Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
alt=""/>
Fig. 4. Triunfo de la Inmaculada, piazza di Spagna, Roma.
En España uno de los más interesantes es el ubicado frente al edificio de la Diputación Provincial de Sevilla (Fig.5). Aunque sus orígenes se remontan al año 1877, hasta 1917 no se pudo hacer realidad el monumento, en el que intervinieron el arquitecto José Espiau Muñoz y el escultor Lorenzo Coullaut Valera. Consta de la estructura tradicional tripartita: un basamento con figuras relacionadas con la defensa de la Inmaculada, el poeta Miguel Cid, el escultor Martínez Montañés, el pintor Bartolomé Esteban Murillo y el padre jesuita Juan de Pineda; sobre el basamento, hay cuatro pilares, y en lo alto una gran escultura en mármol blanco de la Inmaculada, siguiendo el modelo de una de las Inmaculadas de Murillo, la procedente del Hospital de Venerables, robada por el mariscal Soult en 1813, y que hoy se encuentra en el Museo del Prado.
Fig. 5. Triunfo de la Inmaculada, Sevilla.
1.2.La ciudad conventual: cruceros y capillas callejeras
No fue casualidad que los teólogos españoles desempeñaran un importante papel en el Concilio de Trento. España llevaba siglos siendo tierra de cruzada y tenía por lo tanto una gran experiencia en el campo de la evangelización y cristianización de pueblos, que o bien eran paganos o bien eran infieles.
Esta práctica ensayada durante la Reconquista va a ser igualmente desarrollada en Hispanoamérica, que los conquistadores españoles consideraban una continuación de la misma España. Es verdad que la situación del continente europeo en el siglo XVI era diferente, sin embargo puede afirmarse que los sistemas de exposición pública de los mensajes evangélicos, desarrollados en la Europa cristiana y contrarreformista, cuentan con los precedentes recientes y coetáneos, llevados a cabo tanto en la Península Ibérica como en América[5].
Efectivamente, los cristianos españoles, una vez conquistadas las ciudades a los hispanomusulmanes, se dedicaban a la imperiosa labor de destruir los símbolos sagrados y del poder de los vencidos y a su sustitución por los de los vencedores. Las mezquitas se consagraban a los nuevos cultos y se colocaban imágenes cristianas en los puntos más concurridos de la ciudad.
Los medios preferentemente propugnados por la Iglesia de Trento para difundir estas ideas fueron las imágenes y los sermones[6], que propiciaron, por un lado, el auge de las órdenes mendicantes y, por otro, la explosión de la imaginería sagrada “además que se saca mucho fruto de todas las sagradas imágenes, no solo porque recuerdan al pueblo los beneficios y dones que Cristo les ha concedido, sino también porque se exponen a los ojos de los fieles los saludables ejemplos de los santos, y los milagros que Dios ha obrado por ellos, y arreglen su vida y costumbre a los ejemplos de los mismos santos”[7].
La Iglesia salida de Trento proclamaba el culto a la Eucaristía, la intercesión de los santos y la veneración de sus imágenes, reservando una especial atención a la Virgen María, para la que la corona española va a propugnar la definición del dogma de la Inmaculada, que no se va a conseguir hasta el siglo XIX.
El principal destinatario de la Contrarreforma fue la ciudad, que, como señala Maravall, es el “marco de la cultura barroca”[8]. Se hace por lo tanto imprescindible que el proyecto de la Contrarreforma se adaptara a la ciudad, ocupándola tanto materialmente como simbólicamente, construyendo iglesias, conventos, capillas, ermitas, cruces, así como por medio de ritos y actividades[9].
