Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo
acercarse a la humilde cama, André pudo ver a Aduran respirando con dificultad, inconsciente, la fiebre haciendo arder su cuerpo. Ivonne le contó al montaraz que frecuentemente su esposo sufría de ataques de tos hasta el punto de llegar a expulsar sangre por la boca. Para el joven humano esta fue la primera pista, e indagando un poco más en el asunto descubrió que la posible causa de la enfermedad que aquejaba al granjero podía ser un hongo alojado en sus pulmones, un hongo trasmitido por la carne de un animal que ya hubiese traído consigo la enfermedad.
Y efectivamente se trataba de eso. La familia, haciendo memoria, recordó que días antes que Aduran enfermara este había llevado a casa una pequeña porción de carne de la cual ninguno excepto él quiso comer. Fue justo después de esta cena que su salud empezó a degenerarse.
—Necesitaré recolectar un par de hierbas —dijo André a la familia mientras miraba al enfermo—: flor de loto y regaliz. Pero no se consiguen en esta región, tendré que viajar al norte, a los límites de Solaria, allí hay zonas de humedales y aun en los más pequeños hay oportunidades de encontrar este tipo de flores —concluyó el montaraz. Para su sorpresa los tres familiares lo miraban con rostro pálido pues nadie en estas tierras ofrecía tal ayuda sin pedir nada a cambio, y menos ofrecerse a viajar a un lugar como Solaria, pero para André era la excusa perfecta para iniciar su viaje al centro de Ebland, viaje que llevaba posponiendo desde hacía mucho.
—Solaria… Solaria es un lugar muy peligroso, joven André —contestó la mujer—. Seguro debe haber otra forma de conseguir la medicina.
—No, no si queremos salvarlo, provéanme un caballo para hacer mi viaje más corto. —Al ver que los rostros de sus anfitriones seguían igual, trató de calmarlos un poco—. No se preocupen, solo estaré en los límites de Solaria, será una incursión rápida; ahora alisten su mejor caballo, debo darme prisa, la enfermedad de Aduran no da espera, y tranquilos, no pienso escapar con el caballo y si así lo hiciera podría considerarlo el pago por traer de vuelta a sus hijos, pero eso no pasará, ya que volveré con la medicina para su esposo.
Poco tardó Adur en ensillar el caballo para André y la madre preparó unas provisiones para el viaje. Serían por lo menos cuatro días para ir y volver sin contar el tiempo que le tomaría recolectar las hierbas y todo esto esperando que ningún peligro se cruzara en su camino.
Sin más dilaciones y con el equipo listo, André Alexander partió raudo y veloz hacia el norte con destino a Solaria en busca de la medicina que le permitiría a una pequeña familia del reino de Tabask seguir con su vida normal, con su vida humilde y feliz.
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