Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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mientras esperaba la comida. Con aire ausente, bebió su pinta y no se dio cuenta de que el volumen de los comentarios en la taberna había bajado de nivel. Si hubiese estado un poco más alerta habría entendido que esto solo ocurría cuando alguien ajeno al lugar entraba en el sitio. De no haber estado tan absorto en sus pensamientos, hubiese visto la menuda y delgada silueta que había llegado hasta su lado, sentándose junto a él.

      Ya era tarde.

      Usó toda su disciplina para no sobresaltarse. Sus sentidos se activaron de inmediato y de no ser por su rápida capacidad de observación hubiese golpeado a la figura en el rostro con tal fuerza que posiblemente le hubiese destruido la mandíbula. En vez de eso, disimuló tomando un largo sorbo de su jarra mientras la miraba de reojo, tratando de hacerse una imagen de quien lo acompañaba. Pero para lo que vino a continuación no estaba preparado. La mujer, cubierta por una túnica que impedía ver su rostro, habló; y la sangre del guerrero se congeló de inmediato. Él conocía muy bien ese tipo de cadencia suave y elegante, casi cantada, casi hipnótica, de cada palabra que salía de los labios de la criatura. Su mente viajó en menos de lo que dura un parpadeo hasta un pasado que creía lejano, todos sus músculos se tensaron, sus nudillos se pusieron blancos de la fuerza con que cerró sus puños, su frente se perló de sudor. Para su suerte, la mujer no lo estaba mirando.

      —Conozco de usted y de la profesión a la que se dedica y quiero contratarle. Requiero de sus servicios —dijo Krina con su voz suave mientras jugaba de manera ausente con la copa de vino que le habían puesto al frente, lo cual dejó ver que sus brazos estaban totalmente cubiertos por finos guantes. Ello que puso al mercenario de vuelta en la taberna. La mujer repitió sus palabras dejando salir una pequeña entonación que denotaba impaciencia.

      —No estoy interesado. —Fue todo lo que respondió y regresó a su bebida. La mujer giró un poco su cabeza con algo de sorpresa, que disimuló gracias a su capuchón, ya que imaginaba que él estaría tratando de salir de ese sitio muerto en busca de fama y riquezas. Después de todo, los humanos son de esencia simple.

      El mercenario no la miró. Cuando su mente retornó a la taberna, recuperó el control de su cuerpo, pero no el de sus sentimientos: ahora lo invadía el odio, el desdén, un impulso irracional y asesino causado por el dolor y la soledad; él lo sabía muy bien, estaba perdiendo el juicio. Solo bastaba un rápido y fuerte movimiento, directo hacia el delgado y delicado cuello de la mujer, apretar con fuerza por unos segundos hasta que no se moviera más. No, no trataría de matarla, ella no le había hecho nada, y no la juzgaría, por ahora, por los crímenes cometidos por los suyos en antaño. Solo quería que ella se fuera y lo dejara en paz, pero eso no pasaría.

      —La paga será bastante buena, no se arrepentirá, se lo prometo. Y además, puede estar seguro de que su hazaña llegará a oídos de gente que pued…

      —¡Que no estoy interesado! —El hombre de rostro fuerte y facciones finas y duras marcadas por la experiencia, las batallas y el sufrimiento, cortó tajante. El golpe que dio con la jarra a la barra fue tan fuerte que causó un silencio súbito. Guardó su compostura y repitió en un volumen de voz más bajo—: No estoy interesado…

      —Como guste, pero cuando los que vienen tras de mí lleguen hasta este lugar y acaben con este mugroso pueblo y con usted, espero no se arrepienta de su necia voluntad —dijo la mujer en un susurro a su oído para que nadie más escuchara, tratando de engañar al hombre, apostándole a su suerte en busca de dar con un elemento que lo hiciese cambiar de opinión—. Si cambias de parecer, mañana estaré en un pequeño claro en la parte sur de la villa, alejada del camino y de los ojos imprudentes. Mi nombre es Krina. —Al terminar estas palabras, con la gracia de una damisela se levantó de su lugar y salió de la taberna.

      El hombre quedó consternado, sus sentimientos de odio pasaron rápidamente a ser angustia. ¿Sus perseguidores arrasarían con la villa? Algo olía muy mal para el mercenario, pero más que eso eran los recuerdos traídos a la memoria los que lo impulsaban a la aventura. Mientras estuviese en sus manos, jamás dejaría que por culpa de esta mujer destruyeran Villa de Solaria.

