Escultura Barroca española. Nuevas lecturas desde los Siglos de Oro a la sociedad del conocimiento. Antonio Rafael Fernández Paradas
permite plegarlas para ser transportadas. Desde un principio, tuvieron un fuerte carácter representativo para, posteriormente, pasar a ser un mueble frecuente en las viviendas. Su uso corrió paralelo al de la silla de brazos, mal llamado sillón frailero, o frailera, que va a tener un amplio desarrollo, sustituyendo a la anterior en el siglo XVII y XVIII. La estructura evoluciona muy poco a lo largo de los años y se caracteriza principalmente por un alto respaldo, asiento rectangular y patas de diferentes secciones, unidas entre sí por medio de chambranas, elemento de carácter estructural pero con frecuencia ricamente tallado. Los respaldos suelen ser muy variados y aunque muchos no pierden su rigidez, los modelos de la primera mitad del siglo XVIII suelen ser más inclinados, aportando una mayor comodidad al mueble, con ricos copetes o penachos de talla, flanqueados por los largueros rematados en volutas o con perinolas de bronce dorado. Otros presentan el asiento y el respaldo forrados de terciopelo, a veces bordado y con galones y flecos o de cuero repujado, en muchas ocasiones policromado. El terciopelo y el cuero se fijan a la estructura del mueble por medio de clavos o tachas de hierro o bronce de diferentes diseños. Otros elementos que definen la evolución de este mueble son los brazos y las patas. Esta evolución se aprecia principalmente en que se sustituyen las patas prismáticas por elementos torneados o labrados y los brazos cambian su rigidez por una suave ondulación terminada en una voluta, cada vez más voluminosa.
Aunque el uso de la cama de aparato se generalizó en el siglo XVII, la mayoría de ellas no se ha conservado. La estructura de la cama está formada por un bastidor, donde se coloca el colchón, sujeto por montantes que se prolongan en forma de pilares, en número de dos o cuatro. En este último caso sirven de soporte a los doseles o cielo y en ellos se aprecian los cambios de estilo. Desde finales del XVI aparecen abalaustrados o entorchados, en muchas ocasiones hasta la mitad, tallándose el resto. Las más antiguas son las llamadas camas encajadas, colocadas sobre una tarima y cerradas por cortinas y cielo. Estas se usaron desde el siglo XV en Europa, pero debieron convivir con otros modelos en el siglo XVII, como se refleja en la pintura de la época. En la segunda mitad del siglo XVII triunfa la columna salomónica, con un amplio desarrollo de los torneados. El elemento más decorado es el cabecero, que va adquiriendo importancia a medida que avanzan los años. Durante el siglo XVII fueron muy abundantes las camas denominadas de arquillos, con varias filas superpuestas y rematadas en un amplio copete. La llegada a España de maderas americanas hizo que poco a poco se sustituyera el nogal por el granadillo, el ébano y el palosanto, maderas más usuales en la fabricación de estos muebles. En la documentación del siglo XVII se las cita como camas portuguesas, o de Portugal, a las de ébano, palosanto y bronce, mientras que las construidas con granadillo se las cita como sevillanas.
El siglo XVIII supuso un profundo cambio en la sociedad española y este repercutió en la renovación tipológica que experimentó el mobiliario en esa época. La vida doméstica sufrió una alteración muy profunda, cambiando totalmente el modo de vida y, con ello, el mobiliario. En el siglo anterior, el bufete y el escritorio fueron los muebles más importantes, mientras que el siglo XVIII va a aportar nuevas tipologías determinadas por los nuevos usos. Así, aunque muy lentamente y según las zonas geográficas, el estrado va a ser paulatinamente sustituido por el salón, surgiendo nuevos muebles como la consola, la cómoda, el canapé o sofá y el buró. En líneas generales, el mueble evolucionó hacia formas más curvadas, tanto en planta como en alzado, surgiendo así la pata cabriolé y los muebles de perfil bombé. Asimismo, se utilizan maderas de colores más claros y, cuando esto no es posible, se pintan de colores claros, triunfando en el rococó los tonos pastel, que pasarán también a emplearse en las tapicerías.
Desde mediados del siglo XVIII, el bufete pierde importancia y es sustituido por la consola, mesa arrimadera, como soporte de piezas decorativas, que se complementa con espejos dispuestos sobre las mismas. El espejo va a tener una gran importancia en los interiores dieciochescos, disponiéndose también sobre las chimeneas, constituyéndose lo que se tradujo como tremó, castellanización del francés trumeau. A veces, estos marcos iban dotados de portaluces a ambos lados y, aunque en un principio hacía alusión solo al marco, con posterioridad se usó para denominar el conjunto. Estos espejos de gran tamaño tienen su origen en Francia, en el reinado de Luis XIV, mientras que en España se introdujeron en las reformas que se llevaron a cabo en el Alcázar de Madrid, dirigidas por Robert de Cotte y que supusieron una total renovación y modernización a la francesa del vetusto palacio madrileño.
