Arkoriam Eterna. Alejandro León Galindo

Arkoriam Eterna - Alejandro León Galindo


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ir hasta aquel lugar y traerme de regreso dicha piedra.

      —¿Por qué la escondería sin contarle dónde? —preguntó un curioso Efrand.

      —Porque así no podrían sacarle la verdad a ella de en dónde está escondida, en caso de peligro ­—respondió Scar con un tono acusador. Krina hizo la vista gorda al comentario.

      —¿Ir por una piedra a una casa abandonada? Es una tarea sencilla —contestó Efrand con la seguridad del ignorante.

      —Si fuera tan sencillo ya lo hubiese hecho por mis propios medios —contestó Krina con voz de enfado—. El sitio se encuentra habitado por… criaturas. Criaturas extrañas y peligrosas. No son los primeros que tratan de bajar al lugar. Ya otros han terminado convirtiéndose en comida de carroñeros.

      —Entonces supongo que la paga será alta —comentó Scar con tono punzante.

      —Lo será, mercenario. Pueden quedarse con todos los tesoros que encuentren en el lugar y les aseguro que no serán defraudados.

      Ultiman detalles del lugar, de lo que pueden llegar a encontrar allí y de lo que «tesoros» puede significar para unos y otros, y cuando por fin se ponen de acuerdo, deciden emprender el viaje hacia las Mazmorras de Solaria aprovechando la luz del día.

      En el camino, pocas las palabras cruzaron los aventureros, y la mayoría de ellas fueron solo para concretar el camino a tomar o para detenerse ante un ruido extraño. El único que trataba de mantener una alegre conversación era Efrand, a quien finalmente Slain hizo callar explicándole que su charla se podía escuchar en toda Solaria. El joven guardó silencio algo enfadado y resignado al ver que los demás compañeros apoyaban al hombre de la espada de doble hoja.

      Durante todo el camino, Scar pudo observar las huellas de los que supuso fueron los hombres enviados con antelación por Krina y confirmaba, con cierta preocupación, que ninguna de estas personas había vuelto, o por lo menos no por el mismo camino. Prefirió no comentar nada al respecto ya que no quería preocupar al grupo más de lo necesario. Fueron varias las horas de camino en silencio y la tensión y el cansancio empezaban a hacer mella en algunos de los aventureros, en especial en los más jóvenes como Thárivol, Efrand y el joven de la túnica gris. Los dos elfos viajaban un poco más tranquilos y ligeros, aunque al elfo salvaje que dijo llamarse Dérakruex se le observaba distante, abstraído. Viendo la situación y reconociendo su propio agotamiento, Slain y Scar deciden que era hora de parar y comer algo. Tras comer unos trozos amargos de carne curada y descansar un poco las piernas, continuaron el viaje hasta llegar a una bifurcación en el camino. Faldekorg informó que uno de los caminos (el de la izquierda) conducía a un pequeño claro y que en este parecía haber una pequeña fogata de la cual salía un hilillo de humo que indicaba que hacía no mucho tiempo había sido apagada.

      —Podría ser el antiguo campamento de los hombres enviados por Krina —razonó el mercenario.

      —Mmmm… no estoy seguro. ¿Hace cuánto pasaron ellos por acá? No, mejor… subiré a un árbol para tener una mejor vista del lugar—dijo el alto elfo mientras inspeccionaba qué árbol sería el más fácil de trepar. Los demás lo miraron un poco escépticos (todos menos el ausente Dérakruex, que seguía con su mirada perdida) y esperaron. Poco a poco empezaron a impacientarse al ver que todos sus intentos para trepar eran fallidos: ponía una mano seguida de un pie que resbalaba enviándolo de nuevo al suelo o saltaba buscando coger una rama, la cual se partía. Algunos empezaron a sentirse incómodos y otros trataban de no reír, mas Scar, impaciente, sacó una moneda de su bolsa.

      —Dejémoslo a la suerte —dijo lanzando la moneda al aire—. Cara, el camino de la izquierda, el del claro. —Pero cayó cruz. Ninguno se sintió cómodo con la decisión, pero al no haber habido mejores sugerencias, nadie protestó.

      Antes de iniciar nuevamente el camino, el velkariano notó una huella ligeramente diferente a las anteriores que había visto. Les pidió a los demás que esperasen, se agachó a revisarla con detenimiento y entonces lo comprendió.