      Finalmente dio la vuelta y se dirigió a su habitación: necesitaba poner en orden sus pensamientos y acostarse temprano para descansar el mayor tiempo posible, ya que seguramente sería la última cama cómoda que probaría en muchos días.

      Valentine descansaba mientras miraba hacia el horizonte recostado sobre uno de los barandales en proa. El mar estaba calmo y el clima estaba a favor de la embarcación; un sol meridiano y un viento fuerte de sur a norte que empujaba el pesado barco por las vastas aguas del mar de Ivinie mantenían de buen humor a toda la tripulación.

      Aunque aún estaba recuperándose de las heridas de la última batalla, se encontraba con muy buen ánimo, por lo que prefirió dar un paseo por la borda antes que quedarse en su camarote.

      Sus ojos azules exploraban el vasto mar mientras que a su mente regresaban imágenes de la batalla contra los peligrosos sahuagins que habían invadido el barco hacía unos pocos días y, mientras revivía en su mente el combate, analizaba con calma sus acciones para poder corregir los errores.

      Recordaba que el ataque había sido inesperado. Empezaba a oscurecer bajo una suave niebla y uno de los marinos que se encontraba amarrando cabos escuchó un ruido extraño; sonaba como si algo hubiera rasgado el casco de la embarcación. Para el marino fue algo insólito pues le parecía imposible que en medio del profundo mar pudiera haber arrecifes a la altura de la superficie, y ciertamente el vigía no había advertido de restos flotantes de algún barco hundido, así que se asomó con cautela por uno de los bordes, mas de nada le sirvió tanta prevención ya que una mano fuerte y escamosa lo tomó por el pecho de manera sorpresiva y lo aventó con potencia a mar abierto. Un grito ahogado fue lo único que logró salir de su boca, pero por fortuna esto fue suficiente para alertar a sus camaradas.

      —¿Wiggels? —preguntó uno de sus compañeros al escuchar el ruido—. Wiggels, ¿te encuentras bien?

      Mas Wiggels no respondió. Ya nunca más lo haría. El marino esforzó su vista a través del traslúcido manto gris que se alzaba sobre barco y tripulación para determinar mejor la figura que se acercaba hacia él y su sospecha pasó a ser alarma al ver que otras figuras empezaban a asomar cargando largos tridentes. Ningún marino usa tridentes.

      —¡Nos abordan! ¡Capitán, nos abordan por estribor! —gritó el hombre mientras apuntaba con su ballesta a los invasores.

      Sin menor dilación, los demás tripulantes tomaron sus armas y empezaron a correr la voz mientras se dirigían hacia el peligro. Las criaturas para entonces habían tomado ventaja y empezaron a cargar velozmente con sus tridentes y redes. Los sahuagins, criaturas reptilescas con fauces amplias y dientes puntiagudos, manos y pies palmeadas para moverse con soltura en el agua y fuertes y peligrosas colas, tenían una forma de pelear bastante organizada: uno de ellos lanzaba una red a su presa mientras otros dos picaban frenéticamente al desdichado que quedaba dentro de ella o lo golpeaban salvajemente en la cabeza para dejarlo inconsciente y capturarlo vivo.

      Aquel marino disparó de manera certera su virote atravesando la cabeza de la criatura y de inmediato desenvainó su sable y saltó sobre otro de los monstruos. Los demás marinos lanzaron dagas y hachas de tiro como primer ataque, para posteriormente cargar con sus armas de cuerpo a cuerpo. Saltaban desde la cangreja, desde los mástiles o las cuerdas. Uno de ellos fue derribado a medio salto por una de las redes, pero para su fortuna una daga atravesó la rodilla de uno de sus victimarios antes de que llegara a él, haciéndolo caer en medio de la borda, mientras que el otro chocaba tridente contra espada. En los momentos en que toda la refriega tomaba lugar, Valentine, estoque en mano, se escondió entre unos barriles en popa, cerca del timón, y observaba con calma el enfrentamiento buscando la mejor oportunidad para atacar. Su espera dio frutos puesto que identificó junto al mástil mayor a un tripulante que se defendía a sangre y fuego de la ofensiva de un sahuagin inyectado en furia. De seguir así, el hombre no sobreviviría a sus impetuosos ataques; por lo tanto, sin dar más espera, Valentine empezó a moverse silencioso como un fantasma a través de la popa, hasta situarse detrás del reptil, y sin que este


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