Lycanth-Boy. Iván Pastor Villalonga
cómo llego hasta allí? Es un bosque muy grande, tengo bastantes heridas y estoy muy dolorido…
—De tus heridas me encargaré yo.
El búho le hizo un gesto para que se acercara y le cubrió con el ala que no estaba herida, en una especie de abrazo sanador. Inmediatamente, Navy notó cómo el poder espiritual del ave traspasaba su propio cuerpo, eliminando el dolor y curándole las heridas.
—¡Guau! Gracias —exclamó Navy, realmente sorprendido—. Pero aún está demasiado lejos para mí. Es imposible que pueda llegar antes de que se desate la tormenta.
Owlen lo miró con ojos severos.
—¡En este mundo nada es imposible para quien tiene la voluntad de conseguirlo! Además, te he transferido una fracción del poder espiritual de todos los animales del bosque, incluyendo el mío. Y todavía mantienes parte de la esencia que te transmitió Wolf.
—¿Y qué pasará contigo? —preguntó Navy, preocupado por el estado del ala de su amigo.
—Tranquilo, mi esencia se retirará a un lugar de recuperación para espíritus que se encuentran heridos, como me pasa a mí. Y ahora, vete.
Owlen dijo esto mientras comenzaba a desaparecer. Navy quedó perplejo, pero se dio cuenta de que tenía que iniciar su camino, esta vez en solitario. Empezaba a asumir sus retos.
Miró fijamente a la montaña a la que tenía que dirigirse y comenzó a andar. Al principio caminaba con cuidado, como si desconfiase de que las heridas se hubiesen curado del todo. Pronto empezó a moverse más ligero, y, al poco tiempo, estaba corriendo a una velocidad inusual en él…
—Pero ¿cómo puedo ir tan rápido ahora? —se preguntó. Entonces recordó las palabras de Owlen sobre el poder espiritual que le había dado—. ¡Con que esto es solo una fracción del poder espiritual de todos los animales del bosque ¿eh?!
Era feliz al sentir en su cuerpo ese inmenso poder. Corría y saltaba de roca en roca como si nada pudiese pararlo.
—¡¡¡Yuhoooo!!! —gritó.
De repente llegó al borde de un desfiladero con tanto ímpetu que tuvo que frenar en seco para no caer al precipicio. Navy miró con atención y observó que no había posibilidad de rodear el lugar por ningún lado. No había más remedio que saltar, pero había casi veinte metros de distancia hasta la otra orilla ¿Cómo lo iba a hacer? ¿Sería suficiente el poder que le había conferido Owlen?
Se detuvo observando cómo se hacía más fuerte la tormenta. No había tiempo para dudas. Tendría que confiar en sí mismo y en sus nuevos poderes… Se concentró en su objetivo, cogió carrerilla y saltó impulsado por sus piernas que parecían tener la potencia de las patas de un gran lobo. De pronto se vio a si mismo planeando en el aire como antes lo había hecho Owlen. La otra parte del desfiladero estaba lejos… Navy tuvo que concentrarse más profundamente que lo había hecho nunca en su vida, sabiendo que, si no lo hacía, caería sin remedio al precipicio.
Salió de ese estado de concentración cuando se sintió rodando por el suelo entre el hielo y la nieve. El aterrizaje había sido terrible, pero... ¡lo había conseguido!
—Bueno, parece que está claro —se dijo a sí mismo—. El poder del bosque es inmenso, pero yo todavía tengo que aprender a controlarlo.
Luego volvió a mirar el cielo. La tormenta arreciaba y no había tiempo que perder. Tenía que llegar
a su destino lo antes posible. La niebla era espesa y apenas era capaz de orientarse. Por suerte, tras un rato de lucha contra el viento y la lluvia helada, aquélla se disipó y se dio cuenta de que había llegado al pie de la montaña en la que vivía Anaiyu. Confiando de nuevo en el poder espiritual que le había dado Owlen, se puso a escalar por la escarpada pared. No resultaba nada fácil: en algunos lugares, la roca estaba tan afilada que se clavaba en su piel como un cuchillo; y en otros, la lluvia la convertía en una pista resbaladiza en la que, a duras penas, podía mantenerse en pie.
