Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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lo tomó por la chamarra y ayudándose con el impulso del rival se dejó caer de espaldas para, con sus pies, arrojarlo lejos. De hecho, de no ser por el poste de un viejo tendedero de ropa, el asesino hubiese terminado en la calle con algún tipo de fractura. Este pequeño lapso fue aprovechado por el humano para emprender carrera nuevamente, y fue seguido en el acto por el enfurecido asesino.

      En el siguiente movimiento, ambos descendieron a las desoladas calles de Tabask y en un momento inesperado Valentine giró hacia su izquierda y entró a un pequeño callejón sin salida.

      El elfo no perdía de vista a Valentine. Cuando este giró hacia la izquierda, el asesino sonrió perversamente pues conocía muy bien las calles de la ciudad y sabía de antemano que su presa se había metido en un callejón sin salida. Lo haría sufrir, lo iba a torturar antes de matarlo por haberlo hecho quedar como un idiota. Pero eso tendría que esperar... Cuando entró al callejón, este se encontraba vacío. «¿Qué demonios?». El rostro del elfo se encontraba sumido en la total confusión, pero después de unos segundos lo entendió.

      El perseguido había girado hacia su izquierda, entrando al pequeño callejón donde, sin perder un momento, usó toda la fuerza y agilidad para impulsarse de una pared a la otra hasta subir los tres pisos de alto, terminando en el techo del edificio derecho dispuesto a emprender carrera una vez más. El elfo entonces comenzó el ascenso de manera similar, pero cuando llegó al final no pudo ver a su presa por ninguna parte. Saltó de un techo a otro y volvió al edificio de la derecha del callejón, mas no podía encontrarlo. Empezó a maldecir su suerte cuando sintió un punzón en la nuca, un punzón frío y firme. El elfo sabía que había sido derrotado. El humano se había descolgado por una de las cornisas del edificio pegándose a la pared para desaparecer y cuando escuchó al asesino maldecir supo que era su momento.

      —Ha robado a la gente equivocada, pirata. No habrá un día en que su cabeza no esté en juego: muchos lo están buscando, ha ofendido a familias poderosas.

      —Por el contrario —contestó Valentine sonriendo—, he robado a las personas correctas. «Cuando llegues a una ciudad nueva, la mejor carta de presentación es que en poco tiempo hablen de ti. Entonces no buscarás trabajo, el trabajo te buscará a ti» —citó y sin dejar de presionar la nuca del elfo con su estoque y buscó algo entre sus bolsillos.

      —¿De qué está hablando? —preguntó el elfo sin entender muy bien a qué iba todo este juego.

      —Tenga, son dos de los anillos que tomé de la casa de uno de sus señores —dijo Valentine arrojando una pequeña bolsa a los pies del asesino—. Diles que devolveré los demás con gusto, que solo quiero una… oportunidad de entrar a su interesante gremio de comerciantes.

      —¡Está loco! Nadie roba la Casa del Murciélago y sale impune. —Valentine finalmente quitó el estoque del cuello del elfo y lo envainó, a lo que el elfo recogió la bolsa y, tras confirmar su contenido, encaró al aventurero.

      —Diré que se los arrebaté.

      —¿En serio? ¡Ha de ser muy listo!, pues tendrá que explicar cómo es posible que haya fallado en el intento de matarme o, mejor aún, si dice que me mató se preguntarán dónde están los demás objetos robados. Y entonces, ¿qué dirá? —La sonrisa que se dibujaba en el rostro de Valentine era una mezcla de seguridad y peligro, como pocas había visto el elfo en su vida—. No, no dirá que hizo bien tu trabajo, tendrá que decir que falló y entregar un premio de consolación, y entonces algún día un mensajero anónimo dirá que lo vio con uno de los anillos robados. ¿Y qué hará entonces? —Cuando dijo esto, la cara del elfo, que trataba de mantenerse impávida ante los acontecimientos, sucumbió en una mueca de perplejidad y confusión; fue entonces cuando Valentine, sin perder su encantadora sonrisa, señaló uno de los bolsillos del asesino. El elfo de inmediato palpó el bolsillo izquierdo de su chamarra y encontró otro de los anillos robados. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que se iban a salir de sus órbitas. Fue justo cuando daban el bote, la única vez que habían tenido contacto en toda la persecución, fue cuando Valentine le plantó el anillo robado. Entonces, como si una ola descomunal lo hubiese golpeado, comprendió que toda la persecución, todo el camino, que todo el trayecto recorrido, había sido previamente planeado por el exmarinero; incluso la fugaz reyerta y, de no ser porque él mismo le advirtió del anillo, lo hubiese llevado sin saber hasta sus habitaciones y entonces... ¿qué hubiera pasado si se lo encontraban oculto entre sus ropajes?

