Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
sería posteriormente modificado por Lisipo, el escultor oficial de Alejandro Magno, que lo alargaría a ocho cabezas. A diferencia de los escultores que partían del natural, Lisipo se sentía orgulloso de modelar a los hombres no como eran, sino como deberían ser.
Lisipo pertenece ya al periodo helenístico, donde se exploró un mayor realismo y se dio rienda suelta a la expresividad. De esta época es el célebre grupo Laocoonte y sus hijos, de la escuela de Rodas. Por contra, la escultura clásica prefería representaciones equilibradas y armónicas, de acuerdo a la tendencia filosófica de que nada debía aparecer en exceso, toda acción debía ser moderada. La contención emocional es tal que ni siquiera en escenas bélicas la expresión de los personajes parece turbarse.
La filosofía en el arte griego se plegó en un ideal antropocéntrico. Protágoras apuntó al hombre como la medida de todas las cosas, puesto que todo podía juzgarse a partir de la experiencia humana. Asimismo, la belleza corporal se asociaba a la virtud, a la perfección moral y a la dignidad. Los griegos creían que cultivar el cuerpo era tan importante como alcanzar la perfección de los sentimientos, y por este motivo la escultura, que representaba cuerpos ideales, tenía fines educativos para su sociedad.
1.3.Fuentes romanas
Tras su independencia de los etruscos, Roma se expandió al sur, ocupando las colonias de la Magna Grecia y en especial Siracusa, que fue saqueada. De este modo tomó contacto con la escultura griega, que fue tan estimada que paulatinamente sustituyó al estilo de arte etrusco. El arte y la cultura de la Grecia Clásica impresionaban a los romanos, y cuando el país pasó a formar parte de su imperio, asumieron su influjo y conservaron sus tradiciones a modo de herencia.
Roma apreciaba el concepto de belleza clásica y se siguieron sus cánones. Los nobles pagaban grandes sumas por adquirir obras griegas para adornar sus villas y se ofrecía trabajo a los artífices griegos para efectuar copias de las estatuas más célebres. Algunos escultores como Pasíteles adquirieron tal prestigio que se les concedió la ciudadanía romana.
Vitrubio, arquitecto del siglo I, legó el mayor testimonio de la validez del canon griego en su obra De Architectura libri decem. Otras fuentes son la Historia Natural, de Plinio el Viejo, y De Lingua Latina, de Varrón. Vitrubio refiere una serie de ideas sobre proporción, aduciendo que la simetría de los templos proviene de las medidas del cuerpo humano. Aporta una medida de ocho cabezas para la altura del cuerpo que concordaría con el canon de Lisipo.
A partir del modelo griego se gestó también un estilo particular de escultura romana clásica, destacando el género del busto y el retrato. Se trataba en muchos casos de escultura pública y monumental. La sociedad romana era mayoritariamente analfabeta, y el arte era considerado un medio de educación visual e ideológica para el pueblo. El retrato facilitaba la identificación de mandatarios y personajes públicos, ayudando a difundir su imagen. En ocasiones, la efigie era tan importante respecto al resto de la apariencia física que se modelaban cuerpos genéricos a los que luego se les incorporaba la cabeza.
La escultura también tuvo una función religiosa, representando deidades del panteón romano que estaban presentes en el lar de las viviendas privadas. Otra fue la función conmemorativa en monumentos, columnas y arcos del triunfo. En el caso paradigmático de la Columna de Trajano, se aprecia el característico estilo narrativo romano. En los relieves del friso en espiral se muestran diferentes escenas de la campaña de Trajano en Dacia.
Por último, hay que señalar que, así como sucedía en el arte mesopotámico, en toda la escultura griega y romana era usado el color. Hoy nos parece sorprendente porque estamos acostumbrados a la impronta material, pero lo cierto es que siempre a cada obra se aplicaba a modo de complemento una policromía con pigmentos, y a veces se ornaban también con detalles metálicos.