Las fachadas pétreas de las iglesias, ubicadas en enclaves privilegiados de las ciudades, continuaban teniendo el mismo papel evangelizador que habían tenido las fachadas románicas y góticas, ya que la iglesia seguía concibiendo a las ciudades españolas como tierra de cruzada, puesto que la población seguía siendo muy mixtificada con la presencia de judíos y moriscos. También se buscaba evitar la difusión del protestantismo y de cualquier otra herejía, por lo que instituciones punitivas como la Santa Inquisición jugaban un importante papel en el control ciudadano y en la imposición de los principios religiosos y políticos de los dos grandes poderes de la época: la monarquía y la iglesia católica. Normalmente utilizaban el esquema compositivo de la portada retablo, con sus pisos, la calle central más ancha y las laterales, con columnas y pilastras y el remate del Calvario. Constituían el mejor soporte para componer grandes programas iconográficos, que pudieran ser fácilmente visualizados por los viandantes, y que, con motivo de las procesiones, se convertían en el lugar ideal para la construcción de alguna arquitectura efímera, un altar, delante del cual la procesión hacía una parada, y el sacerdote decía algunas palabras, o rezaba alguna oración piadosa (Fig. 6).
Fig. 6. Fachada de la iglesia del Salvador, Úbeda.
Esta sacralización del espacio urbano se va a desarrollar especialmente durante la etapa barroca, dando lugar a la creación de verdaderas ciudades conventuales[10]. “El clero regular y secular llegó a poseer grandes riquezas y una gran fuerza espiritual y política en la España de los Austrias. Como consecuencia, en las ciudades, templos y monasterios ocupaban grandes terrenos, enormes caserones y buenos edificios. Así se creó un nuevo tipo de ciudad, desconocida en épocas anteriores y característicamente española: la ciudad conventual”[11].
Así define Luis Cervera el ambiente de las ciudades españolas en el siglo XVII, que habría de mantenerse de forma inmutable hasta las desamortizaciones del siglo XIX. Los sones de las campanas de las parroquias y conventos, el ir y venir de los monjes por las calles, las tapias de los conventos, las torres, las capillas callejeras, los cruceros, debieron conferir a las ciudades españolas e hispanoamericanas un aspecto, cuya mejor definición es la de ciudad conventual[12]. Es decir, que lo importante no era solo la ocupación de los mejores y más extensos solares urbanos, sino también la imposición de una imagen, que estaba presente por todos los lados. Por eso, cuando en el siglo XIX se ordena el derribo de numerosas iglesias y conventos, se hace especial mención a la obligación de suprimir las torres y todos los emblemas más significativos de las fachadas[13].
Los santuarios, convertidos en lugares de peregrinación, originaron la creación de itinerarios sagrados, como el Sacromonte de Granada o los calvarios. En las ciudades, las procesiones originaron también la creación de vías sacras, a lo largo de las cuales se construyeron capillas y tribunas con materiales efímeros, pero algunas se hicieron con materiales duraderos y se han conservado hasta nuestros días.
En la ciudad de Antequera se conservan algunos ejemplos, como la capilla tribuna de la Virgen del Socorro, conocida popularmente como del Portichuelo (Fig.7), realizada en el siglo XVIII en ladrillo y con una tribuna en la planta superior para la imagen de la Virgen del Socorro. Formaba parte del itinerario procesional de la Cofradía de Arriba, en la que se incluían otras capillas conservadas, como la de la Cruz Blanca, realizada en 1774 por el alarife Martín Bogas, y la capilla tribuna del pórtico de la parroquia de Santiago[14].
Fig. 7. Capilla del Portichuelo, Antequera.
En Vélez Málaga se conserva la capilla camarín de la Piedad, también con tribuna. Como ejemplo de capilla abierta puede señalarse el templete de Nuestra Señora de los Dolores de Ronda, llamada popularmente capilla de los Ajusticiados, posiblemente por las esculturas de hombres estilizados con sogas en los cuellos, situados sobre las columnas exteriores de la capilla (Fig.8).
Fig. 8. Capilla de la Virgen de los Dolores, Ronda.
La mayoría de las ciudades tenían en las entradas templetes y capillas con cruces, llamados humilladeros, donde los viajeros se arrodillaban para rezar antes o después del viaje. Muchos han desaparecido, otros conservan sus denominaciones en la toponimia urbana, y