      El elfo no pudo más que mirarlo con odio y admiración.

      —Ah… parece que ahora entiende mi punto. Hable con sus superiores, mis habilidades pueden ser de gran ayuda a su gremio. Los demás objetos están a salvo… y sobre esta noche… bueno, sé que será prudente con lo que tenga que decir.

      —¿Qué le hace creer que te contratarán y que no le matarán y arrancarán de tu cuerpo frío los demás anillos?

      —Son hombres de negocios, son hombres prácticos. —Ambos sabían que tenía razón, que las probabilidades jugaban a favor del pícaro y ahora el elfo empezaba a verlo como un aliado y como una amenaza. De ahora en adelante se andaría con más cuidado.

      Al finalizar estas palabras, Valentine hizo una pequeña reverencia y se deslizó hacia el callejón donde comenzó a perderse en la noche.

      ***

      Habían pasado ya varias semanas desde aquel «incidente», las cuales se habían reportado sin novedades. No habían vuelto a entrar en la habitación de Valentine y no había visto que lo estuviesen vigilando. Los días habían transcurrido tan normales que la monotonía empezaba a aburrir al aventurero. «Una semana más, tal vez un par, y me voy a otro lugar», pensaba cada día al volver de las calles.

      En esta ocasión su andar era más lento de lo normal, llevaba las manos apoyadas en el cinturón y miraba hacia la calle principal que llevaba a la puerta de salida oriental de la ciudad. Se encontraba algo aburrido pues en verdad le agradaba la ciudad, pero sus fondos empezaban a agotarse y aun no lo contactaba de ninguno de los gremios ni casas mercantes.

      Al entrar en la posada saludó a los dueños de buen agrado, pero rechazó la invitación a cenar argumentando que se sentía cansado y que solo quería recostarse un rato. Había estado preguntando por las ciudades vecinas y necesitaba un tiempo a solas para decidir cuál de todas estas sería la que más le convendría como nuevo destino.

      Al llegar al segundo piso pudo ver que la puerta de su habitación se encontraba abierta, lo que le produjo curiosidad pues nunca la mucama llegaba tan tarde a hacer aseo. No le dio mayor importancia y continuó hasta el marco de la puerta, donde quedó detenido en seco. Sus manos ahora se encontraban empuñadas a los costados y, aunque no se sentía amenazado, sí puso todos sus sentidos a trabajar en caso de llegar a necesitarlos.

      Dentro de la habitación se encontraba un hombre de gran tamaño; alto y corpulento, de cabello negro y corto peinado hacia atrás, que vestía unas ropas elegantes y una fina capa púrpura; en su mano derecha sostenía el hermoso astrolabio de Valentine. Recostado contra el marco de la ventana se encontraba aquel elfo asesino con cara de muy pocos amigos. A la entrada del aventurero, el único en voltear a mirar fue el elfo, mientras que el humano siguió mirando el astrolabio como si nada hubiese pasado.

      Tras recomponerse de la sorpresa, Valentine sonrió al elfo mientras asentía ligeramente con la cabeza, a lo cual el asesino frunció más su ceño y desvió la mirada.

      —Me habían informado que tiene algo que me pertenece, joven…

      —Valentine, señor. Espero no haberlo ofendido… en demasía, solo busc...

      —La muerte. Pero no se preocupe, me ha impresionado, no cualquiera sobrevive a Udólanan Silentread. Es más, no cualquiera se burla de Udólanan Silentread —dijo el hombretón mientras miraba al elfo quien, a su vez, rojo de rabia, volteó a mirar a Valentine para luego salir de la habitación hecho una furia. Valentine vio todo el rencor y odio que Udólanan sentía por él y lo tuvo muy en cuenta.

      —Mi intención no era burlarme de nadie.

      —No me importa, lo hizo,


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