2.LA FASCINACIÓN MEDIEVAL POR LA ESCULTURA
2.1.Mirabilia y fuentes gráficas
Tras la caída de Roma, la producción artística se encontró inseparablemente ligada a la religión y a un naciente orden sociopolítico feudal. Mencionemos como exponente inmediato el arte surgido en el Imperio Bizantino. En oposición al arte pagano de la Roma clásica, caracterizado por su naturalismo, aquí se fraguó una nueva concepción basada en la mística teológica. El arte se decantó por una representación austera y de formas simples, sin remisión a una apariencia corporal realista. Si bien hubo variedad de medios de expresión (pintura, escultura, relieve, orfebrería, joyería, etc.), la mayoría de las piezas de bulto redondo fueron destruidas durante los periodos iconoclastas. Apenas sobreviven algunos relieves de marfil y metales preciosos en paneles, sarcófagos, cátedras y trípticos. La iconoclastia surgió cuando algunos emperadores decidieron —por cuestiones religiosas, de superstición o más probablemente políticas (con el fin de restar poder a los monasterios)— acatar escrupulosamente los mandamientos de los antiguos textos bíblicos, por ejemplo el Deuteronomio, que indicaban que no podía crearse ni venerarse ninguna imagen que representara una deidad. Dispusieron que se debían prohibir en todo el imperio las imágenes que encarnaran a personajes bíblicos, con lo que en los siglos VIII y IX el arte fue destruido masivamente. La querella se resolvió en el II Concilio de Nicea, determinando que las imágenes fueran permitidas.
Más que representaciones de los evangelios, las imágenes, en especial los iconos, eran considerados presencias sagradas y milagrosas. Las poses de Cristo, la Virgen y los santos estaban estereotipadas a través de su composición, colores y formas, codificando significados trascendentes. Este simbolismo estaba reglamentado en ciertos recetarios para pintores custodiados en monasterios, llamados Hermeneia. Quizá el más conocido es el Manual del pintor del Monte Athos, atribuido al monje Dionisios de Furna, y que pese datar del siglo XVIII, en realidad nos habla de normativas recogidas de fuentes muy anteriores. En esta obra se describe un canon fundado en el módulo del rostro, de modo que la altura total es de nueve rostros. La característica principal es que uno de los módulos se reparte entre el ápice de la cabeza, el cuello y la altura del pie hasta el tobillo. Otras reglas referidas implican un canon sustentado en la repetición de una unidad, por ejemplo el diagrama de tres círculos concéntricos con radio en el largo de la nariz que suele darse en el rostro del icono de Cristo, delimitando la medida de rostro, cabello y aura. Tras este esquema existía un concepto místico cosmológico relacionando a la unidad, la trinidad y el círculo.
Aquí podríamos introducir otra concepción canónica que posteriormente hallamos en el arte medieval, y que tiene también implicaciones cosmológicas: el homo ad cuadratum u homo quadratus.
Este símbolo refería la idea de que el cuerpo humano es un microcosmos: un pequeño mundo. Platón señalaba muchas nociones cosmológicas en el Timeo, e indicaba especialmente que el mundo era como un animal, de modo que podía entrar en analogía con el cuerpo humano. Platón concebía un dios matemático cuya presencia se revelaba en la mística de los números. El cuatro estaba implícito en la imagen del hombre con los brazos extendidos, siendo símbolo de la perfección puesto que en la naturaleza hay cuatro puntos cardinales, cuatro fases lunares, cuatro estaciones, cuatro vientos, etc. En el tema de la crucifixión se advierte la idea de homo ad cuadratum, y de acuerdo al romano Vitrubio, cuyo tratado de arquitectura era conocido en los scriptorium de la Edad Media, el cuerpo contiene en sí las medidas perfectas porque se inscribe en un cuadrado ideal si tiene los brazos extendidos, siendo la medida de la envergadura igual a la de la altura.
El arte románico se gestó en Italia bajo el ascendente de los pueblos godos en mezcolanza con vestigios romanos y por la influencia estilística de artífices bizantinos que huían de la persecución iconoclasta. A partir del siglo IX se desenvuelve como corriente hegemónica en Europa, siendo su principal manifestación la arquitectura religiosa, los frescos murales ábsides, y la estatuaria incorporada a las fachadas de los templos. En las iglesias erigidas en términos de tránsito de las peregrinaciones, el arte se concibe como elemento ornamental a la vez que catequístico, como recurso didáctico dirigido a la población analfabeta.
Los relieves y esculturas en los pórticos representaban personajes venerables en un estilo frontal, rígido e hierático. El cariz cristiano