La ascensión era cada vez más fatigosa, y Navy comenzaba a notar que le fallaban las fuerzas. De repente, una de las piedras en las que apoyó su pie se desprendió y el chico empezó a caer por la ladera. La intuición le hizo agarrarse a tiempo a una rama que sobresalía de la pared, salvando su vida… Pero la situación era crítica. Navy no sabía cómo iba a salir de allí por sí mismo y empezó a desesperarse. Entonces, la voz de Wolf resonó en el interior de su cabeza.
—¡No te rindas!
—¿Wolf? ¿Eres tú? —gritó Navy.
—Tienes que llegar. Anaiyu es un ser celestial, él podrá ayudarte mucho más...
Navy miró alrededor tratando de encontrar a su amigo. Pero en seguida comprendió que la voz que escuchaba estaba en su interior, y eso le dio la tranquilidad y la fuerza que necesitaba para aferrarse a un saliente de la roca y seguir escalando, poco a poco, hasta alcanzar lo más alto de la pared. Estaba agotado por el esfuerzo, pero no pudo evitar sonreír al ver que, no muy lejos de donde él estaba, se veía una cabaña india, decorada con todos los colores de los nativos norteamericanos. Algo le decía que había llegado al sitio adecuado; estaba frente a la casa de Anaiyu.
Cuando consiguió recuperar la respiración, se puso en pie y, cojeando y con la ropa hecha jirones, se acercó a aquel lugar que desprendía un aura especial. El muchacho estaba a punto de perder el conocimiento por el cansancio, las heridas y el frío, cuando vio que la puerta se abría. Recortada sobre la luz que salía del interior, apareció la silueta de lo que parecía un lobo bípedo con manos. Sin duda, se trataba de Anaiyu, que había intuido la presencia del chico y salía a socorrerle.
—¿Anaiyu, eres tú? —preguntó Navy con un hilo de voz.
Apenas pudo ver que el misterioso ser asentía con la cabeza antes de desmayarse. Por fortuna, el dios lobo llegó a tiempo de cogerlo en brazos antes de que cayera al suelo y lo llevó al interior de su hogar. Entonces, usando un poder espiritual mucho mayor que el de Wolf y Owlen juntos, hizo que la cabaña desapareciera de donde estaba.
Capítulo 3
“El dios lobo”
Cuando Navy despertó, se encontró en una cama sencilla pero muy cómoda en la que le había colocado Anaiyu para que entrase en calor y descansase. No sabía cuántas horas había dormido, pero tenía la sensación de que había pasado bastante tiempo. Se encontraba bien y descansado; pero pronto notó que todavía le dolía el cuerpo después de su accidentado viaje.
—¡Ay, mi cabeza! —dijo Navy al incorporarse.
—¡Genial, estás despierto! —contestó Anaiyu con voz alegre.
—Tú tienes que ser Anaiyu…
Anaiyu asintió con una sonrisa en su rostro.
—Vamos a quitarte esta ropa rota y a curarte las heridas, ven.
Anaiyu le dio un bastón y le ayudó a ponerse de pie. Luego le hizo pasar a un espacio que parecía una enfermería donde se tenía que quitar la ropa, hecha jirones, para curarle mejor.
—Te llamas Navy ¿verdad? —dijo mientras le vendaba el brazo para protegerle las heridas.
—Sí, ¿cómo lo sabes? —le preguntó el chico, intrigado.
—Owlen me lo dijo cuando te metí adentro. También me contó todo lo que has tenido que pasar para llegar hasta aquí.
—Pero… ¡Owlen no pudo acompañarme por culpa de su ala rota! ¿Cómo te lo contó?
—No me hace falta encontrarme físicamente con él para hablarnos: él y yo nos comunicamos sin necesidad de palabras.
Navy trataba de asimilar