Viejos rencores. Lilian Darcy
estaba avanzando con torpeza por la acera de cemento que bordeaba la casa. En la acera había aparcado un coche destartalado.
Debió ser el chirrido o el portazo de la puerta del coche lo que había alertado a Luke de su llegada.
–¡Hola, Karen! –la recibió con una alegre sonrisa.
Francesca recordaba aquella sonrisa que le aceleró el pulso incluso aunque no se la hubiera dirigido a ella.
–Pase.
–¡Oh, doctor Luke! –la mujer se iluminó de alivio y su áspera cara se suavizó–. Menos mal que me ha recibido. Desde luego no me siento nada bien hoy.
Y nada más decirlo, se desplomó en el suelo.
Luke y Francesca reconocieron lo que pasaba al instante, pero fue él el que se puso al mando.
–Sujétala. Iré buscar algo para que muerda. No dejes que se haga daño a sí misma. Debe tener la tensión por las nubes. Voy a buscar valium.
Luke estaba sacando llaves de un bolsillo y desapareció por el corredor hacia la puerta de un pequeño dispensario.
–¿Una ambulancia? –preguntó Francesca aprisa.
–Sí, porque puede que haya que ingresarla –le pasó el plato de mordida y Francesca se lo introdujo con cierta dificultad.
–¿Cuánto le falta para salir de cuentas?
–Una semana, dos como máximo. No puedo recordarlo con exactitud.
Luke bebió una botella de zumo de naranja y comió un sandwich de mantequilla de cacahuete como si en ello le fuera la vida.
Comer le parecía muy inapropiado bajo aquellas circunstancias y dijo con leve tono de acusación:
–Pero seguramente… ¿No la has atendido en cuidados prenatales?
–Cuando consigue acudir a sus citas sí, pero lleva cuatro semanas sin venir. Creo que su novio debe haberse ido del pueblo con el coche. No pierdas el tiempo con esta historia. ¡Llama a la ambulancia!
–¿Llamar?
–Ahí mismo.
Señaló la mesa y desapareció en otra habitación a lavarse las manos. Ella marcó el 911 balbuceando un poco al tener que dar los detalles.
–Calle State. La vieja casa blanca. La casa de los Wilde.
–Número 135 –informó él con tensión al volver con una jeringuilla de valium que le suministró en el acto.
A los cinco minutos, los estertores habían remitido y pudieron quitarle la bandeja de mordida que había evitado que se mordiera la lengua, pero Luke ya le había metido una buena dosis del medicamento.
–Ya se le ha pasado bastante. Tendremos que monitorizarla con mucho cuidado.
–Y al bebé.
–Y al bebé –acordó él.
–También tenemos que moverla –dijo Francesca.
–Eso no va a ser fácil. En su última visita creo que pesaba ciento veinte kilos. Espero que seas más fuerte de lo que pareces.
Por suerte, él era fuerte. Hicieron rodar a Karen sobre una manta antes de conseguir subirla a la camilla con un poco de ayuda de la misma paciente. Aquello les permitió acceso más fácil al equipo y al examen interno.
–¿Está de parto? –preguntó Francesca.
–Es difícil de decir. Ahora está recuperándose. Vamos a preguntárselo. ¿Karon?
Sólo entonces notó Francesca que no estaba diciendo Karen sino Karon. No, Caron. La hermana de Sharon Baron, si Preston Stock no se había equivocado.
–Caron, ahora ya estás bien –la estaba sacudiendo con delicadeza–. La ambulancia está de camino. ¿Tienes algún dolor?
Ella asintió abotargada.
–Lo tenía.
–De acuerdo. Bien, vamos a escuchar al bebé ahora, examinar tu tensión arterial y examinarte el cuello del útero a ver si has empezado a dilatar.
Francesca agarró el manguito de la tensión y lo infló mientras Luke se preparaba para hacer la revisión interna. Dieciocho, quince. Como había dicho Luke, tenía la tensión por las nubes. Y tenía también la cara y las piernas inflamadas por retención de líquidos como si la placenta no estuviera funcionando adecuadamente.
–No hay dilatación. Todavía no vas a tener al niño, Caron.
–¿No? ¿Vuelvo a… a casa?
–¡Oh, no querida, no puedes volver!
Luke estaba escuchando los latidos del bebé con un estetoscopio especial. A pesar de lo destartalado del lugar, al menos tenía equipo modero.
–El pulso está bien –comentó–. Aguanta… –Caron estaba poniendo muecas antes de lanzar un gemido–. ¿Tienes dolores?
Ella asintió antes de volver a caer en el sopor inducido por las drogas.
–Parece que el parto ha empezado –dijo Luke–. Probablemente sea lo mejor.
–Siempre que no estrese al bebé.
–Bueno, ya nos preocuparemos por eso cuando suceda. Mientras tanto, voy a poner más fluido en este gotero. Ya está –dijo Luke mientras le fijaba el gotero con más esparadrapo.
Para un observador podría parecer un error que le metieran líquidos estando ya tan hinchada, pero ese fluido iría donde era más necesario: la deshidratada placenta.
–Parece otra contracción –comentó Luke unos minutos más tarde–. Eso hace… ¿cuánto, cinco minutos?
–Más o menos. No estaba contando.
–No. De acuerdo, éstate quieta, Caron. Vamos a examinar al bebé de nuevo.
Dirigió una mirada interrogante a Francesca.
–Va reduciendo –respondió ella–. De forma apreciable. Está subiendo ahora que la contracción se ha pasado.
–Tenemos que incorporarla. No está en buena posición.
Con dificultad consiguieron meter toallas enrolladas bajo las vastas caderas de Caron, pero cinco minutos más tarde llegó otra contracción y el pulso del bebé se aceleró aún más.
Por primera vez Francesca estaba preocupada de verdad.
–¿Cuánto suele tardar la ambulancia en estos tiempos?
–Sigue tardando media hora. No han mejorado mucho la carretera.
–Y la he llamado hace… ¿quince minutos? ¿Y si hay retraso? Si no remite esta aceleración de pulso, ¿podríamos seccionarla?
–En caso muy extremo…
–¿Pero podríamos?
–Tengo relajante muscular y oxido de nitrógeno. No bastaría para mitigar el dolor de la incisión y el valium podría ayudar. Podríamos usar un poco de anestesia si hace falta aunque deprimir al bebé con algo así…
–Deberíamos evitarlo, si podemos –acordó Francesca.
–Y no he hecho ninguna incisión desde hace seis meses.
–Pero yo sí. Y he estudiado un año de obstetricia. Eso lo puedo hacer yo.
–Está obesa.
–Sí, no sería rápido.
–Tendría que serlo.
–¿Incisión baja transversal?
–Media línea –corrigió él–. Tiene muchos fibromas en bastante mal estado.
–¡Oh, estupendo! Y has dicho que no estará