Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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mostraban un color más marrón, más oscuro. Silencioso como suelen ser estos bichos desagradables, salió del agujero y caminó directamente hacia el guerrero de la cicatriz, como si algo lo llamara hacia él. Era movido por el hambre, el hambre por el metal, y el mercenario tenía bastante sobre su cuerpo.

      —¡Scar! —alcanzó a escuchar que le gritaba un sorprendido Efrand que señalaba detrás de él. Inmediatamente al darse vuelta, la cucaracha de óxido saltó sobre su cuerpo tratando de alcanzar la jugosa armadura completa con una de sus antenas, lo cual la hubiese corroído de inmediato dejándola con el aspecto (y funcionalidad) de una armadura oxidada de hace cientos de años, pero para fortuna del mercenario el enorme gabán que llevaba puesto funcionó como protección contra el toque corrosivo del insecto.

      Efrand y Slain cargaron de inmediato. El espadón del joven tabanense rebotó contra el caparazón de la criatura y de inmediato se oxidó, casi deshaciéndose. Reaccionando al golpe, la cucaracha giró con rapidez tocando a Efrand en el pecho, despojándolo de su armadura de metal al convertirla en óxido y haciendo caer las pieles de animal curtidas que sostenía. Casi al instante Slain golpeó fuertemente al insecto con su espada doble arrancándole la cabeza de un tajo, lo cual le costó el sacrificio de su magnífica arma. Scar corrió por la mesa para cubrir el hueco lo más pronto posible, y con su increíble fuerza la levantó y giró casi en el aire, pero antes de ponerla, otra cucaracha de óxido saltó hacia él; el mercenario trató de cubrirse inútilmente con uno de sus hombros, pero antes de ser tocado una flecha atravesó a la criatura de lado a lado, matándola: se trataba de Faldekorg que había escuchado la refriega desde las afueras de la casa. Mientras cubrían el hoyo escucharon un gemido que provenía del corredor. Todos corrieron hasta el lugar, donde vieron a Thárivol recostado contra la pared, atravesado por una flecha.

      —Una trampa —dijo el joven de la guadaña ante los rostros de puzle de sus compañeros.

      —Maldición —contestó Scar mientras de una patada abría una de las puertas del corredor. La puerta conducía a una pequeña habitación que contenía una cama y una linterna ojo de buey—. Recuéstenlo, sacaremos esa flecha.

      —Sáquenle la flecha y yo le sanaré —dijo Dérakruex ante la gravedad de la herida—. La naturaleza me permitirá sanar su herida, o por lo menos aliviarla un poco, lo suficiente para evitar que su condición se agrave.

      Slain y Scar lo recostaron con el mayor cuidado que pudieron, pero ni así pudieron evitar causarle dolor al joven semielfo, quien gimió agarrándose con fuerza del gabán del velkariano

      —Tranquilo, te sacaremos esa cosa del cuerpo, no desesperes —dijo Slain.

      Pero el cuerpo del joven no pudo resistir más la pérdida de sangre. Su pulmón perforado no pudo trabajar más: el flechazo había sido certero. El druida rápidamente procedió a levantar un rezo a la naturaleza pidiendo poder curativo, pero no fue suficiente para detener la hemorragia. Thárivol tosió sangre y abrió sus ojos con dolor y terror al darse cuenta de que sus últimas fuerzas se extinguían, nadie podía hacer nada por él ahora; el grupo había perdido a uno de los mejores y más valientes. Los rostros de todos se ciñeron, no conocían mucho al semielfo (a excepción de Slain, quien se veía muy afligido), pero en este corto tiempo le habían aprendido a respetar por su actitud y su evidente capacidad para el combate. Ningún buen guerrero merecía morir de esa forma, deberían morir en combate, pero este honor le fue negado a Thárivol, el semielfo.

      —¡No! ¡Maldición! —gruñó Scar mientras se ponía de pie. Habían perdido a uno y otros dos se encontraban desarmados, uno de ellos incluso había perdido su armadura, habían recibido ya varias heridas y la fatiga se hacía evidente. Todo esto iba muy mal.

