Cleopatra. Harold Bloom

Cleopatra - Harold  Bloom


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no lo excita Cleopatra.

      Por amor del Amor y sus tiernas horas,

      no perdamos el tiempo con disputas.

      Que no corra un minuto más de vida

      sin algún placer. ¿Qué diversión hay esta noche?

       Cleopatra

      Atiende a los embajadores.

       Antonio

      ¡Quita allá, discutidora!

      A ti todo te cuadra: reñir, reír,

      llorar; en ti toda emoción

      pugna por hacerse bella y admirada.

      ¡Nada de mensajeros! Los dos solos

      pasearemos esta noche por las calles

      observando a las gentes. ¡Vamos, reina mía!

      Anoche lo deseabas. [Al mensajero] ¡No me hables!

      Burlándose de su amante, Cleopatra le recuerda su agresiva esposa, a la que él no quiere. Se encoge de hombros y dice que prefiere creerle cuando él sólo habla de placeres, aunque ella sabe lo que hay. La insensata respuesta de Antonio depende de la rica palabra «excita», en la que se combinan la excitación sexual, la locura y el estímulo para las nobles hazañas. «A ti todo te cuadra: reñir, reír, / llorar». Cuadrarle todo esto suena como si se nos recordase el flujo y reflujo de Cleopatra, como su Nilo. Antonio opta por la prolongación de los placeres, incitado por presagios de un final próximo. Hábilmente, Cleopatra evita a Antonio y le exige que escuche a los embajadores.

      Hay aquí una huida hacia la brillante destrucción cuando Antonio admira la pasión de su Isis. Inconscientemente, habla como Osiris, ciego a su propia dispersión y hechizado por una diosa cuyas lágrimas y risas realzan su belleza por igual.

      Flujo y reflujo, el ritmo del río del tiempo, pronto hacen que el romano Antonio oiga la resonancia de lo opuesto:

       Enobarbo

      ¡Chss...! Aquí viene Antonio.

      [Entra Cleopatra.]

       Carmia

      Él no, la reina.

       Cleopatra

      ¿Habéis visto a mi señor?

       Enobarbo

      No, señora.

       Cleopatra

      ¿No estaba aquí?

       Carmia

      No, señora.

       Cleopatra

      Estaba de ánimo alegre, y de pronto

      le da por pensar en Roma. ¡Enobarbo!

      (acto 1, escena 2)

      Cleopatra intuye sagazmente que «pensar en Roma» alejará de ella a Antonio. La política y la pasión se funden al darse cuenta de ello.

       Enobarbo

      ¿Señora?

       Cleopatra

      ¡Búscalo y tráelo aquí! ¿Dónde está Alexas?

       Alexas

      Aquí, a tu servicio. –Ahí llega mi señor.

       Cleopatra

      No quiero verlo. Venid conmigo.

      Su desdén es tan auténtico como táctico y nos recuerda que, mientras ella representa continuamente su propio papel, es consciente de los límites de su histrionismo. Los mensajeros informan de que la mujer de Antonio, Fulvia, y su hermano Lucio fueron derrotados por Octavio. Las malas noticias se multiplican. Los de Partia han atravesado las líneas romanas. Fulvia ha muerto. Antonio, que no la quería, la alaba como una gran alma «que nos deja». Una nueva percepción le avisa de que debe romper sus cadenas egipcias y abandonar a la «reina hechicera»:

       Antonio

      ¡Enobarbo!

       Enobarbo

      ¿Qué deseas, señor?

       Antonio

      Debo irme de aquí pronto.

       Enobarbo

      Mataremos a las mujeres. Ya sabemos lo mortal que es para ellas un desaire. Padecer nuestra ausencia será su muerte.

       Antonio

      Tengo que irme.

       Enobarbo

      En caso de necesidad, que se mueran las mujeres.

      Sería una pena abandonarlas por nada, pero si hay

      una causa importante, que no cuenten. Como tenga la

      menor noticia de esto, Cleopatra se nos va en el acto.

      Por mucho menos la he visto yo irse veinte veces. Será

      porque en ello hay un ardor que la hace amorosa: se va

      con mucha rapidez.

      Enobarbo es meticuloso al describir el ardiente talento de Cleopatra para fingir sus muertes, un arma decisiva en su arsenal.

       Antonio

      Es más lista de lo que pensamos.

       Enobarbo

      ¡Ah, no, señor! Sus emociones están hechas de la flor

      del amor puro. No podemos llamar vientos y lluvias

      a sus suspiros y sus lágrimas: son tempestades y

      tormentas mayores que las que anuncia el almanaque.

      Eso no es ser lista. Si lo es, ella trae la lluvia igual de

      bien que Júpiter.

       Antonio

      ¡Ojalá no la hubiera visto nunca!

       Enobarbo

      Entonces te habrías quedado sin ver una gran obra

      maestra, y sin esta suerte menguaría tu fama de viajero.

      El lenguaje es admirable y cómico, y nos dice una vez más que Antonio y Cleopatra no pueden subsumirse en géneros o categorías. El pobre Antonio, embelesado por ella, admira su arte y a la vez es reducido a desear que se termine. La lengua de Enobarbo brilla cuando es un eco de Hamlet:

      ¡Qué obra maestra es el hombre! ¡Qué noble en su raciocinio! ¡Qué infinito en sus potencias! ¡Qué perfecto y admirable en forma y movimiento! ¡Cuán parecido a un ángel en sus actos y a un dios en su entendimiento!

      (Hamlet, acto 2, escena 2)

      Cleopatra es una obra maestra que es maravillosa de otra forma: erótica y a la vez, trascendente.

       Antonio

      Fulvia ha muerto.

       Enobarbo

      ¿Señor?

       Antonio

      Fulvia ha muerto.

       Enobarbo

      ¿Fulvia?

       Antonio

      Ha


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