      —Estas huellas son pequeñas… y estas otras que son más grandes… no llevaban calzado, son… las pequeñas son de…

      —Goblinos. —Thárivol completó la frase con voz inflexible.

      —Sí, ¿cómo lo sabes? —preguntó Scar sin levantar la mirada.

      —Porque nos están rodeando.

      Ante la última frase, todos se pusieron en guardia de inmediato, con sus armas dispuestas. Efectivamente, varios goblinos y un par de enormes y terribles osgos los habían cercado.

      Los osgos, criaturas goblinoides enormes que llegaban a ser más altos por dos cabezas que un humano promedio, cuerpos cubiertos por un cortísimo pelaje que variaba entre los colores ocre y naranja; con una fuerza terrible, capaz de partir el cuello de un humano con una sola mano sin dificultad, cargaban albas mañaneras y escudos de madera. Los enemigos cargaron fieramente contra el mercenario y el joven misterioso de la guadaña. Scar logró parar de manera efectiva el golpe ascendente del goblinoide con su poderoso espadón al tiempo que impulsaba su cuerpo contra el escudo de madera para desestabilizar a la criatura.

      Esta, aunque más grande y corpulenta que el guerrero, no pudo contener la fuerza del golpe, perdió el equilibrio y abrió sus defensas a lo cual, gracias a su ojo experto, el mercenario no dio un segundo de tregua y forzando al máximo sus potentes músculos, blandió la hoja de forma ascendente por la derecha del osgo, penetrando por las costillas y deteniéndose a la mitad de su pecho, dejando a la criatura sin vida.

      Por otro lado, el joven de la guadaña, en vez de detener el golpe, esperó el momento indicado y justo cuando el osgo descargaba un golpe contra su cabeza, ágilmente se deslizó hacia la derecha de la criatura al tiempo que impulsaba su arma de atrás hacia adelante por su costado izquierdo para clavar la punta afilada de la guadaña en el costado de la bestia. Esta reculó de dolor encorvándose y tratando de tapar la herida con una de sus manos, lo cual brindó al joven combatiente el momento perfecto para asestar un último golpe sobre la cabeza del osgo, matándolo al instante.

      El resto del combate se desarrollaba a favor de los aventureros: Faldekorg había acabado ya con dos de los goblinos utilizando su arco. Thárivol y Efrand hacían lo suyo con los pequeños enemigos que se encontraban frente a ellos y Dérakruex… Bueno, Dérakruex solo estaba ahí, de pie, observando cómo se desarrollaba el combate. El único que parecía tener problemas era Slain, quien al enfrentarse contra dos de las criaturas perdió su arma cuando una de estas utilizó el propio peso del hombretón para arremolinar su lanza alrededor de la empuñadura de la espada doble y así, de un fuerte tirón, enviarla por los aires. Slain se defendió como pudo con sus manos desnudas y en más de una ocasión dio gracias a su buena armadura por protegerlo de los pinchazos de las lanzas goblinas. Scar y Efrand se apresuraron a ayudarlo y cada uno, de un solo tajo, acabó con las pequeñas amenazas.

      A este punto solo quedaba un goblino al que Faldekorg apuntaba con una flecha mientras le ordenaba que depusiera las armas.

      —¿Qué estas esperando? ¡Mátalo! —le espetó el mercenario.

      —No, lo interrogaremos —contestó el elfo sin dejar de mirar a la criatura. El mercenario, hecho una furia, le insistió en que nada obtendrían del goblino y, cuando nadie lo esperaba, este salió corriendo entre la maleza. Faldekorg entonces disparó su flecha y erró, para mayor desgracia y enfado de Scar y los demás compañeros.

      —Vámonos de acá de inmediato, no demorará en traer refuerzos.

      Todos estuvieron de acuerdo en salir del lugar, cosa que hicieron después de encontrar el arma de Slain entre la espesura.

      ***

      Krina los vio partir desde su carromato. Estaba realmente preocupada; más que eso, estaba muy asustada. Sabía muy bien que sus tretas, tanto la del cofre falso como las pistas falsas, pronto (si no ya) serían descubiertas. Su tiempo se agotaba y su propia suerte pendía de las manos de estas razas inferiores que se había visto en la obligación de contratar. Ya había enviado un grupo, sin ningún éxito, y su esperanza,


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