Viejos rencores. Lilian Darcy
con esto y de todas formas, no tengo intención de involucrarle –le enfureció que metiera a su padre en aquello–. Tuvo un serio ataque el corazón hace cuatro meses y sólo se le pudo convencer de que se retirara prometiéndole que yo me pondría a cargo de la consulta. Ahora, yo no conozco toda la historia de… –vaciló porque era un tema para tratar con tacto–, del cese de tu padre, pero seguramente no tendrá importancia ya. ¡Desde luego, yo no pienso repetirla! Nosotros somos la generación siguiente, podemos empezar de nuevo y hacer que esta vez salga bien. Yo… no entiendo por qué estás tan enfadado.
–No, es evidente que no –ella se encogió ante su tono de voz y Luke lanzó una carcajada–. Te estoy asustando, ¿verdad?
–No, no podrías. Creo que te valoras demasiado. Aunque debo admitir que me estás preocupando.
–Sí, eso ya lo noto. Te has quedado con los ojos como platos. ¡Dios, igual que hace quince años! De tal padre tal hija. Yo siempre fui el chico malo de la película, ¿verdad? Tú no podrías entenderlo porque no has hecho ni una sola cosa mala en tu vida. Y la forma que tenías de mirarme… Como si fuera a comerte. Hubo un par de veces en que me sentí muy tentado de…
Se detuvo abruptamente antes de que ella pudiera adivinar qué iba a decir. De alguna manera, sin embargo, la pasión que subyacía en sus palabras le había traído un vívido recuerdo del día en que la había besado.
¡Pero Luke no podía estar pensando en aquello en ese momento! Ahora sin embargo, aquel recuerdo había retornado con toda su fuerza y para su horror, sintió que los pezones se le endurecían como dos botones al pensar en aquel largo y mágico momento en el jardín de sus padres.
Debería haber sido divertido con aquella clásica receta: el joven rebelde y de mala reputación y la chica inocente y obediente. La penumbra del jardín al atardecer y el raro y único momento en que la había pillado por sorpresa después de llevar meses planeando ella cómo hacerlo.
¡Y cómo había aprovechado él la oportunidad! Podría haber sido torpe, pero no lo había sido. Recordaba cómo había alzado la vista para comprobar que nadie los estaba mirando. Entonces había avanzado hacia ella con fluida y sombría gracia, le había tomado la cara entre las manos y le había atraído la boca hacia la suya con rapidez como si supiera que en un minuto, la oportunidad podría haberse escapado.
A ella no la había besado nadie todavía. Ni siquiera había estado a punto. Apenas tenía quince años. No tenía ni idea de que pudiera sentirse tan embriagada, física y primitivamente excitada. Había jadeado, al principio se había paralizado y entonces había empezado a devolverle el beso de forma febril estirándose porque él era bastante más alto que ella.
Y entonces… había intentado aferrarle el pelo como había visto hacer en las películas. Dios, su repuesta había sido tan tan inepta. Pero él llevaba el pelo muy corto en aquella época y no había encontrado en qué enredar sus dedos, sólo una sensación suave y un olor a champú balsámico.
En aquel momento, antes de que pudieran durar los milagrosos actos, habían escuchado los dos la voz de su madre un poco alta y apremiante.
–Chessie, ¿dónde estás?
Luke había apartado la boca de la suya y se había desvanecido entre las sombras sin haber intercambiado una sola palabra con ella durante todo el episodio.
Podría parecer ridículo, pero seguía siendo uno de los recuerdos más poderosos de su vida junto con el de la primera vez que había ayudado a traer un niño al mundo y la primera que había visto morir a un hombre
¿Habría sido su vida tan sencilla y carente de drama? Incluso en ese mismo momento tenía las palmas de las manos mojadas y necesitaba con desesperación sentarse, pero la silla estaba demasiado cerca de él para su tranquilidad.
Era, de hecho, la vez que más cerca había estado de él después de aquella noche memorable.
Pero seguramente sería lo último en que estaría pensando él.