      Sacaron la flecha del cuerpo inerte de Thárivol y lo envolvieron con la manta lo mejor que pudieron y mostraron sus respetos al cadáver. Lamentaron no poder hacer algo más decoroso, pero la situación lo impedía por todos lados. De no ser por las palabras del druida y la unción con unas especias para retardar la descomposición del cuerpo, su alma se habría ido sin paz al otro plano de existencia. Repartieron las dos espadas del semielfo entre Slain y Efrand para que por lo menos estos tuviesen con qué defenderse. Scar encendió una antorcha para iluminar mejor el lugar y se sentó en el borde de la cama mientras trataba de poner en orden sus ideas.

      —Dame la antorcha, revisaré el lugar —dijo el joven de la guadaña extendiendo la mano.

      —Nadie saldrá de la habitación, debemos descansar. El elfo curará las heridas de Efrand que son las más graves y mañana a primera hora continuaremos, no podemos exponernos a más bajas, y menos en las condiciones en que nos encontramos.

      —¿Esperas que nos quedemos toda la noche junto a un cadáver? —respondió incrédulo el joven.

      —¡Respétalo! —dijo amenazante Slain señalando al muchacho, quien de inmediato mostró remordimiento por su brusquedad, pues fue Thárivol quien lo había rescatado del gusano carroñero en el desfiladero.

      —Agradece que no se trata de un orco. Si piensas ser un aventurero tendrás que acostumbrarte a este tipo de cosas, a dormir con la muerte..., a perder amigos… —Estas últimas palabras las dijo con un dolor nacido del alma y su mirada se perdió en los recuerdos.

      —¡Que me la des! —gritó el joven y de un manotazo le arrancó la antorcha de la mano. Scar se levantó de la cama enceguecido por la ira. Erguido en su enorme estatura y más ancho que un soldado promedio, se enderezó como una montaña iluminada por el fuego ante el joven, que en ese momento se veía pequeño e insignificante. Los demás se pusieron atentos y llamaron a la calma, pero ya era demasiado tarde; el mercenario había descargado un potente puñetazo sobre la humanidad del joven golpeándolo justo en la cabeza. Fue una suerte que no le destrozara la mandíbula aun cuando lo dejó inconsciente en el acto. Antes de tocar el piso fue auxiliado por Efrand, quien miró con reproche al guerrero. Este, respirando algo agitado, miró a cada uno de sus acompañantes y sintió un poco de remordimiento. Solo un poco. No era la primera vez que tenía que irse a los golpes con alguno de sus compañeros de aventuras. Ignoró las miradas de reclamo de los demás y tomando la antorcha del piso se dirigió a ellos:

      —Descansaremos hasta mañana, cuando nuestras heridas se encuentren mejor y nuestros músculos respondan conforme al esfuerzo que se viene por delante. El que no esté de acuerdo puede salir cuando quiera, no trataré de evitar que haga una estupidez como la este niño que juega con la herramienta de arado de su padre.

      Una vez más ninguno discutió. Ya era claro que Scar se haría con el mando así fuera por la fuerza y nadie hasta el momento quería o le importaba tomar dicho mando; igual, reconocían la sinceridad y buen juicio de sus decisiones.

      Valentine caminaba por el mercado principal de la gran ciudad de Tabask. Se sentía un poco inquieto, como si quisiera saltar o festejar. Pero sabía que no debía, sabía que debía continuar su camino con la misma normalidad de siempre. Iba comiendo una fruta mientras con sus ojos agudos revisaba todo su entorno.

      Ya estaba claro que no lo seguían y sabía entonces que su trabajo había sido perfecto, lo cual le preocupaba. «¿Tan silencioso? ¿Tan ágil y exacto he sido?». Con un movimiento de su cabeza alejó todo pensamiento de su mente y simplemente se enfocó en disfrutar el trayecto hasta la posada donde se albergaba.

      Eran cerca de las siete de la noche; la mayoría de los mercados estaban cerrados y se oía un cierto bullicio típico de ciudades portuarias como estas: se trataba del sonido generado por docenas de marineros dispuestos a embriagarse mezclado con el de los visitantes de otras ciudades que buscaban un buen lugar donde comer o desde el cual apreciar el mar y las estrellas.

      El aventurero llegó a su destino, arrojó una fruta a uno de los hijos del posadero, quien la atrapó con agilidad, miró con picardía al exmarinero y salió corriendo a esconderse para comer tranquilo el manjar sin que sus hermanos trataran de arrebatárselo. Valentine sonrió y saludó al hombre tras la barra.

      «Qué bien me sienta tierra firme —pensó el aventurero—, qué agradable


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