán una hornada de carteros, repartidores y operarios de diferente naturaleza que sustituirán a todos los trabajadores que prestaban sus servicios a empresas online. Las tiendas físicas sustituirán las Marketplace, los cantantes producirán grandes tiradas de sus discos y emplearán en sus proyectos físicos a los que trabajaban en el entorno web. Necesitaremos, a su vez, más espacio para todo lo que flotaba en la nube. Volverán las redacciones de periódicos, las academias y clases particulares, el informático que cobra por desplazamientos, etcétera.
Pero yo no soy tan optimista, porque se ha apagado la red, se ha fundido o simplemente se ha cansado, pero no se ha detenido la evolución de las máquinas ni tampoco el pensamiento. No vamos a volver al pasado con la ingenuidad de entonces. Sabemos de lo que hemos sido capaces, y eso es una referencia que nos puede pasar factura. Seguimos teniendo televisores, vehículos de última generación, tecnología inteligente, robots que desempeñan funciones que antes llevaba a cabo el ser humano, solo que, cuando intentas conectarlas en red, nanay. Así que la sociedad no saldrá de la encrucijada si no encuentra la generosidad y los liderazgos adecuados. Pero es solo una teoría distópica de lo que vendrá, mi teoría. O puede que ya estemos viviendo esa distopía.
Es gracioso lo de las teorías distópicas, hablamos de distopías con alegría como si nos distara años luz de vivir una. Y puede que, desde otra realidad, se refieran a nosotros como esa distopía que nunca ha de llegar. De igual manera, podríamos ser el paraíso para otra sociedad envuelta en el caos. Puede que seamos la constatación del desastre, y nosotros aquí, con estos pelos. Una distopía, por tanto, es incapaz de reconocerse como tal si no tiene quien le otorgue tal consideración. Solo se es distópico si alguien lo ve desde fuera. Y si en otro plano existencial nos usan como coartada para reflexionar acerca de su presente o de su futuro, ya habremos servido de mucho