Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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amor que siento por usted y en mi profundo deseo de volver a su lado.

      No escribiré mucho sobre mi trabajo, pues no quiero angustiarla de ningún modo. Por ahora solo le diré que estaré bajo la orden de una mujer misteriosa que encaja entre cierto tipo de elfos que me abstengo de nombrar.

      En cuanto vuelva a la villa le enviaré una nueva misiva donde le contaré todo lo ocurrido para que sepa que he vuelto con bien y con salud.

      Solo quería que supiera que me encuentro bien y recordarle que mi espada y mi vida le pertenecen incondicionalmente y que bastará solo un llamado para acudir raudo y sin cavilaciones a su lado en el momento que lo precise.

      Siempre suyo,

      L.G.

      Los aventureros llegaron hasta el borde de un desfiladero del cual no se lograba ver su final debido a la espesa niebla que cubría el lugar. El frío podía sentirse hasta lo más profundo de los huesos. Después de discutirlo un poco, decidieron que Scar, al ser quien más peso llevaba, fuera el primero en bajar ayudado por una cuerda amarrada a su cintura mientras los demás la sostenían con fuerza. Los primeros metros de descenso entre la bruma no presentaron mayor peligro… hasta que el nudo se deshizo y el guerrero terminó rodando ladera abajo en medio de gruñidos y maldiciones. Para su fortuna, su recia armadura absorbió la mayoría de los golpes y la distancia del desfiladero no era tan profunda como lo pensaban para causarle heridas graves en su caída. El mercenario se levantó maldiciendo y sacudió el polvo de su gabán. Mientras escudriñaba entre la espesa nube gris que lo rodeaba, los demás compañeros descendieron por la cuerda, la mayoría con mejor suerte que el velkariano. El último en bajar fue el alto elfo, quien lo hizo con destreza y elegancia.

      Ya en el fondo del lugar empezaron a caminar con una precaución que rayaba en el temor. Los nervios los tenían de punta y las pupilas dilatadas. En medio de la niebla vieron aparecer figuras amorfas que resultaban ser rocas o árboles añosos. El joven de la guadaña, en medio de su avance, observó lo que le pareció un extraño tipo de vegetación; solo podía ver una de las ramas que terminaba en una forma parecida a la de una vaina de color verde vivo. Tomó la vaina y comenzó a voltearla; le producía mucha curiosidad ver una planta con tanto color y vida en medio de ese panorama gris. Entonces sintió un pinchazo y un ligero ardor en uno de sus dedos. Luego, la «rama» empezó a moverse por sí sola.

      —Date prisa, te estás quedando atrás, casi no puedo verte — dijo Thárivol en voz alta y esperó unos segundos, pero el joven de la guadaña no se movió. El semielfo, con el ceño fruncido, soltó un suspiro de impaciencia, pero observando de nuevo al joven, notó que este seguía en el mismo lugar… y exactamente en la misma postura. No se había movido un ápice, parecía una estatua. Thárivol entonces forzó un poco más sus ojos de herencia élfica y pudo ver (con algo de ayuda de la niebla que había despejado un poco), junto al joven, un enorme bulto. Y vio cómo el bulto se movía.

      —¡Compañeros! ¡A nuestras espaldas! —gritó mientras desenvainaba sus espadas y corría hacia el joven indefenso. Todos los demás dieron media vuelta y comenzaron a correr en su auxilio. Al acercarse pudieron ver dos enormes criaturas parecidas a ciempiés; más altas que un humano, de exoesqueleto de colores verdes y rojos vivos y ojos pequeños y negros. Lo que el joven confundió con vegetación era uno de sus cuatro tentáculos próximos a la boca, que al picar inyectaban un veneno que paralizaba a sus víctimas para luego comérselas vivas.

      Thárivol fue el primero en llegar enterrando sus dos espadas con fuerza en uno de los costados del carroñero haciéndolo retroceder y alejarse de su víctima, pero en su afán por salvar al joven guerrero de una muerte horrible no vio que otra de las criaturas se acercaba por su espalda. Las advertencias hechas por Efrand desde la distancia de nada sirvieron: la criatura aprovechó el descuido del semielfo para atacarlo con sus tentáculos, paralizándolo al instante. Los guerreros entonces se dividieron entre las dos criaturas: Efrand y Scar cargaron fieramente con sus espadones sobre la que había atacado a Thárivol mientras Slain y Faldekorg, con espada y arco, atacaron la que había aparecido primero. Dérakruex, quien durante todo este tiempo se había mantenido ausente y taciturno, pareció despertar de su letargo y, manteniendo una cierta distancia, empezó a recitar con voz apagada un extraño cántico. Se trataba de un llamado, un llamado a un aliado de la naturaleza para que luchara a su lado. En pocos segundos se pudo escuchar un aullido no muy lejano respondiendo a su pedido de ayuda, y momentos después un enorme lobo negro apareció entre la niebla dispuesto a atacar a quien él le ordenase.

