Cleopatra. Harold Bloom

Cleopatra - Harold  Bloom


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2, escena 2)

      El homenaje es soberbio. Hábilmente, Enobarbo expresa el arte de Cleopatra para perfeccionar un aparente declive y transformar su falta de aliento en poder amatorio.

       Mecenas

      Y ahora Antonio ha de dejarla totalmente.

       Enobarbo

      ¡Jamás! Nunca lo hará.

      La edad no la marchita, ni la costumbre

      agota su infinita variedad. Otras son

      empalagosas, pero ella, cuando más sacia,

      da más hambre. A lo más vil le presta

      tal encanto que hasta los sacerdotes,

      cuando está ardiente, la bendicen.

      (acto 2, escena 2)

      Metiéndose al instante en el bolsillo el corazón de Antonio, Cleopatra dirige y representa un espectáculo erótico en el que su nave se convierte en un trono relumbrante que arde sobre el agua. Púrpura, oro y plata brillan vívidos y las velas perfumadas embriagan el viento hasta hacer que se enamoren. Las sensuales melodías de las flautas golpean amorosas sobre el agua operando como afrodisíacos. Cual Venus de seda y oro, la propia Cleopatra se reclina tentadora, rodeada de Cupidos con abanicos de colores que refrescan, mas dejando incandescentes las mejillas de la lúbrica reina.

      A modo de sirenas y atentas a cada mirada de su señora, sus damas se inclinan ante ella con finura voluptuosa. Rendido de deseo, Agripa, que es seguidor de Octavio César, la aclama como moza soberana que se acostó con Julio César y dio a luz a su hijo Cesarión. Enobarbo es maravilloso en sus respuestas. Saltando por las calles de Alejandría, la no tan joven Cleopatra hace de su jadeo otra señal de dinamismo sexual.

      El mayor homenaje de Enobarbo es el famoso: «La edad no la marchita, ni la costumbre / agota su infinita variedad». Radiante a sus treinta y nueve años, Cleopatra ofrece una realización sexual que cambia con cada acoplamiento. Si otras sacian el placer de sus amantes, sólo Cleopatra satisface y estimula más deseo. Y lo más escandaloso y exultante: los sacerdotes de Isis la bendicen cuando arde de lujuria. Hasta los actos más viles le cuadran si son suyos, pues en ella lo más vil se vuelve encanto. La idea de hacerse, de llegar a ser, es el estribillo de este gran espectáculo. En Antonio y Cleopatra hay diecisiete casos de esta idea y sus variaciones. Recuerdo un solo caso de ella en Hamlet, que es un drama de ser y dejar de ser. La obra de Cleopatra se centra en devenir.

      ¿Cómo llamar al mutuo amor de Cleopatra y Antonio? En primer y último lugar, es sexual. Cada uno de estos supremos narcisistas se contempla más radiante a los ojos del otro. Con todo, no son iguales. Antonio se somete incesantemente, pero Cleopatra no se rinde al flujo del tiempo. Shakespeare insinúa que Antonio se afirma en ella buscando apoyo para su alma vacilante. Sin embargo, ni la vitalidad imparablemente floreciente de Cleopatra logra impedir su caída.

      Shakespeare era un maestro de la elipsis, de omitir cosas con el fin de despertar nuestra curiosidad por sus orígenes. Salvo en una escena fugaz en la que Antonio maldice la traición de Cleopatra,2 nunca los vemos juntos a solas. Cuando no se acoplan, ¿cómo se relacionan? Cleopatra menciona una ocasión en que hubo intercambio de género. Ella lo vistió con su ropa y se puso su armadura para empuñar su espada favorita, Filipos, con la que él derrotó a Casio y Bruto.

      Es difícil visualizar la mutua soledad de estas dos fieras individualidades. Dependen de la admiración de sus seguidores. En ellos Shakespeare inventó una nueva clase de ser carismático en la que la adulación hace posible la dicha de la supremacía.

      Capítulo 3

       Desborda el límite

      Antonio y Cleopatra empieza con Filón, uno de los oficiales de Antonio, que se queja a otro del insensato enamoramiento de su jefe:

      Sí, pero este loco amor de nuestro general

      desborda el límite. Esos ojos risueños,

      que sobre filas guerreras llameaban

      como Marte acorazado, dirigen

      el servicio y devoción de su mirar

      hacia una tez morena. Su aguerrido pecho,

      que en la furia del combate reventaba

      las hebillas de su cota, reniega de su temple

      y es ahora el fuelle y abanico

      que enfría los ardores de una egipcia.

      Clarines. Entran Antonio, Cleopatra con sus damas, el séquito y eunucos abanicándola.

      Mira, ahí vienen. Presta atención y verás

      al tercer pilar del mundo transformado

      en juguete de una golfa. Fíjate bien.

      (acto 1, escena 1)

      Todo en esta gran obra «desborda el límite». Sube el Nilo, inunda sus orillas, trae abundancia a la tierra egipcia. Las gigantescas personalidades de Antonio y Cleopatra rompen todos los límites:

       Cleopatra

      Si de veras es amor, dime cuánto.

       Antonio

      Mezquino es el amor que se calcula.

       Cleopatra

      Mediré la distancia de tu amor.

       Antonio

      Entonces busca cielo nuevo y tierra nueva.

      Coqueteando, Cleopatra provoca a Antonio amenazándolo con fijar una frontera a su pasión. En el tono del Apocalipsis, Antonio se jacta de que la encantadora a la que llama «mi serpiente del Nilo» tendrá que descubrir un nuevo cielo y una nueva tierra. Negándose a atender a los emisarios de Roma, exclama:

      ¡Disuélvase Roma en el Tíber y caiga

      el ancho arco del imperio! Mi sitio es éste.

      Los reinos son barro, y la tierra con su estiércol

      mantiene a bestias y a hombres. Lo grandioso

      de la vida es hacer esto, cuando una pareja

      tan unida puede hacerlo. Por lo cual,

      ¡bajo castigo reconozca el mundo entero

      que somos inigualables!

      Podríamos llamar a esto la epifanía de su pasión y de su orgullo. Antonio lo dice y no lo dice en serio. Él ambiciona Roma y Egipto. Quiere el mundo entero. La grandeza de su historia culmina en el fiero abrazo con Cleopatra. Explícitamente, celebra la fusión sexual de sí mismo como Hércules y de Cleopatra como Isis. Ambos forman una pareja inigualable sobre la cual el mundo debe emitir veredicto de unicidad.

      El orgullo por su proeza compartida –política, militar, erótica– es uno de los grandes ingredientes de su gloria. Este orgullo es semejante al gozo de Falstaff en su lenguaje y a la confianza de Hamlet en el alcance de su consciencia.

      Podría decirse que el mundo es la tercera mayor personalidad de Antonio y Cleopatra. Octavio César, el futuro Augusto y primer emperador, palidece en presencia de Cleopatra, su Antonio y el ancho mundo. Octavio destruirá a Cleopatra y a Antonio y se convertirá en el señor universal que imponga una paz romana. Y sin embargo, tanto él como el mundo se convierten en público de los amantes imperiales que acaparan la escena y se la apropian.

       Cleopatra

      ¡Admirable engaño!

      ¿Se ha casado con Fulvia y no la quiere?

      No soy la boba que parezco, y Antonio

      no va a cambiar.


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