–Mira, ¿podríamos tomar un café o algo así? La verdad es que me gustaría…
–¡No, no podríamos tomar ningún café! A pesar de lo que he dicho, sigues insistiendo en pensar que nuestro futuro en este pueblo va ser una acogedora colaboración profesional, ¿verdad? Pues no va a ser así, Francesca. Hace quince años, tu ingenuidad hubiera sido… –vaciló e inspiró con intensidad–. Dulce. Ahora vuelve a la realidad, ¿de acuerdo? A mí me caía muy mal tu padre y lo despreciaba mucho más que nadie que haya conocido. No voy a decir que sienta eso por ti, pero no me va a encantar ser testigo de cómo tu clínica prospera mientras que yo me estoy dejando los… bueno, trabajando como un loco sólo para sobrevivir. ¿Es que no lo entiendes?
–Yo… Sí, supongo que puedo entenderlo –concedió totalmente despistada.
¿Por qué era su padre el causante de aquella hostilidad? Era el padre de él el que había perdido la licencia por negligencia, ¿no? Luke debía estar equivocado. De repente sintió un poco de lástima por él.
Fuera lo que fuera en lo que estuviera equivocado, en algo tenía razón: su consulta tenía un aire de fracaso total.
Luke había dicho que aquellas eran horas de citas, pero, ¿qué médico con éxito citaría los sábados por las tardes? Y desde que ella había llegado allí no había visto rastro de ningún paciente ni a ninguna enfermera o recepcionista. Evidentemente aquellos puestos estaban cubiertos por el cartel de: Por favor siéntese y llame al timbre.
¡Sí, definitivamente sentía lástima por él!
Luke estaba frunciendo el ceño al mirar a su reloj. Era evidente que quería que se fuera.
–Bien, no tomaremos café, pero dame alguna información, por favor Luke. La última vez que te vi… habías abandonado la escuela y estabas trabajando de mecánico de motos. Entonces te fuiste de la ciudad, ¿verdad? Y ahora eres especialista en medicina de familia. No debe haber sido fácil.
–En eso tienes razón –emitió una corta y áspera carcajada, pero no de diversión–. Tuve que terminar la secundaria, la universidad, la facultad de medicina. Intenté hacer la especialidad de endocrinología y estudié un año y medio, pero luego decidí que necesitaba más variedad. Pero cuando ocurre algo que te trastoca la vida por completo, tienes que tener una motivación muy fuerte para dar el paso siguiente.
–¿Y qué te pasó, Luke? No creo haberlo oído. ¿Fue una… conversión religiosa o algo así?
Él se rió con impaciencia.
–¿Una conversión religiosa?
–Hay gente a la que le pasa.
–¿Y por qué se te ha ocurrido eso? ¿Por mi ropa? ¿No pensarías que seguiría vistiendo de cuero negro?
–No, por supuesto que no. Yo…
–En ese caso, ¿Por qué vas tú vestida con ese elegante traje azul marino? ¿Por qué no sigues llevando esos vestidos de adolescente que dejaban pasar la luz –se paró y se rió–. ¡No importa! Me visto así con la terca esperanza de mejorar mi imagen en este pueblo. Pero hasta ahora no ha sido así. Menos mal que ya me siento bastante cómodo vestido así. Pero, de vuelta a tu pregunta inicial, no fue una conversión religiosa. Yo estaba… convencido de que irse de este pueblo era una buena idea. Y aunque eso no me costó mucho, las dificultades aparecieron después, en Nueva Jersey. Mi hijo murió –terminó con voz ronca.
–¡Oh, Luke!
–Está bien. Hubiera sido peor si hubiera vivido. Era prematuro y su madre era una yonki. Tuvimos un accidente de moto y ella se puso de parto con diecisiete semanas de adelanto sin ninguna esperanza de supervivencia. Y ahora, si no te importa, te diré un cortés y profesional adiós. A menos que esté muy equivocado, estoy a punto de tener un paciente. Aunque no te preocupes, no creo que sea de los que a tu padre le hubiera importado perder. Es muy improbable que pague.
–¿Qué? –gimió ella aturdida ante su tono rudo–.