      La batalla de desarrollaba con dificultades. Efrand había sido paralizado, lo que obligó a Scar a adoptar una posición defensiva para evitar que la criatura llegara a cualquiera de los dos compañeros abatidos. El muchacho tabanense solo podía mirar con horror cómo los tentáculos eran desviados a centímetros de su rostro o de sus manos por el espadón del mercenario; incluso en algunas ocasiones pensó que sería la misma arma del velkariano la que cegaría su vida cuando parecía que este no calculaba bien el espacio entre ciempiés y víctima. Scar luchaba fieramente desviando los tentáculos y aprovechaba cualquier abertura para golpear con Trueno de Velkar. Aunque ya varias veces había sido alcanzado por los mortales apéndices de la enorme criatura, su cuerpo fue capaz de resistir la sustancia. Podía sentir cómo se entumían brazos y piernas, mas se obligaba a no desfallecer.

      En el otro lado de la batalla, Slain y Faldekorg habían logrado infligir bastante daño al enemigo. El humano guerrero, a pesar de su gran tamaño, era bastante ágil y blandía su espada de doble hoja con la elegancia y precisión con que lo haría un elfo. Por otro lado, Faldekorg asestaba casi todas sus flechas desde el otro costado. Trataba de ser muy preciso y se tomaba tiempo antes de soltar sus proyectiles pues en medio de él y el ciempiés se encontraba el cuerpo paralizado del joven de la guadaña.

      Y entonces Slain se quedó quieto como una estatua.

      «Solo un disparo más», pensaba el elfo tratando de no perder concentración.

      «Solo un golpe más», pensaba el velkariano mientras defendía el cuerpo de Thárivol.

      Y fue entonces cuando, veloz como una sombra, el lobo negro se abalanzó sobre el cuerpo del joven de la guadaña, derribándolo con fuerza, lo que le dio oportunidad a Faldekorg de hacer un disparo perfecto a lo que suponía la cabeza del animal.

      Acto seguido, sin parar un segundo, el lobo se abalanzó sobre el segundo carroñero haciéndolo retorcerse, para que entonces Scar pudiera asestar un fortísimo golpe descendente que partió a la criatura por la mitad.

      Humano y elfo se lanzaron miradas de mutua aprobación para luego mirar a Dérakruex, quien solo se encontraba parado allí, como si nada hubiese pasado.

      —Bien hecho, Dérakruex. Tu ayuda llegó en el momento indicado —dijo el alto elfo al elfo salvaje.

      —¿Qué haremos con ellos? —dijo Scar más para sí mismo que para el par de elfos.

      —La parálisis solo durará unos minutos, no se preocupen, dentro de poco estarán bien. —Era la primera vez que el mercenario escuchaba hablar al elfo salvaje, que al parecer podía comunicarse con los animales, o por lo menos así lo había dado a entender Faldekorg. Su voz era muy suave y amable, aunque algo ausente. Igual, su mirada seguía perdida mientras consentía al imponente lobo negro.

      Poco a poco los aventureros fueron recuperando el control de sus cuerpos y contaban con desagrado el pánico que llegaron a sentir, pues aunque se encontraban inmóviles, podían escuchar y ver todo lo que pasaba a su alrededor, al igual que podían sentir el dolor cada vez que uno de estos tentáculos volvía a golpearlos cuando los demás no podían protegerlos. Cuando ya se encontraban todos con sus cinco sentidos, continuaron su avance por el desolado desfiladero que ahora les permitía ver mucho mejor el camino que tenían por delante. La niebla gris había casi desaparecido.

      Tras unos minutos más de caminar entre la ligera niebla, llegaron a una enorme y derruida verja que antaño guardara de intrusos la humilde cabaña hecha de madera que se encontraba detrás. Los muros que la acompañaban se encontraban


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