Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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recordaba cómo había empezado todo…

      Ella se encontraba acomodada en su silla habitual dentro del concilio de magia y sacerdocio de su ciudad. Tenía recostado su torso sobre la enorme mesa de piedra cuidadosamente tallada y dibujaba con sus dedos sobre esta, con aire ausente, mientras esperaba a que llegaran las personas que faltaban y se preguntaba cuánto más tardarían. Ya se encontraban Therlee Belgretor, Neriserris y Nerisstine Gorthomal, quienes discutían sobre temas protocolarios típicos de estas reuniones.

      Krina de cuando en cuando levantaba la mirada hacia estas personas y entornaba sus bellos ojos rojos tratando de descubrir en sus conversaciones por qué ella era tan diferente a los demás.

      Eran elfos impuros. Así es como les llaman las otras razas. Y habían decidido llamarles de esa manera porque así consideraban que fue dado su origen: nacidos de una sangre maldita, nacidos de un dominio corrompido. Eran los hijos malditos del poder de Nirein, guardiana del sello de la magia pura, del vórtex de donde emana todo poder arcano, toda esencia mágica. Nirein quería crear unos seres perfectos, unos seres que sobrepasaran en poder a los hijos de Atmarán el Destructor, señor de todos los dragones y así mismo quería que fueran hermosos y sensuales como las criaturas feéricas. Pero Atmarán nunca permitiría algo así. El Señor de la Destrucción sabía que no podría intentar un ataque frontal a la Señora de la Magia Primigenia, pues ella podría anular sus poderes mágicos y ponerlo en una situación de peligro, así que utilizó su ingenio, que no era ni por error menor que su fuerza.

      Atmarán logró convencer a Rayen, la Guardiana de las Artes Antiguas (bajo la promesa de devolver algún día el favor), de preparar para él una poderosa pócima capaz de envenenar la sangre de Nirein para que así sus hijos salieran trastocados e imperfectos. Rayen dijo al Señor del Caos que la pócima debía dársele de beber en plenilunio de Yarover, cuando sus lágrimas recorren el cielo oscuro, porque después de ese momento el brebaje ya no surtiría efecto.

      Para engañar a la Guardiana de la Magia y conociendo lo ansiosa que estaba por lograr su cometido, Atmarán adoptó la forma de un poderoso balor y tras largo parloteo y promesas de éxito consiguió que la mujer aceptara su propuesta de beber el menjurje. Nirein no sintió ningún efecto esa noche mientras las estrellas corrían de un lado al otro del firmamento y se sintió engañada por el demonio de astas negras, pero al poco tiempo, cuando pretendía dar vida a su creación, a sus hijos, sintió cómo su vientre ardía y convulsionaba en incontrolables espasmos. Sus gritos de dolor y tristeza estremecieron Arkoriam por completo y los niños nacidos de su vientre, que debieran haber sido de luz, nacieron con sus pieles oscuras, en las que los rayos del sol no penetraban; y sus ojos, que debieran ser hermosos como el arcoíris, ahora eran rojos como la sangre que los maldecía; y sus cabellos, que debían tener el color del sol, fuente de la magia primal, ahora eran blancos como la nieve del más crudo invierno. Y aunque conservaron en sí la hermosura y sensualidad que su madre quiso darles, esta fue también corrompida por los instintos más bajos, superficiales y egoístas.

      Nirein, avergonzada de su progenie, la abandonó. Sus hijos, humillados y abochornados, huyeron a las profundidades de la tierra, donde nadie pudiese verlos jamás.

      Pero cuando crecieron, empezaron a cambiar su sentimiento de vergüenza por el resentimiento contra su madre y contra todos los que eran diferentes a ellos. También entendieron que su madre los había dotado de gran poder, del poder de un sello. Ya no llorarían más por su infortunio, ahora tomarían el poder del Sello de la Magia para sí, sin dioses ni guardianes; solo el poder de los sellos, directo y puro. Solos habían crecido y solos cumplirían sus designios.

