Guasanas. Francisco Javier Madrigal Toribio
dice la otra:
—Pos ése es mi trabajo, ¿luego?
—¡Qué trabajo va a ser eso, hombre! —dijo el hormigo—. ¡Eso nomás es jorobarle a uno la pacencia! Trabajo, lo que nosotros hacemos, de andar todo el día y toda la noche acarriando granos, semillas y pedacera de hojas y de yerbas al hormiguero. ¡Eso es trabajar!
—¿Y eso pa qué sirve? —dijo ella.
—¡Cómo pa qué…! Pa resistir el invierno. ¿Qué vas a comer tú durante los fríos, si no guardas nada? —dijo el hormigo—. Si tás pensando venir al hormiguero a mendigarnos que te demos de comer, te vas a topar en piedra, porque ¡ni maiz!
—En primer lugar —dijo la primadona—, yo no como cochinadas. Yo libo puro juguito de hojitas tiernas. En segundo lugar… ¿cuándo has visto tú chicharras en invierno, ineducado? Nosotras caducamos antes que el crudo cierzo recale por estos jértiles campos. Y en tercero…
—¡A ver, a ver, pérate! —dijo el hormigo—. ¿Cómo está eso? ¿Sabes que te vas a morir y estás cantando como si nada?
Y responde la diva:
—¡Todos nos vamos a morir! Además, cada quien se muere como le da su gana, ¿no? Tú quieres morir acarriando basura, ¡pos allá tú! Yo quiero morir entonando béllidos cántidos. ¿Cuál es el canijo problema?
—No, bueno, pero…
—Y en tercero, ¡ya no me estés chinchando! ¡Si tú no tienes quihacer, yo sí! —dijo la chicharra, ya con cierta fierocidá—. Así que, ¡ámonos haciendo pocos!
—¡Al cuerno con los artistas! —dijo el hormigo—. ¡Que los entienda su agüela! —Y se bajó a seguir talachando.
Aquella tarde cayó una tormentaza que inundó å todo el llano. El cirgüelo quedó como en medio de una laguna. Cuando dejó de llover, la chicharra voltió pabajo y vio puras burbujitas onde bía estado el hormiguero, y dijo:
—Modis viviendus, pecata minuta, ¡amén!
Y se puso a cantar con notable tenperamento y renuevada sensibilidá.
w
La liebre y la tortuga
Una liebre orejuda de las llanuras, dijo… llegó, le patió la concha a una tortuga, y dijo:
—¡Sal, animal desorejado y mitotero, pa que pueda yo reclamarte tu despeluznante chismosidá!
La tortuga, asoma la cabeza y dice… primero despegó los párparos de un ojo, luego del otro, después se le quedó mirando a la liebre como si ni la viera, y dice:
—¿Qué pasó, ya no llueve?
—¡Qué va a andar lloviendo —dijo la liebre—, si hace como tres meses que pasaron las aguas!
—Pos… como taba yo durmiendo —dijo la tortu—. Y, ¡a todo esto!, ¿quién eres tú, y qué quieres? ¿Pa qué me despiertastes?
—Vengo a que te desdigas en público de todo el mundo de esa historia que tú inventastes y que todos se la creyeron, pero que las dos sabemos que son puras mentiras.
—¿Que quieres que yo qué…?
—Lo que oyites.
—Pos, te oyí, pero no te entendí —dijo la tortuga.
—¡No tiagas! —dijo la liebre—. ¡Bien sabes a lo que me estoy permutando!
—Semiace que te equivocates de tortuga… —dijo la tortu—, y como yo no sé nada y como todavía me queda muncho sueño, ai me perdonarás el cortón, pero yo me meto y vuelvo a pernoptar.
H —¡Tú que te metes y yo que te bailo un zapatiado encima de la concha, a ver si puedes dormir! —dijo la orejuda.
—¡Ah, qué terca eres! —hizo la tortuga—. ¡Con razón te salieron orejas de burro! ¿Qué pues quieres?
—Pos, es que todos andan diciendo quezque tú y yo jugamos unas carreritas a ver quién ganaba, y quezque tú me ganates, que porque yo me quedé dormida por el camino. Ora todos me dicen “la orejuda dormilona y pierdedosa”.
—¿Y yo qué, o qué, o qué…? —hizo la tortu.
—Pos que ese cuento sólo puedes haberlo inventado tú, que eres la otra lubricada en este asunto —contestó la liebre.
—Pos, ¡si vieras que yo no tengo tiempo pa andar inventando nada…! Pero eres tan orejuda, que no me vas a crer —dijo la tortuga—. Así que, diuna vez, dime qué me estás propongando.
—Que vengas conmigo paque les digas a todos los que me dicen “orejuda dormilona y pierdedosa”, que tú y yo nunca hemos jugado ningunas carreras, y que si de casualidá las jugáranos, no me alcanzarías a ver ni el polvo —dijo la liebre.
—Bueno… pérate… pero si tú misma dices que nunca hemos jugado esas carreritas, ¿cómo sabes que yo no te vería ni el polvo? —dijo la de la concha.
—¡Porque todos saben que en el mundo no hay animal más raudo que la liebre, ni más pachorrudo que la tortuga! —contestó la de las orejas.
—¿Y ya nomás por eso me vas a ganar? —va diciendo la otra.
La liebre se quedó un buen ratote como jugando a “los serios”, con los dientes pelados y mirando bien fijo a la tortuga.
Por fin, dijo:
—¡No me digas que tás pensando que me podrías ganar tú a mí…!
Y que va contestando la tortuga:
—¿Y por qué no?, ¿qué tal si te quedaras dormida por el camino?
A la liebre le entró un corajón que hasta se le trenzaron las orejas. Se puso a pegar saltos mortales alderredor de la tortu, gritando:
—¡¡Te reto!! h ¡¡Te reto esageradamente!! ¡¡Date por retada!! ¡Me voy a correr las amonestaciones de la carrera y a avisarles a todos que vengan, pa que sean oservadores testiculares de tu recóndita redota! ¡Aquí nos vemos mañana a la misma hora, sin zafo ni zafadera! —Y se fue, surcando la pradera floriada como colcha de tía solterona, a avisarles a todos del espertáculo gratis que se les iba a introspetar.
¡Pos, ándale!, que se llega el día siguiente, día señalado pa la carrera afamada. Como, a la hora acordada, la tortuga seguía durmiendo, tuvieron que tostarle la concha con un soplete pa hacerla salir; y como, además, son muy lentas las tortugas pa recordar, tuvieron que volverle a esplicar todo otra vez; que esto y que aquello, y que la carrera, y que aquí era la salida y que allá estaba la meta, y que una dos tres ¡¡arrancan!!
Pa cuando la tortuga quiso darse cuenta de lo que taba pasando, ya la liebre había cruzado la meta, y ya venía de regreso gritando:
—¡Gané! ¡Gané! ¡Ai tá…! ¡Ai tá…! ¡Viva yo!
Pero como todo mundo estaba bien seguro que en una carrera entre una liebre y una tortuga, gana la tortuga, todos le bían apostado a la queloña. y
La primera en alegar fue la rana:
—¡Algo salió mal! —dijo—. ¡Pa mí que hubo trampa!
Luego el tacuachi:
—¡Stuvo muy dispareja la cosa, porque la tortuga iba cargando con todo y su casa!
Luego el zanate:
—¡Qué chiste, la liebre…! —dijo— con esos brincotes, ¡quién no!
Y Luego la iguana:
—¡Yo que la liebre, me daría vergüenza ponerme con una pobre tortuga!
Luego el