Nirliit. Juliana Léveillé-Trudel

Nirliit - Juliana Léveillé-Trudel


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rel="nofollow" href="#ulink_8834eb8e-fc93-51f6-b8bd-00640296a101">* Siglas de Centro de Enseñanza General y Profesional. Institución preuniversitaria o técnica.

       – 6

      Sábado por la tarde, «viento suave sobre la tundra».* Una hembra de lagópodo y sus crías se dispersan despavoridas cuando me acerco; no saben que solo quiero admirar su belleza. La madre, presa del pánico, quiere defender a sus polluelos, pero ¿con qué? ¿Con qué puede defenderse un lagópodo? No tienen dientes ni garras, las crías no saben volar. Es la vida magnífica y frágil, una flor en la tundra. Me entran ganas de llorar. Ya lo he dicho, muchas veces me entran ganas de llorar porque todo es demasiado hermoso o demasiado duro. Veo un lagópodo en la montaña y quiero llorar; mientras, en el pueblo, los niños y la violencia.

      Tú le habrías perdonado la vida, creo. De lo contrario, las crías habrían muerto. Sabes que la continuidad de la especie es importante. Queréis a los animales, pero no del mismo modo que nosotros; los queréis porque llevan miles de años alimentándoos y vistiéndoos, nunca habéis podido permitiros el lujo de ser vegetarianos como yo. Soy vegetariana, y me preguntas con esa entonación que tienen todos los inuit cuando hablan francés: «¿Qué es eso?». Para vosotros resulta inimaginable no comer carne. Por cierto, he hecho trampa: me encanta el caribú, nadie comería tofu después de probar el caribú. Pero tratad de explicárselo a los demás en el sur, de describirles el sabor, aunque en el fondo es muy sencillo: sabe a tundra.

      No te hace gracia que me aventure sola demasiado lejos, te parece peligroso, mencionas a los lobos, amaruit, me aconsejas que no vaya sin fusil, yo te digo que soy más peligrosa con él que sin él, te echas a reír. Me gusta cuando ríes.

      Todo el mundo conoce a alguien que no ha regresado, todo el mundo conoce a alguien que se ha quedado atrapado en la niebla, todo el mundo ha perdido a algún amigo o algún familiar en una ventisca. Todo el mundo conoce la historia de la enfermera de Kangiqsujuaq, todo el mundo conoce la de los tres cazadores. Los encontraron cuatro días después o a la primavera siguiente, con el frío polar a modo de mortaja. El frío conserva bien un cuerpo, solo para burlarse de nosotros.

      Aceptáis con humildad la furia de los elementos, pero no siempre. A veces os rebeláis contra la severa injusticia, a veces se desencadena una avalancha mortal en Nochevieja y sepulta el colegio, donde el pueblo al completo se había reunido para celebrar, y vuestros gritos de dolor resuenan hasta en lo más profundo de la tundra. Kangiqsualujjuaq, 1999.

       – 7

      Julio, una cabaña en algún lugar del interior de la bahía. Una cabaña es un montón de viejos tablones de contrachapado, pedazos de chapa y restos de aislante minuciosamente ensamblados unos con otros para formar esas pequeñas chozas que se alzan desperdigadas por la tundra, esos remansos de paz a los que os largáis lo más a menudo posible, sobre todo en verano. Una cabaña en algún lugar del interior de la bahía, una inuk de sesenta y tres o ciento trece años, no lo sé. La pestilencia funesta te asalta de inmediato, antes siquiera de que franquees el umbral. Alguien ha muerto, alguien se ha dejado olvidado a un anciano, otro drama, pero no, la única que ha muerto es la enorme beluga cuyo pellejo está arrancando la anciana. En unos cubos marinan las montañas de manteca cuidadosamente cortadas y, dentro de una semana, se trasegará el preciado líquido a los grandes recipientes que se apilarán dentro del congelador comunitario. En las noches de fiesta, todo el pueblo vendrá a mojar su porción de caribú helado en ellos, champán inuit. A ti también te encanta, Eva, ya lo sé, me lo habría tomado a tu salud, pero no puedo con el tufo a cadáver.