      ***

      Krina había conseguido un lugar en el concilio gracias a su disciplina y a su gran capacidad e inteligencia, y aunque compartía la devoción y admiración por la fuerza de la magia como cualquier mujer u hombre del concilio, no podía comprender del todo la filosofía, la forma de ver dicho poder por parte de su gente. Ya en muchas ocasiones había tenido discusiones acaloradas casi al punto de ser amenazada de hereje puesto que defendía la postura que consideraba que el caos no era una energía nacida con el único fin de destruir; por el contrario, consideraba que el caos era una fuerza renovadora, una fuerza de la cual nace el orden de las cosas. Siempre argumentaba cómo después de la destrucción emanada por el volcán, sus cenizas fértiles producían vegetación más fuerte y colorida, mejores cosechas, nuevas tierras, diversificación. Pero siempre encontraba en su contra pensamientos que sugerían que estos eran efectos temporales en el mundo, puesto que el fin último era la destrucción de todo orden establecido.

      Krina miraba sus brazos, su piel oscura como el ónix, así como lograba ver en la mesa parte de su hermoso y largo cabello blanco. Pensaba en su gente y sus costumbres, pero aunque vivía con naturalidad entre ellos y disfrutaba de sus hábitos, sentía que por alguna razón no podía encajar del todo.

      Por fin llegaron los hombres y mujeres faltantes y se dio comienzo la reunión. Primero se realizaron unas oraciones por parte de la sacerdotisa de mayor jerarquía, Zinnamorel, y continuaron con el orden del día y otras minucias. Krina escuchaba sin poner mayor atención; el día de hoy se sentía especialmente apática. Antes de ir a la reunión se encontraba inmersa en sus estudios y se molestó bastante cuando la interrumpieron, furia que terminó en el resuello de su látigo contra la espalda del desafortunado mensajero. No le fue revelada la razón de esta reunión extraordinaria, solo se le citó a la brevedad del momento y con carácter urgente. ¿Guerra? No, nadie se atrevería. Su ciudad se encontraba en el mejor de sus momentos, con una fuerte unión entre sus habitantes fuera por las razones que fueran, y esto, aunado al poder de su raza, desalentaría a casi cualquier enemigo visible. No se le podía ocurrir otra razón, puesto que cualquier otro tema normalmente sería tratado en las reuniones normales y no creía que se tratara de una revelación de los sellos, puesto que la fanfarria que haría la suma sacerdotisa no tendría fin.

      Cuando puso atención nuevamente en la reunión, descubrió que un sirviente acababa de poner sobre la mesa una bandeja de plata y oro con un objeto de tamaño mediano cubierto por una manta de seda púrpura.

      —¡Esto, hermanos y hermanas mías, es un regalo enviado a nosotros por el mismo Sello de la Magia para guiar a nuestro pueblo a la victoria contra todas las razas de Arkoriam! —dijo la suma sacerdotisa y, al terminar estas palabras con una voz dramatúrgica, descubrió de un solo tirón el objeto puesto en la mesa. La mayoría de los asistentes pensaron que Zinnamorel había perdido la cordura pues lo que había revelado no era más que un trozo de piedra de color rojizo y tallado en la forma en que se suele tallar el cuarzo. Mas Krina abrió los ojos de par en par y casi se fue de espaldas cuando entendió de qué se trataba todo.

      Atma 18, era del despertar,

      Mi señora, le escribo desde la lejana Villa Solaria donde he decidido exiliarme por un tiempo. Las instrucciones que he impartido para la entrega de la misiva fueron muy claras para no exponerla a ningún riesgo innecesario. Deseo contarle que en las horas de la mañana me embarcaré en un trabajo hacia el interior de este reino sin rey ni dios. Posiblemente me tomará un tiempo el regresar de mi aventura venidera así que aproveché la caravana de comerciantes que se encontraba en la villa para enviarle la presente.

      Quiero decirle, mi dama, que todas estas semanas lejos de su presencia han sido insufribles. No he dejado de llevarla en mi pensamiento y en mi corazón en cada momento, en cada respiro. Los días y las noches en estas tierras son muy duros, el clima no ha tenido piedad de mí, sin embargo, me basta con cerrar los ojos y visualizarla: tan hermosa y delicada y a la vez tan resuelta y tenaz. Un tierno y fuerte abrazo en el que puedo encontrar refugio cuando todo el mundo se viene al suelo, regazo divino en el que puedo calmar mis angustias. Sin embargo, la quimera, la ilusión en mi mente que es su imagen, también me resulta dolorosa pues, aunque recuerdo con alivio el calor de su cuerpo y la dulzura de su aliento, quisiera tenerlo cerca, sentirlo de nuevo junto a mí, entre mis brazos.

      Tengo que reconocer que en este poco tiempo he empezado a sentir algún tipo de afinidad con el lugar, debe ser porque conjuga a la perfección su ambiente con mis sentimientos,


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