Los marcos, aunque propiamente no sean muebles, juegan un papel muy importante en la decoración de interiores. Además, en ellos se reflejan los cambios de gusto en la decoración de la talla en general. Estos se emplearon tanto para enmarcar pinturas como espejos. Los más frecuentes son dorados y tallados, donde predominan los motivos vegetales. La decoración tallada fue ganando en exuberancia y volumen a lo largo de los años, casi siempre coronados con un gran copete de madera tallada y dorada, con decoraciones y molduras pintadas. La importancia que llegaron a adquirir propició que en su ejecución trabajaran escultores de renombre[14]. En líneas generales, los marcos del siglo XVIII, ya sean los de los espejos o los de los cuadros, son muy ricos y, además de la talla y el dorado, son muy frecuentes los pintados y los que presentan incrustaciones, preferentemente carey y espejos. En la segunda mitad del siglo XVIII con el triunfo del rococó surgió una ornamentación menuda y abundante, que va a tener mucha presencia en la orfebrería y en la talla de madera en general, caracterizada por el empleo de la rocalla asociada a motivos florales.
La cómoda, también de origen francés, es la otra gran aportación del siglo XVIII al mobiliario. Su mismo nombre indica el avance que supuso con respecto al almacenamiento de la ropa en las arcas y baúles, que quedaron relegados al mundo rural. Por regla general, las cómodas presentan dos o tres cuerpos de cajones, siendo muy amplias las tipologías y denominaciones. (Fig. 10) En España tuvieron un amplio desarrollo las de perfil abombado, sobre todo en el área levantina, con notables ejemplos decorados con ricas marqueterías. Barcelona tuvo una importante producción local con piezas trabajadas en madera de nogal con marquetería de boj, aunque no fue la única técnica, siendo también abundantes las pintadas, acharoladas o chapadas con diferentes maderas, con tallas doradas encoladas y con estofados.
Fig. 10. Cómoda.
Otro mueble que va a experimentar un una fuerte influencia extranjera es la silla. Denominadas sillas a la inglesa o a la francesa, las primeras tomadas de los modelos del estilo Reina Ana, tuvieron una amplia difusión. Se usaron durante todo el siglo, si bien a mediados del Setecientos se produce un híbrido franco-británico que se caracteriza por el empleo de un respaldo alto, de pala calada y patas cabriolé. Estas se asemejan a una especie de S alargada, que se adelgaza hacia el extremo inferior y con la rodilla, o primera curva, ligeramente marcada y decorada con apliques de talla. Este tipo de apoyo se complementa con una pata llamada pie de garra, que tuvo un amplio desarrollo, modelo muy difundido durante todo el siglo XIX en Europa y América. Los sillones también experimentarán un cambio considerable, perdiendo la rigidez del siglo anterior y haciéndose mucho más cómodos por medio de los tapizados. Pero la verdadera innovación en los muebles de asiento fue el canapé o sofá, que surge en un primer momento como una suma de sillas, para ir evolucionando hacia un mueble totalmente armónico con respaldo único.
En el dormitorio, otra estancia que se adapta a los nuevos gustos, se sustituye la cama vestida por los modelos italianos y portugueses. Aunque el prototipo de cama con columnas y barandillas torneadas continuó vigente durante el XVIII, a medida que se introducía el gusto rococó comenzaron a realizarse cabeceros y pieceros profusamente tallados y dorados, de influencia italiana. Aunque por su aparatosidad y el cambio de gusto no se han conservado muchos ejemplares, se conocen sus diseños a través de algunas obras escultóricas realizadas en los años centrales del siglo XVIII, que representan la Dormición de la Virgen, o el Tránsito. Sirvan de ejemplo algunas esculturas de La Roldana o de Cayetano de Acosta, donde los modelos de las camas representadas están profusamente tallados con ricas rocallas muy movidas. Sin embargo, en el Setecientos triunfan plenamente los modelos nacionales, de amplios cabeceros policromados de perfil mixtilíneo, con altos copetes. Este tipo de cama, muy popular, alcanza un amplio desarrollo en la región catalana de Olot. Los temas pintados y dorados fueron muy variados,