      ¿Recuerdas aquella vez en que desplumé un lagópodo? A cuatro patas sobre unos cartones viejos para proteger el suelo, el ave cazada el invierno pasado recién salida del congelador, su plumaje blanco inmaculado, aunque no por mucho tiempo, la sangre brotando bajo el cuchillo y la piel, que se retira de un tirón, como la monda de un plátano. ¿Sabes?, los blancos compran la carne en supermercados, todo viene limpio, sin plumas ni pelos, y sobre todo sin sangre ni nada que recuerde que esa cosa en el envase de poliestireno aún corría y piaba unos días atrás. A cuatro patas sobre unos cartones viejos, un animal espléndido, inmóvil para siempre en su blanca belleza, y yo voy y hundo el cuchillo en su pureza virginal. Estabas orgullosa de mí, me preguntaste si me había comido el corazón. Los inuits os coméis el corazón crudo, de un bocado, pero yo no pude, Eva, me pasa lo mismo que con la grasa de beluga o la morsa putrefacta. En ocasiones —no es usual, pero puede suceder—, un cazador vuelve con una morsa y dejáis que el enorme animal se pudra durante días en la playa. Luego las familias se turnan para cortar un buen pedazo, durante días flota en todo el pueblo un hedor espantoso, y cuando todo el mundo ha cogido su parte, los osos acuden a terminarse las sobras.

       – 8

      Raglan Money Day, Navidad en julio. El acontecimiento más esperado del año, el día R, el día en que Glencore restituye a los habitantes de la comunidad una parte de los beneficios obtenidos con la explotación de la mina Raglan, situada en el territorio de Salluit. El dinero corre a raudales por todas partes, ríos de dólares surcan la tundra, por aquí, damas y caballeros, los hay a patadas, todo el mundo recibirá su valioso cheque. Todo el mundo, sí, todo el mundo, desde los recién nacidos hasta los ancianos; las mujeres y los niños primero. Un frenesí demencial se apodera del pueblo, lobos que se disputan la carcasa fresca de un caribú.

      Lauren, la manitobana extenuada que se encuentra al frente de la Northern Store, teme ese día fatídico con semanas de antelación. Lauren, diez años de vida en el norte grabados en cada una de las arrugas de su cara, Lauren, la misionera del comercio, sacrificada como tantos otros en el altar de la Northwest Company. Lauren me cuenta cómo era el pueblo antes, antes de que llegaran los generosos cheques sellados con el emblema de Glencore, cuando por las calles de Salluit circulaban a lo sumo diez coches: el de la Northern, el de la Coop, el del hotel, el de Air Inuit, el de la policía, el del colegio y el del ayuntamiento. Lauren me habla de un lugar donde existían las drogas y el alcohol pero no se consumían tanto, donde la violencia no estallaba con tanta frecuencia, donde la gente se sentía en cierto modo orgullosa de su trabajo. Laurent es de Manitoba, no conoce al cantautor Félix Leclerc, al que traduzco para ella: «La mejor manera de matar a un hombre es pagarle por no hacer nada».

      Lauren me dirige una sonrisa triste y asiente con la cabeza antes de seguir preparándose para la guerra. Esta noche el pueblo al completo tomará por asalto su territorio, se agolpará delante de su ventanilla para cambiar el cheque tan ansiado por dinero contante y sonante, fajos de billetes que acariciarán con cariño y amontonarán en un cuarto de la casa. Hundirán las manos en ellos locos de contento, los lanzarán al aire y, si tienen suerte, se quedarán fritos encima borrachos como una cuba; no se verán con ánimos de ponerse al volante de su flamante coche deportivo y de empotrarlo contra un poste de teléfono o de llegar a las manos con algún miembro de su familia. Esta noche y durante varios días, Salluit jugará a los forajidos como si fuera el Far West hasta que todo el tesoro haya desaparecido igual que los bancos de hielo del Ártico. No llevará mucho tiempo, Lauren lo sabe, uno puede fundirse miles de dólares en un abrir y cerrar de ojos, y en menos de una semana, los cupones para alimentos expedidos por el gobierno regional de Kativik circularán otra vez por la tienda, cuando dos días antes se compraban televisores y ordenadores por docenas.

      Me pregunto si Isakie volverá este año. Isakie de Ivujivik, el pueblo vecino, que sin embargo no tiene derecho al maná minero. El año pasado mandaron a Isakie a Salluit para el fin de semana del Raglan Money Day. Isakie no tiene nada de particular, salvo que conduce los camiones de la limpieza en


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